Es una de las aldeas más antiguas de Córdoba, y de las más encantadoras también. Caminarle su puñado de manzanas implica un viaje en el tiempo. Los paseos por las cercanías
Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
¿Cómo explicar que un lugar tan pequeño pueda despertar tantas sensaciones? La respuesta hay que pedírsela a Amboy, ese pueblito inoxidable que en los vericuetos del Valle de Calamuchita brinda historia y encanto en un puñado de manzanas, ungidas ellas de construcciones que citan al ayer una y otra vez.
Nacido a finales del Siglo XVI (o al menos entonces se colocaron las primeras piedras de los colonos), la aldea es una de las más antiguas de Córdoba. Se siente aquello en el aire, en las calles que, asfaltadas algunos años atrás, no dejan de provocar periplos al pasado. Hasta los paisanos (algo así como 200), llevan en el carisma y en el andar detalles añejos, formas nobles, rutinas imposibles en la urbanidad del Siglo XXI.
En esas poquitas cuadras que mechan mapa, el viajero halla casas ancianas y muros históricos. Como los que forman el Bar Cultural, la pulpería y los almacenes de sabor a ramos generales. O la torre de agua, nostálgica en la entrada, próxima a la Iglesia San José. El bello templo fue levantado en los despertares del Siglo XIX, con ese doble campanario y cruz de hierro que ve pasar feligreses de a pellizcos, siempre y cuando el cura aparezca para dar la misa.
Cerquita (la palabra suena a redundancia en la descripción de Amboy), surge sabio y memorioso el Museo Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield. La antigua morada del padre del Código Civil Argentino (nacido aquí, nos lo recuerda un armonioso monolito), despliega en su interior alrededor de 2.000 piezas arqueológicas pertenecientes a los comechingones, primeros habitantes de este precioso Valle de Calamuchita.
Más del universo comechingón
Las evocaciones a los nativos brotan a su vez en los aleros de la zona, donde descansan pinturas rupestres creadas previamente a la llegada del conquistador. Para conocerlas, conviene pedirle compañía al guía del museo, y luego de un recorrido de aproximadamente dos kilómetros bordeando el arroyo local, arribar a la “muestra permanente” indígena. En el camino, se aprecian también morteros hechos en piedra por los comechingones.
También hay que seguirle el juego al agua para llegar a la vecina Villa Amancay. Es cuestión de aprovechar los aromas del bosque que se forma junto a la tenue corriente, la reunión con sauces, molles y talas, en aproximadamente media hora de relajadísima caminata.
La alternativa es agarrar la maltrecha ruta que lleva a al Embalse Cerro Pelado, y allí rendirle tributo a las sierras de Córdoba, que se divisan en varios costados. Puestos sobre el paredón, la opción más popular es continuar por un camino de tierra que baila con la silueta del dique, o volver algunos pasos atrás y visitar (con previa reserva hecha con EPEC), el Complejo Hidroeléctrico Río Grande.
Cómo llegar
A los fines de tocarle el alma a Amboy, hay que sortear 160 kilómetros desde Villa María hasta las proximidades de El Torreón (complejo turístico ubicado antes de Santa Rosa). En la bifurcación, se debe tomar el desvío a la izquierda y continuar unos 8 kilómetros (el asfalto es un billar).