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A 70 años del “Malón de la Paz”

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A 70 años del “Malón de la Paz”

El 15 de mayo se cumplieron 70 años del inicio de un reclamo histórico protagonizado por integrantes de pueblos originarios y expresado en una marcha que se extendió desde el noroeste del país hasta Buenos Aires, que terminó en una represión ejercida por la Policía y tropas de la Marina de Guerra en un gobierno elegido por el voto popular y que daba muestra de buscar la justicia social. El desprecio y la injusticia para con los pueblos originarios ejercida en 1946, apenas iniciado el gobierno de Juan Domingo Perón, se inscribe en la triste historia que nuestro país tiene en relación a la temática. Desde la conquista, pasando por la cínicamente llamada «campaña del desierto» e incluso la matanza que se daría poco después de los hechos que nos ocupan, año 1947, en Las Lomitas, Formosa, contra el pueblo Pilagás donde se asesinaron hombres mujeres y niños. Todo esto por nombrar sólo algunos de esos hechos vergonzantes que están en nuestra historia, casi siempre acompañados de estrategias de silenciamiento para dejarlos en el olvido. Pero los reclamos continúan intactos, sin la solución que les corresponde, por ello es necesario continuar la construcción de memoria e interrogarnos acerca de qué hicieron posibles esos sucesos en nuestra sociedad.

La caravana, integrada por argentinos miembros de comunidades aborígenes ubicadas en las provincias de Salta y Jujuy, inició su marcha de 81 días durante los cuales recorrerían 2.000 kilómetros para reclamar por tierras para trabajar. En su recorrido, lo que ellos mismos denominaron «El Malón de la Paz por las rutas de la Patria», pasó por Villa María.

Se trató de la protesta aborigen de mayor visibilidad, y el primer reclamo multitudinario durante el Gobierno de Juan Domingo Perón iniciado el 4 de junio de 1946. El reclamo por las tierras que les habían quitado, tan necesaria para la supervivencia de esos pueblos, hundía sus raíces en lo más profundo de la historia llegando hasta la misma conquista, los encomenderos de la Colonia, los latifundistas republicanos y tantos mecanismos inventados para quitarles lo suyo.

 

Hacer una marcha

Durante setiembre de 1945 los dirigentes collas, Exaltación Flores, León Cari Solís y Juan Méndez de la zona de Cochinota llegaron a Buenos Aires, con la pretensión de llevar ante la justicia a los terratenientes que explotaban a su pueblo. Si bien no tuvieron éxito en su cometido, mientras hacían trámites en esa gran ciudad se produjo el 17 de octubre. Así fue que se sumaron a las columnas de trabajadores que pedían por  Perón. Por esos días también conocieron al teniente retirado Mario Augusto  Bertonasco quien desde 1944 se desempeñaba como inspector de tierras. Iniciaron así una relación de vital importancia para los acontecimientos que  comentamos.  Marcelo Valko en su libro «Los indios invisibles del Malón de la Paz» señala que «a principio de 1946 Bertonasco envió una comunicación a los Collas diciendo que la única forma de salvar a la raza indígena en la Argentina era haciendo una marcha a Buenos Aires, porque así llevarían a la gran ciudad una muestra de sus padeceres y dirían lo que necesitaban para vivir dignamente…» más tarde el militar llegaría hasta el norte argentino con la intención de apurar el inicio de la marcha ya decidida por los hombres del lugar.

 

Inicio de la marcha

El 15 de mayo, con muy pocas provisiones, partieron del departamento de Cochinota y Tumbayas en Jujuy y la zona de Orán en Salta En su trayecto el contingente llegaría a sumar 174 personas de diversas edades. Entre ellos Daniel Dionicio que había confeccionado, de manera artesanal, la bandera argentina que portó a lo largo del viaje.

Narcizo López con sus 7 años   era el más joven del grupo, en el otro extremo se ubicaba Ascencio Miranda quien contaba con 86 inviernos. También integraba el grupo el propio Bertonasco, el Alemán Juan Francisco Adolfo Von Kemmer y algunos pocos «blancos». La prensa haciendo gala de una visión peyorativa de los nativos diría que era un grupo de «indios» dirigido por los «blancos». En realidad los aborígenes mismos tomaban las decisiones. Incluso hay que nombrar como figura clave del Malón al diputado laborista provincial de Jujuy, Viviano Dionicio, hijo del mencionado Daniel quien era un respetado dirigente en su comunidad.

El inicio de la marcha fue duro dado que mientras un grupo caminaba otro montaba caballos. Luego de detenerse a pasar la noche en algún lugar,  al otro día partían primero los caminantes, más tarde lo hacían los jinetes. Sin lugar a dudas que la marcha les demandaba sacrificios. El cinco de junio llegaron a Tucumán, según las órdenes de la superioridad se les alojó en dependencias del Ejército. La gente del pueblo hizo una colecta y les donó dos carros con mulas. En el más pequeño, una jardinera, se colgó el cartel con la designación que ellos mismos se dieron «Malón de la paz por las rutas de la Patria». Fue en ese lugar donde se solidarizó con ellos un joven Atahualpa Yupanqui.

 

En Córdoba

El 20 de junio llegaron a la ciudad de Córdoba, recibidos por el público en las afueras de la ciudad, marcharon formados hasta la plaza San Martín, ingresaron a la Casa de Gobierno y fueron recibidos por el mandatario provincial. Permanecieron en la ciudad casi una semana y modificaron la estrategia de viaje. Habían planeado llegar el día 9 de julio a Buenos Aires, pero comprendieron que antes de hacer una marcha rápida para cumplir los plazos, sería mejor ir recogiendo solidaridad en cada lugar que visitaban, festejarían el día de la independencia en la ciudad de Rosario, donde incluso desfilaron ante una multitud.

A medida que el Malón avanzaba la noticia más se repetía, revistas y diarios les dedicaban las portadas. Las radios les hicieron reportajes. Parecía que los argentinos se habían dado cuenta que aquellos que llamaban «indios» eran tan argentinos como cualquiera y merecían que les restituyeran sus tierras, sería un acto de justicia social. Aparte si gobernaba, con mayoría contundente en el congreso, el coronel del pueblo que había impulsado el Estatuto del Peón Rural en 1944 y en la campaña proselitista había hablado de reforma agraria, resultaba imposible pensar que el «Malón…» no tendría un final feliz.

 

En Capital

En la mañana del sábado 3 de agosto de 1946, ingresaron a Capital Federal los 163 argentinos que venían marchando desde el extremo norte del país. Las radios hablaban de los «hermanos indios», la gente aplaudía en las calles, les entregaban cigarrillos y golosinas. Estos argentinos ignorados habían logrado hacerse visibles. Una comitiva aborigen fue invitada a la Casa Rosada y el presidente Perón los saludó e incluso se abrazó a una mujer aborigen en el balcón de la casa de Gobierno.

Pero pronto se apagarían las luces. Los integrantes del «Malón…» se habían vuelto visibles, mostrando las injusticias que vivían, pero de entregárseles las tierras podrían ser que también  mostraran que eran posibles las expropiaciones de grandes extensiones de tierras. Hasta la FAA escribió sobre la posibilidad de expropiaciones, no en la Puna, sino en plena pampa húmeda. Eso tocaba poderosos intereses.

Luego de intentar echarlos de Buenos Aires con engaños o a la fuerza, en la madrugada del 29 de agosto la Policía Federal y tropas de la Marina irrumpieron en el Hotel de Inmigrantes, donde se alojó al «Malón…», vigilados por hombres armados. Primero arrastraron a las mujeres y luego reprimieron a los hombres y los subieron en un tren. Viajarían vigilados hasta lejana Abra Pampa.

Este es uno de los acontecimientos más triste de aquel gobierno popular. En medio del juego de sectores antagónicos ganaron aquellos que no vieron la justicia del reclamo. Los argentinos que reclamaban por sus tierras fueron alojados en el Hotel para Inmigrantes, se montó todo un espectáculo político, simularon sensibilizarse ante la situación que vivían y luego volvieron a darles palos. Había terminado la fiesta, a los palos los metieron en vagones para ganado y los despacharon de regreso a los lugares de explotación. La historia también debe servir para pensar nuestra sociedad y la necesidad de cambiar esas situaciones injustas que aún se mantienen.