Por El Peregrino Impertinente
Los mortales contemporáneos nos creemos los grandes viajeros cada vez que tomamos un colectivo y el chofer nos corta el boleto con cara de “que estés feliz o atravesando una enfermedad terminal me da exactamente lo mismo, con tal de que me sigan aumentando el 38% cada tres meses, más viáticos”.
Sin embargo, no somos nada. Sobre todo si nos comparamos con leyendas como Charles Lindbergh, conocido por ser el primer hombre en conectar América y Europa en un vuelo directo.
El recordado piloto lo hizo en mayo de 1927, a bordo del Espíritu de San Luis. “Una prueba más de que nuestra provincia está a la vanguardia de todo, incluso en cuestiones de aeronáutica”, comenta Alberto Rodríguez Saá, quien desde que experimenta contactos con seres de otra galaxia tiene derecho constitucional a decir lo que le salga de la punta de La Toma, San Luis, donde tiene una quinta.
Lindbergh, nacido en Detroit (la cuna de Robocop, otra que cabo de la UR 8), realizó la proeza uniendo las ciudades de Nueva York y París en 33 horas y 32 minutos.
Con todo, algunos historiadores y sus pipas juran que la hazaña ya había sido conseguida por los portugueses Gago Coutinho y Sacadura Cabral en 1922 y por el español Ramón Franco en 1926. Aparentemente, los primeros lo lograron enlazando Lisboa y Río de Janeiro, mientras que Franco realizó la ruta Palos de la Frontera-Buenos Aires. “Tá bien, pero yo soy yanqui”, dice Lindbergh desde el más allá.
Lo más triste es que tiene razón el muy gañán.