Miles y miles de personas habían acudido a la cita más importante de mayo en la región: el desfile del 25, en Villa Nueva.
A pesar del frío, la calle Belgrano lucía imponente, con los estudiantes abanderados, las maestras preparadas, las autoridades listas, los gendarmes enfilados, la nueva autobomba de Bomberos reluciente y los granaderos firmes, como siempre.
Los enormes eucaliptus del parque Hipólito Yrigoyen, testigos vivientes de millones de historias que pasan velozmente por allí, atenuaban un poco el frío de la siesta más que tapar el sol, que se había escondido temprano por el largo reposo de las nubes.
Todos bien abrigados, sostenían el entusiasmo de la fiesta que comenzaban abriendo los maestros de ceremonia y entremezclaba la digestión del locro con ese olor a churro que llegaba de algún lado, casi como un puñal a la voluntad por aflojarle a las comidas del feriado.
Mientras los sonidistas ajustaban detalles y los organizadores imploraban serenidad, un hombre se dispuso a realizar su tarea basada en la tecnología: filmar con un dron.
¿Vio quçe lindo que se ven estos eventos filmados con un dron? Se puede apreciar la larga cola del desfile, con los alumnos por acá, los militares por allá y los gauchos más allá. Y hasta se ve el techo del escenario, pero también el patio de la escuela Belgrano y el monumento a Yrigoyen.
“Todo muy lindo”, habrá pensado el dueño de esta pequeña aeronave sin tripulación mientras lo llevaba a vuelo por intermedio de su control remoto.
Pero entonces apareció el Negro. Y con el Negro no se jode. O quizás sí.
En realidad, el Negro quería joder y para él no importa desfile, muchedumbre, formalidades o protocolos. Si se trata de interpretar el juego que está enfrente, no existen ni feriados para el Negro. Y menos si aparece algo así. ¡Un dron! “¿Un qué?”, se habrá preguntado el perro, que vio algo volando como una mariposa o como las palomas que deambulan por el parque.
A los saltos, el Negro intentó ser el dueño de esa cosa que veía flotando en el aire y, sin darse cuenta, fue el dueño del protagonismo en el desfile.
Al aburrimiento de la espera, chicos y maestros lo canjearon por el espectáculo del Negro, que por un momento era perro y por otro canguro.
Las risas acompañaron el efímero show que finalizó cuando el dueño del dron, consciente que el aterrizaje podía complicarse, le pidió al fotógrafo de EL DIARIO que le detenga un poquito el perro. Y el Negro quedó detenido por algunos segundos en los brazos del humano, aunque sin dejar de mirar ese juguete con la lengua afuera.
El 25 de Mayo luego siguió con su ceremonia, entre los gritos de “¡viva la Patria!” y “¡vendo pastelitos!” que se confundían por la siesta del feriado.
La tarde se fue sin dejar el frío, pero se fue lenta, con promesas de volver. Se fue como lo hizo el Negro, eludiendo gente en la vereda para buscar un rincón donde soñar hasta mañana.