El actual barrio residencial “La Reserva”, que se encuentra delimitado por el Golf Club, la avenida Henry Nestlé, el barrio La Floresta y por supuesto el río Ctalamochita, no es solo admirable por la belleza de sus residencias, si no por su rica historia. Casa de fin de semana de Belzor Moyano, reconocido comerciante de la vieja villa, recordado por alojar en su vivienda al general Lucio V. Mansilla antes de su “Excursión a los indios ranqueles”, lazareto en tiempos del “cólera morbus” y finalmente vivero productor de especies arbóreas y florales durante la década infame de 1930.
Para los que tenemos más de 25 años, el “vivero viejo” fue, cuando niños, el lugar de aventuras, campamentos con los Boys Scouts, bicicleteadas por los senderos enmarañados de vegetación, la pitada de algún cigarrillo a escondidas de nuestros padres, pero en especial un lugar misterioso atravesado por miles de historias y leyendas, como todos aquellos lugares o espacios añejos de nuestra villa. El duende, la luz mala, el llanto del bebé o el ciervo que pastaba por los claros de las arboledas son algunas de las historias que hemos escuchado de nuestros mayores.
El vivero “La Panchita” fue un emprendimiento privado de José Pérez Benítez, miembro activo de la Unión Cívica Radical, fue intendente de nuestra ciudad, elegido democráticamente por la Ley Sáenz Peña por tres períodos entre 1925 y 1936, continuó la obra del parque Ramón J. Cárcano, hoy Hipólito Yrigoyen.
Se casó con Ana Morrison, descendiente de ingleses, tuvieron tres hijos, entre ellos a Francisca, la Panchita Pérez Morrison, quien dio nombre al establecimiento. Esta mujer se casó con Avelino Villasuso Giraldez, nieto de don Manuel Villasuso, vivieron en Villa Nueva y se trasladaron a Bell Ville donde murieron ambos, ella no hace tanto tiempo.
José Pérez Benítez era hijo de un comerciante español llamado José Pérez y Francisca Benítez de la misma nacionalidad. La paradoja es que tanto padre como hijo murieron jóvenes. Apenas cincuenta años, aproximadamente. Los otros dos hijos de Pérez Benítez eran varones, cuando murió su padre fundieron vivero y tostadero de café, el otro emprendimiento, ambos comercios considerados como los más importantes por aquella época en la provincia de Córdoba. El vivero era proveedor del Estado provincial.
La casona de Pérez Benítez, todavía se encuentra en pie, en la esquina de Deán Funes e Independencia, era una mansión con un patio tipo andaluz, con estatuas y fuentes.
Allí se reunía con Ramón Cárcano cuando éste pasaba hacia su estancia, lo mismo con Ramón Vijande y don Juan Pereyra, vicecónsul español.
El vivero se inauguró en septiembre de 1930, allí se clasificaban especies, se realizaban injertos y aclimatación de especies foráneas, fue una gran inversión económica en tiempos donde la economía mundial se caía a pedazos y la Argentina no escapaba de esa realidad. Hasta el comienzo del nuevo milenio este solar estuvo abandonado por la desidia y a merced de todos aquellos que fueron robando cualquier vestigio de patrimonio histórico local, esta realidad viene sucediendo con cada casona, cada construcción antigua o espacio histórico que se destruye en Villa Nueva, aunque una ordenanza diga lo contrario.
“…Por esos polvorientos caminos llenos de pozos y charcos, íbamos a comprar plantas al vivero de la firma Pérez y Benítez, que se encontraba ubicado a la costa derecha del río, en un lugar que para mí significaba haber llegado al edén, ya que todo era vegetación, flores y frutas, con el consiguiente trinar de tiernos pajarillos que embriagaban el ambiente con sus voces angelicales.
Mis padres eran amantes de esas maravillas naturales, además, de tanto ir a comprar, amigos de la gente encargada de ese negocio,
que era don Félix Pajón, un señor delgado y de gruesos bigotes negros que siempre estaba acompañado de un jauría de perros y de un rifle tipo Winchester, como prevención de posibles robos de frutas por los pilluelos del lugar.
Recuerdo verlos junto a un bracero de hierro calentando agua para tomar mate y hablar de sus futuras compras, mientras mi madre recorría junto a la esposa de don Félix, una señora muy gruesa y bajita, la zona de las plantas de flores, como para ir adelantando la selección. Hoy solo queda el recuerdo, que se resiste a morir a pesar del empuje que con violencia le arrojan los años…”1
El mencionado encargado Don Pajón para volver a casarse, cambió su apellido a González que era su apellido materno. Esto fue posible gracias a la amistad que lo unía con el encargado del Registro Civil, pero fundamentalmente por ser empleado del intendente. Don Félix era mi bisabuelo y en nuestra familia siempre se contó esa historia junto a la leyenda del ciervo que habiéndose escapado de un tren fue cazado por el Winchester del nono Félix.
1 Testimonio oral de Armando Fonseca.