Escribe Franco Gerarduzzi
El periodismo no debe ser objetivo, y esto lo digo a pesar de la innumerable cantidad de veces que leí en los manuales y textos académicos a autores que sostienen que sí, que la objetividad es un valor o una cualidad no negociable. No, no debe ser objetivo: debe ser honesto. Incluso digo que la objetividad no existe. O tal vez sea un horizonte de trabajo para algunos profesionales: los que no quieren hacerse cargo. Yo prefiero decir que esto lo escribo después de una pelea con mi madre o de una noche sin dormir. Yo prefiero que el lector sepa que tengo secretos.
La crisis del oficio, las mesas de debate, qué es el periodismo y cuál es el rol de sus profesionales y los medios, los abogados de lo digital y lo analógico, los optimistas y los desesperanzados, si leemos más o leemos menos o leemos distinto, son todos temas que ven la luz cada vez que un 7 de junio se acerca en el calendario. La periodista y referente en materia de crónicas, Leila Guerriero, identifica una “némesis” de la que, considera, nadie se hace eco: la frustración. En este sentido, en un contexto donde prima la instantaneidad y donde se premia la actualización y la presteza, la realidad se subordina a otra realidad: la que se vive en los medios de comunicación social.
Me permito reproducir un caso -citado por la periodista en una columna publicada en el diario El Mercurio de Chile el 25 de febrero de 2016- en el que quedamos en evidencia. En una entrevista, un periodista le preguntó a Einstein si podía explicar la teoría de la relatividad. El le dijo: «¿Usted me puede explicar cómo se fríe un huevo?». El periodista le dijo que sí y el físico le respondió: «Hágalo, pero imaginando que yo no sé lo que es un huevo, ni una sartén, ni el aceite, ni el fuego». En otro reportaje, un interlocutor le pidió lo mismo: que explicara la teoría de la relatividad. Einstein lo hizo, pero su interlocutor continuó sin entender. Simplificó más y más la explicación, hasta que su interlocutor exclamó: «¡Ahora la entendí». Entonces Einstein le dijo: «Bueno, pero ahora ya no es más la teoría de la relatividad».
Recortar, reducir y simplificar, lamentablemente, no son más que el reflejo de la mutilación a la que se ven sometidos los cuerpos y las voces de las historias que duelen afuera, allá, en la calle, y que caminan solas con sus silencios y sus penas, con sus ladridos ahogados, con sus lágrimas y sus nostalgias. Que gritan y que no escuchamos porque hay que cerrar la edición, el apuro, los textos cada vez más cortos y no queda tiempo. No son más que el reflejo de una realidad que se derriba para dejar de ser la realidad misma. Y entonces, ¿qué pasa a ser?
El escritor y periodista Tomás Eloy Martínez decía que el buen periodismo, cuando está bien hecho, es literatura. Y en nuestro país no podemos no recordar y destacar a Rodolfo Walsh con su “Operación Masacre”-que además dio inicio al género de “no ficción”- o a Roberto Arlt con sus “Aguafuertes porteñas” que aún poseen tanta o más vigencia que cualquier otra investigación o abordaje periodístico. Por otra parte, el crítico literario británico Terry Eagleton sostiene que las sociedades reescriben todo lo que leen. Y en este caso, todos debemos formar parte de esta reescritura que nacerá, inevitablemente, de una nueva lectura del periodismo.
Guerriero dice que los peores pecados para un periodista son la ignorancia y la ingenuidad. Agrego, en esta dirección, que la ansiedad y el estrés, como enfermedades propias del siglo XXI, también contagiaron a la profesión. Pero no importa, porque aunque el panorama se avizore catastrófico y en el cuadrilátero la batalla esté casi perdida, siempre estará presente el aliento, la arenga, de una historia todavía no contada.
“La humildad debería funcionar siempre”, dice la periodista Laura Ventura porque lo fundamental e imprescindible es que quienes escriben no sean -¡nunca!- más importante que lo que están contando. Los periodistas son el medio, el vehículo, no los protagonistas. Tampoco son la justicia. Y la humildad, añade la profesora en Literatura, debe estar incluso en la investigación y en el momento de reportear, porque la realidad es compleja y aunque creamos conocer todo, siempre lo otro sobre lo que nos interesamos posee alguna arista que se rehúsa a revelarse. Quizá así también entendamos que ese rehusarse -esa palabra detrás- es parte necesaria de lo real.
El periodismo es un espacio para debatir, discutir, analizar, preguntar y dudar. Dudar y permitirse no encontrar respuestas impecables a todos los interrogantes. Su rol, y cito nuevamente a Guerriero, es el de entender incluso cuando duele. El periodismo es también el trajín diario, los contratiempos, la pelea por la actualidad, la inmediatez, el hastío, la competencia, las angustias, el ahora, el instante, el minuto a minuto. Como dice Martín Caparrós, es además la ideología de los medios que imponen un lenguaje neutro. Y me preocupa. Por eso elijo que el periodismo tenga mi impronta y mi voz pero no para hablar de mí, sino para decir que hay un sujeto que mira y que, por tanto, no cuenta “la realidad”, sino una de las muchísimas miradas posibles.
Me preocupa también no saber muy bien qué es una noticia (¿no será que cada vez hay más comunicados?) y el modo en que se construye una información. Me preocupa que los diarios de hoy sean sólo de hoy. Me preocupa porque quiero que el periodismo perdure en el tiempo. Y, como escribió Borges, perdura lo que no es del tiempo.