Cabecera de la vecina nación, la ciudad sorprende con su orden y tranquilidad, y regala buenas dosis de cultura paraguaya. Caminatas relajadas entre íconos arquitectónicos, la marca del río y voces en guaraní
Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
El viajero no miente: Asunción está lejos de ser la ciudad más linda de Sudamérica. Sin embargo, la capital del Paraguay configura desde sus calles de gusto a pueblo varias razones para la visita. Entre ellas, la de ser fiel representante de la idiosincrasia de un país injustamente desconocido para la mayoría de los argentinos, y que no obstante tiene mucho para mostrar.
El mapa se patea fácil, con un centro generado en cuadrícula que no ofrece grandes avenidas (que están a los costados), si no arterias de andar prolijo, increíblemente calladas para ser el corazón de una metrópoli de casi dos millones de almas. En ellas, los paisanos van muy a lo suyo, atiborrándose la humanidad con el clásico tereré (un mate y un termo per cápita, para no tener que esperar la ronda), y entablando, en la mayoría de los casos, diálogos en guaraní y no en castellano.
Tras una primera inspección, y sorprendido por la paz reinante (sobre todo a la siesta, con algunos calores del caso), el visitante se va al seno mismo de la cosa. Allí, lo esperan las plazas de la Libertad/Democracia y Uruguaya, patronas del movimiento y de más tradiciones locales. Un señor que toca el arpa por monedas habla de ello. Lo mismo el vendedor con variedad de chipás cargados a la cabeza. Igual los comedores populares que sirven, entre otros manjares, unos tre-men-dos costillares (son un espectáculo de verdad, prueba irrefutable de la muy buena producción de ganado vacuno del vecino país), sopa paraguaya (que en realidad es una especie de torta hecha con harina de maíz), borí-borí (guiso de pollo y bolitas de harina de maíz), y mandioca.
Joyas de cemento y el Paraguay
Puestos a apreciar edificios históricos, destacan en el listado referentes como el Cabildo (oficialmente conocido como Centro Cultural de la República, fue construido a mediados del siglo XIX), el Panteón Nacional de los Héroes (de marcado estilo francés, aloja los restos mortales de figuras de la política paraguaya como el primer presidente constitucional Carlos Antonio López o el héroe de la guerra del Chaco Félix Estigarribia), la Catedral Metropolitana, el Teatro Municipal y la Manzana de la Rivera (que alberga varias viviendas nacidas en el siglo XIX y principios del XX).
También, vale la pena acercarse hasta el Museo Casa de la Independencia (y aprender de la rica historia paraguaya), la Estación Carlos Antonio López (y conocer respecto al carácter pionero de la patria guaraní en términos de ferrocarriles a nivel continental), y sobre todo el Palacio de Los López (de hermosa estructura neoclásica, residencia del presidente de la Nación).
En el deambular entre jacarandás, otro de los emblemas autóctonos, el viajero se encuentra con el río Paraguay. Lo hace desde el balcón que genera el propio centro (que está bastante más elevado que la superficie del torrente), apreciando la inmensidad del caudal de agua, y el paseo de los locales. La costanera, suele ser escenario de distintos eventos. Todo, de cara a un paisaje que muestra naturaleza de un lado y perfil urbano de grandes edificios del otro.
Tras ello, bien viene acercarse al Mercado 4, y apreciar el movimiento del principal punto comercial de la ciudad, entre puestos de venta de los más variado. En los desordenados pasillos, también reina el tereré, el parloteo en guaraní, el aroma a carne asada, y hasta alguna que otra alusión a la fatídica Guerra del Paraguay en la charla con el foráneo argentino (lo tienen muy presente al tópico los dueños de casa). La esencia, en fin, de un país que aguarda ser descubierto.