Escribe Dra. Carla Vizzotti CONSULTORA DE FUNDACION HUESPED
Si bien en la Argentina todavía no hay un movimiento antivacunas consolidado, un proyecto de ley sobre “consentimiento informado en materia de vacunación”, elaborado por la diputada nacional Paula Urroz (PRO), generó la pasada semana polémica al recibir la crítica de profesionales de la salud
Los grandes hitos cambiaron la historia de la salud pública: el agua potable y las vacunas. Dos aspectos que evidentemente hemos naturalizado tanto como para llegar a cuestionar si son necesarios. Sin embargo, gracias a la vacunación, hace 40 años se erradicó la viruela del mundo y hoy nos encontramos a un paso de lograr lo mismo con la polio y podríamos hacerlo con el sarampión, la rubéola y el síndrome de rubéola congénita.
En nuestro país, desde 1983 contamos con la Ley Nacional de Vacunación Obligatoria, ley que urge actualizar dado el inmenso avance que hubo en esta política de Estado. Desde hace más de una década la Argentina es pionera y se destaca por garantizar de manera gratuita uno de los calendarios nacionales de vacunación, para todas las etapas de la vida, más completos en el mundo.
Gratuitas y obligatorias: ése es el diferencial de las vacunas en nuestro país, no una arbitrariedad. Gratuitas, para que todas las personas puedan acceder a ellas, independientemente de dónde vivan y de su realidad económica. En ese sentido, la vacunación nos iguala. Obligatorias, porque lejos de ser una imposición sobre nuestros cuerpos son la garantía de que todas las personas se encuentren protegidas por igual ante ciertas enfermedades y de esa forma lograr la inmunidad colectiva. Cuando una persona se vacuna, no sólo se protege a sí misma, sino que también protege a las que no lo hacen.
Es un beneficio individual y un bien social. Vacunarse es un acto colectivo, ya que al encontrarnos inmunes a un virus o a una bacteria, evitamos también su circulación. Porque cuando un virus o una bacteria circulan, inevitablemente las poblaciones más vulnerables son las que se encuentran más expuestas. Vacunarse es, también, ser solidario con aquellos que no pueden hacerlo.
Quizás las vacunas son víctimas de su propio éxito y por eso hoy algunos, sobre todo los más jóvenes que no vieron epidemias de enfermedades que hoy no son un problema gracias a las vacunas, se permiten dudar de ellas. Sin embargo, la evidencia científica a favor de la vacunación es irrefutable y se sostiene a lo largo de la historia.
Es decir que no hay dudas: las vacunas son seguras y eficaces y una de las mejores políticas de salud pública que podemos tener. Es nuestra responsabilidad seguir trabajando para sostenerla.