Llegaste a nuestras vidas hace poco tiempo, pero aún así nos elegiste sin dudar. Tu casa era la calle y, sin imaginarlo, encontraste el calor de un nuevo hogar, una cucha limpita y muy especial, comida todos los días, paseos por la costanera, un lindo baño de vez en cuando y, por sobre todas las cosas, el amor de una familia.
En estos meses de tenerte, fuiste un gran amigo, un compañero extraordinario: cariñoso, juguetón, compinche, a veces malcriado y -hay que decirlo- un poquito dañino. Esa manía de descolgar la ropa de la soga solo para que la mamá se enojara con vos… o la de romper las bolsas de basura, hábito que seguramente adquiriste de chiquito, cuando “cirujeabas” por las calles del barrio Lamadrid, ahí cerquita de la iglesia Visión de Futuro, donde Antonella te rescató una noche para darte una vida digna y muchísimo amor.
En este poco tiempo que te disfrutamos recibimos tus besos interminables, tu compañía incondicional, esas hermosas siestas y noches compartiendo la cama como si fueras un hijo pequeño… ¡y vaya si lo eras!
Ayer, por esos designios de la vida, jugaste tu última travesura; inquieto, como siempre, saliste a husmear por ahí y un auto le puso fin a tus días en un abrir y cerrar de ojos.
Pancho querido, por estas horas sentimos una profunda tristeza en el corazón y las lágrimas todavía empañan nuestras miradas por tu reciente partida. Pero también estamos convencidos de que sos un ángel que Dios puso en nuestro camino para hacer de ésta, tu familia, una célula de amor indestructible.
¡Gracias por tanto, entrañable compañero! Y ojalá que cuando me toque emprender el mismo “viaje”, te encuentre en alguna calle celestial, tal vez hurgando un tacho de basura o mordiéndole la túnica a Jesús, que seguramente ya te habrá adoptado porque fuiste un perro bueno.
Mientras tanto, querido amigo, estarás por siempre en nuestros corazones.
Anto, Gigi, Mariana, Dany y la Mili, que ya te extraña