Escribe Un miembro de Alcohólicos Anónimos
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“¿Por qué tomás tanto si te hace mal? ¿No te das cuenta del daño que te estás causando a vos y a tu familia? ¿Sabés a lo que vas a llegar si seguís tomando así?”.
Estas son algunas de las docenas de frases similares que un alcohólico escucha a diario en boca de su esposa, padres, amigos. Son palabras que hieren, que irritan, que calan hondo, en la sensibilidad del que vive el problema. Yo, por supuesto, no fui la excepción, habiendo bebido alcohol durante más de 30 años, jamás encontré respuesta a ninguna de estas mortificantes preguntas.
Mi contacto con Alcohólicos Anónimos me trajo no obstante la palabra clave: “enfermedad”. Comencé así a pensar que «soy un enfermo” y por eso vivo obsesionado por el alcohol, de ahí mi incapacidad para razonar, por eso bebo sin control. Sin embargo, demoré cuatro largos meses en aceptarme como enfermo alcohólico. Me preguntaba: “¿Yo enfermo alcohólico?” y mi soberbia me contestaba: “¡Esto lo arreglo yo solo!”. Al sentirme íntimamente derrotado, al tomar conciencia de que por mis propios medios nada solucionaría, al entregarme a Alcohólicos Anónimos pidiendo humildemente ayuda, recién mi vida empezó a cambiar. Llegó entonces la etapa indudablemente más dura: dejar de beber. Tan solo tres palabras, “dejar de beber”, pero a la vez todo un mundo. Felizmente partí de una férrea base, nada era más importante que solucionar mi problema y en esa idea me concentré empecinadamente; comencé por asistir regularmente a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, primero dos veces por semana en mi grupo inicial y de a poco recorriendo otros grupos durante el resto de la semana.
Pregunté de entrada, nomás, lo que más me atormentaba: “¿Qué debo hacer cuando tenga un tremendo deseo de beber?”.
Se me dieron varias sugerencias: a) beber abundante café, gaseosas, mate, agua, y todo liquido en abundancia. b) dulce de batata, membrillo en trozos, etcétera, porque el alcohólico suele alimentarse poco de sólido y mucho de alcohol. Comer con frecuencia sustancias dulces y alimenticias como batata y membrillo es primero adecuado, pues se tiende a mantener el estómago siempre ocupado procurando a la vez evitar que reclame nada. El azúcar actúa como un sedante nervioso natural y solo es perjudicial para el diabético.
Volviendo a mi caso particular, apliqué alternadamente las tres sugerencias y descubrí así que el chocolate servía más eficazmente a mis propósitos, noté en efecto que en los momentos críticos, cuando el deseo de beber alcohol comenzaba a rondar, el comer abundante chocolate calmaba mis ansias. Comprobé que me agradaba más que otras golosinas, que podía comer más cantidad y que, en suma, “me ayudaba”, me preocupé entonces de tener siempre existencia de chocolates en casa, en mi oficina, en el auto, etcétera.
A los tres meses, habiendo engrosado cuatro kilos de peso y con perspectiva de seguir en aumento expuse mi inquietud al grupo, y se me sugirió restarle importancia al hecho, vaticinándome a la vez un próximo fin de la curva ascendente. En efecto, un mes más tarde y ya con mi sobriedad más consolidada mi hija me hizo notar que hacía mucho no comía chocolate. Para muchos compañeros de Alcohólicos Anónimos el dulce de membrillo o las gaseosas fueron la salvación pasajera en esos difíciles momentos iniciales.
Para otros el remedio fue comer huevos duros, caminar largas cuadras o distraerse en un cine, en última instancia, el propio interesado deberá buscar el medio que mejor se avenga a su particular condición de alcohólico,
Como quiera que sea, ¡vaya si vale la pena probar y probarse!
Amigo, amiga: ojalá este mensaje llegue a usted, que está por dar el gran paso hacia su recuperación, con toda la esperanza de que Alcohólicos Anónimos representa y con toda la fe en ese, su éxito, que usted merece. Se lo desea de todo corazón un integrante de Alcohólicos Anónimos.