Escribe Gustavo Calleri
Especial para EL DIARIO
Fue el vencedor de Pavón, a cuya azulada figura de dos pesos la piqueta inflacionaria ya le cavó la fosa, el que trazó las coordenadas de la historiografía argentina; su fundante “Historia de San Martín y la emancipación americana” recortará la figura del militar correntino (ocultando sus posiciones políticas) para elevarla por encima de la dicotomía que aún hoy nos persigue y congelarla en el bronce.
Apoderarse del capital simbólico del héroe si uno tiene vicios de historiador y sobre todo cuenta entre sus pertenencias con un diario, no implicaba incurrir en mayores empresas; ya habría tiempo para repatriar los restos (deseo testamentario que recién cumpliría N. Avellaneda en 1880) o conmemoraciones que fueran más allá de la letra escrita.
Chile lo encargó antes, pero…
Recién cuando el muerto ilustre llevaba una década en el cementerio de Brunoy le entró el apuro por hacer físico el homenaje al enterarse de que los chilenos, a instancias del historiador Benjamín Vicuña Mackenna, habían contratado en Francia a Louis-Joshep Daumas para que cincelara una estatua ecuestre del Libertador.
Precipitadamente partió entonces una delegación a París para contactarse con el escultor que accedió a fundir una copia con un par de pequeños cambios.
“Le salió igualita”
Daumas había nacido en Toulon en 1801, el mismo año en que Jacques-Louis David colgaba en el Louvre su Napoleón cruzando Los Alpes para deleite de su retratado que, maravillado, pediría cuatro copias más para repartir entre sus residencias. La pintura rápidamente se volvió muy conocida y Daumas, que ya pisaba los 60 cuando recibió el encargo sudamericano, no tardó en encontrar similitudes entre ambos militares y si bien su salud se mantenía firme (moriría recién en 1887) su originalidad evidentemente ya declinaba si juzgamos su obra a la luz de la otra: le salió igualita.
A no ser por la tercera dimensión que agrega y puestos en plan lúdico podríamos jugar el las diferencias entre ellas, no obstante nuestro General luce tal cual lo conocimos de joven en el Billiken; sus largas patillas, la guerrera con charreteras, banda y faldón, el sombrero bicornio y su auténtico sable “mameluco” (colocado inversamente al sentido del desenvaine simbolizando quizá aquella famosa frase) no ofrecen dudas, y aunque el caballo no parece ser criollo, su impetuosa actitud no perturba la calma del jinete que con gesto decidido muestra con el índice de su mano derecha más que la cima, el camino hacia la victoria.
La premura en las diligencias ganó la carrera a los chilenos y el 13 de julio de 1862 en la plaza de Marte (actual plaza San Martín) pegadita a los cuarteles de Retiro donde se gestara el Regimiento de Granaderos, se inauguró el primer monumento al Padre de la Patria. El acto fue presidido por Mitre. El discurso también.
Con la llegada del nuevo siglo y el arribo de la inmigración, la elite gobernante utilizaría a nivel urbanístico los monumentos como herramienta pedagógica. Y fue así que la obra de Daumas comenzó a sembrarse por todo el territorio nacional gracias a un sobremoldeado confeccionado por el ingeniero José F. García y fundidas en el Arsenal Naval de Buenos Aires.
Advertidos del plagio, los herederos del francés reclamaron los derechos por cada copia ejecutada (hasta hoy suman 57, encontrándose 13 en el exterior), demanda que las autoridades desoyeron invocando la famosa ley oral del alpiste.
En la provincia ya contaban con un ejemplar las ciudades de Córdoba (1916), Río Cuarto (1931), Bell Ville (1938), Monte Maíz (1952), Río Tercero (1956) y San Francisco (1962) cuando en 1967 la comisión creada para los festejos del centenario de nuestra Villa solicitó al Ministerio de Guerra una copia con la intención de colocarla en plaza Centenario (que durante la década del 60 se llamó General San Martín), para remplazar un pequeño busto del General que sería reubicado en la plazoleta del barrio homónimo.
La idea de jerarquizar los ingresos a la ciudad, sumada a las recientes obras viales realizadas en la zona del puente Alberdi inclinó la balanza (no exenta de polémica) en la elección del actual emplazamiento.
Acontecimiento ovacionado
Cuenta el arquitecto Carlos Alonso, a cargo de obras públicas en aquellos años, que con personal municipal y en un tiempo récord de 38 días ejecutaron la plaza a dos niveles (en el inferior se encontraba el monumento al Gaucho que se reubicó sobre bulevar España y Jujuy, aunque posteriormente sufriría otra mudanza hasta su localización actual) y el alto basamento de mampostería revestido en mármol que alojaría la estatua, cuyo montaje llevado a cabo un domingo por la tarde resultó todo un acontecimiento.
La misma venía desarmada en tres partes: el torso del jinete, el caballo (ambos son huecos a excepción de las ancas) y su maciza cola que contribuye a contrapesar todo el conjunto, al que está fijada mediante un dispositivo a rosca. La colocación de esta última por parte del operario especializado venido de Buenos Aires dio por finalizado el montaje retribuido con una ovación por parte de la multitud.
Desde entonces, hace 50 redondos años que el índice del General que no desenvainó su sable entre hermanos pero dejó clara su posición al regalarlo, nos viene señalando el camino que tercamente seguimos ignorando, como si todo ese tiempo acumulado adoleciera de experiencia; acaso los cercanos y exóticos eucaliptus lo oculten con sus sombras o su figura demasiado alta implique el esfuerzo de elevar la cabeza, o quizás sencillamente el desafío que tenemos por delante no consista en buscar otros caminos, sino en mirarlo con nuevos ojos.