Mientras se transforma en ONG, el Centro de Adopciones y Apadrinamiento Mi Protector, en Villa Nueva, sigue necesitando de la ayuda de todos. La situación económica complica su existencia
Después de tres años y medio, Mi Protector sigue resistiendo a las adversidades, aunque por estos días, la gente que lo lleva adelante reconoce que “cada vez es más difícil” y que necesita imperiosamente una mano para cuidar a los animales.
Situado en el barrio El Vallecito, de Villa Nueva, frente a la cancha del Deportivo América, el espacio todavía cuenta con más de 40 perros y caballos y es esencial para la tarea de contención, sobre todo de los animales más desprotegidos, ante la falta de un albergue municipal, como tiene Villa María, por ejemplo.
“Nos abocamos a los casos más necesarios, los que están enfermitos, viejos, las mamás que van a parir… Vacunamos, castramos, les ponemos pipetas, desparasitadores”, cuenta Silvana, una de las encargadas del lugar.
Para ello, a lo largo de los meses fueron construyendo los caniles, que son espacios de ocho metros por quince de largo cada uno. En los caniles se agrupan los animales según el carácter o edades.
También pudieron hacer un patio de juego de 750 metros cuadrados, donde se van largando a los animales, desde los caniles; se los pasea y se los entrena.
“Se los va a atender dos veces al día y hay gente que se agrega como voluntarios que van y los pasean, le tiran pelotas… Eso ayuda mucho”, explicó Silvana.
La labor es tan importante que Mi Protector cuenta con una ayuda de parte de la Municipalidad de Villa Nueva, que provee cuatro castraciones al mes.
“Son las únicas castraciones que hacemos porque es imposible pagar extras”, cuentan.
Sin embargo, la crisis económica que se percibe en la comunidad y cierto desinterés de un sector de la comunidad ponen en peligro este tipo de lugares.
Silvana reconoce que todo lo que aporta de su bolsillo y de la gente que colabora, más la ayuda gubernamental, no alcanza.
“Pagamos alquiler, pagamos a una persona para hacerle mantenimiento, más el alimento, medicamentos, atención veterinaria… Las cosas se van rompiendo y hay que mantener las puertas… Se complica”, admitió.
Entre la ayuda de la gente, explicó: “Tenemos algunas personas que se adhieren como socios y nos pagan un bono a contribución mensual, a 100 pesos, pero son muy poquitas personas. Por la situación económica cada vez menos van colaborando”.
En ese contexto, reveló que se complicó hasta solventar la comida. “Una bolsa de balanceado es cara con respecto a un par de años y le tuvimos que buscar una marca dentro de las más económicas, cuando lo ideal sería algo mejor”.
“Representa un gasto enorme al mes. Hablamos entre 5 y 8 mil pesos en balanceado, sin hablar de la función del veterinario y más”, añadió Silvana.
En medio de la compleja situación, Silvana indicó que Mi Protector se convirtió en una Organización No Gubernamental (ONG), por lo que se puede trabajar de otra manera. Mientras, todos se aprestan a vender prepizzas, pizzetas y tallarines (ver en Falucho 319, del barrio General Paz, el 18 del corriente mes, de 19 a 21), para reunir fondos necesarios para el centro de adopción y apadrinamiento.
“Estamos con mucha incertidumbre sobre qué va a pasar en el futuro… Si cerramos, ¿qué hacemos con los animales que tenemos? No es tan fácil”, expresó Silvana.
Es por ello que remarcó que el principal cometido es “que los animales no queden ahí, que se den en adopción”.
“Tenemos animales que hace mucho tiempo que esperan una casa y soñamos con que algún día puedan tener una”, sostuvo.