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Los créditos impagables

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Los créditos impagables

Escribe Eduardo Bonoris (*)
Especial para EL DIARIO

Decía Albert Einstein que cuando repetimos la misma fórmula esperando encontrar resultados diferentes es una falacia ya que con los mismos métodos se logran los mismos resultados. Es lo que ocurre con los créditos hipotecarios para financiar viviendas familiares, pero repitiendo los sistemas que fueron empleados antaño y que causaron tanto daño a las familias que perseguían el sueño de la casa propia.

Para ello solo debemos hacer un simple ejercicio de memoria, por lo cual me veo en la necesidad de ese recuerdo.

Corría enero de 1980 cuando el ministro de Economía, Alfredo Martínez de Hoz (nunca más apropiado el apellido) segó la ilusión de muchas familias argentinas dictando la Circular 1.050 para los créditos hipotecarios indexados por las tasas de interés que por entonces eran altísimas, tornándoles imposible pagar a quienes habían contraído ese tipo de préstamos.

De tal suerte que quienes había pagado el 50% ($50.000), de un crédito de $100.000, con la aplicación de la 1.050 se encontraban con que debían $150.000 más, por lo tanto, imposibles de pagar, y trajo como consecuencia miles de juicios para aquellos que se creían con derecho y demandaron por usura a las entidades financieras que los instrumentaron, para los que no se animaron perdieron su vivienda, quedando sin casa y con una deuda impagable.

Ello trae entonces una pregunta: ¿los préstamos son para ayudar a las personas, al grupo familiar, o para que las entidades bancarias acumulan más ganancias que giran a sus casas centrales? O ¿qué debe primar en toda operación de estas características, el porvenir de una familia o solo asegurar el lucro de estas empresas en su gran mayoría multinacionales?

Los créditos para vivienda son de dos tipos: para la adquisición o para la construcción, ampliación o reforma de viviendas familiares, en las dos formas son en esencia “ayuda” que el Estado establece para resolver el déficit habitacional de la República, por lo tanto, deben tener dos insoslayables referencias: la moneda, esto es el PESO, nuestra moneda, la otra que tiene que tener un techo, los ingresos del grupo familiar, tope que no puede ser alterado por ninguna circunstancia el 25% de esos ingresos para que quien los contrata sea consciente que es una verdadera ayuda.

Sin embargo, todos los planes implementados a partir del Gobierno militar siguen el mismo sistema que consolidó de manera precisa Domingo Cavallo en su plan de convertibilidad, que consisten en asegurar a las entidades financieras su rentabilidad empezando por establecer parámetros de actualizaciones, a saber: antes del proceso el sistema empleado por los bancos era el sistema alemán, que consiste en hacer el cálculo de los intereses pactados sobre el capital y a ese monto dividirlo por el número de cuotas a pagar, por ejemplo a veinte años, son 240 cuotas, de tal manera que el deudor sabe desde el vamos cuanto le costarán esas 240 cuotas y va a pagar parte del capital y parte de intereses; ahora los créditos están establecidos por el sistema francés, en los cuales esas mismas 240 cuotas no van a ser iguales, sino que las 120 cuotas iniciales el mayor porcentaje de las cuotas van a intereses y uno -muchísimo menos- a amortizar el capital, resultando que aparte de los intereses pactados el banco o entidad financiera va a percibir los intereses en forma adelantada, con la consecuente ganancia para el banco porque vuelca esos importes a su cartera de nuevos préstamos.

La segunda cuestión es que los préstamos para adquisición han sido establecidos en pesos, pero con directa relación con dólares, con la banal explicación que los vendedores (inmobiliarias) solo venden en dólares, apareciendo claramente que los préstamos se otorgan para solucionar problemas de vendedores y no de los compradores, que deberían ser los beneficiarios verdaderos; esto se advierte con la suba de la cotización en julio de la moneda estadounidense, que trajo -felizmente- el primer inconveniente grave.

Quien había contratado la compra de un departamento por $1.500.000, era el equivalente a U$S100.000 (cotización a $15 por dólar), pero cuando fue a concretar la compra el dólar está a $18, por lo que el banco no le daba los 100 mil sino tan solo U$S85.000.

Cómo pretende solucionar el banco el problema: 1) Alargando a 30 o 40 años el préstamo; 2) elevando el límite máximo de la relación cuota ingreso del 25% al 30%, y 3) agregando un seguro de riesgo a cargo del comprador mientras dure la transacción.

Queda así plasmado de manera indiscutible quiénes son los beneficiarios: los vendedores y las entidades de crédito.

Que 20 años no es nada hay que dejarlo para el tango, no para la vivienda. No es lo mismo 20 que 30 o, más aún, 40 años, pudiendo asegurar que quien lo contrajo a este último, no sabe si cuando tenga que abonar los últimos cinco años podrá hacerlo con su jubilación. Si quieres obtener resultados distintos, cambia los métodos, si no, éstos se repetirán como lo hicieron antes, mucha improvisación y, sobre todo, desprecio por nuestra moneda, máxime cuando se instrumenta desde el Banco de la Nación Argentina.

Los mismos métodos con los mismos resultados, que podrían llamarse una nueva cara de lo mismo: LA USURA.

 

(*) Abogado villamariense radicado en Mar del Plata. Autor del libro “Cómo recuperarse de los abusos del poder financiero: la usura”