Por Federico Ibáñez (*)
Estábamos en la playa y emprendimos viaje como a las 16.30 rumbo al hotel. Veníamos en el metro y dos paradas antes de la Rambla (estación Liceo), nos hicieron bajar y desalojar el subte, porque supuestamente había ocurrido un atentado.
Un ratito antes de subirnos vimos mucho movimiento de bomberos, ambulancias y policías, pero no sabíamos lo que realmente sucedía. Cuando estábamos tomando el metro, algunos pasajeros comentaron que había ocurrido un atentado terrorista, pero esas voces sonaban como lejanas.
Cuando salíamos de la boca del metro, nos encontramos con gente corriendo, llorando; vehículos de emergencia que iban y venían. Nosotros no llegábamos a comprender la magnitud de lo que pasaba. Tomé algunas fotos con mi celular. Eran las 5 de la tarde y empezaron a colocar vallas y desde entonces no pudimos acceder a ese lugar, ni llegar al hotel. Nos quedamos dando vueltas hasta las 0.30, cuando pudimos pasar, aunque por ninguno de los sectores vallados la Policía permitió ingresar a nadie. Había muchos rumores, entre ellos que los terroristas habían tomado rehenes. La situación era tensa. La gente lloraba y corría porque muchos de sus familiares trabajan o viven por ahí y estaban incomunicados. Fue un caos.
Yo estoy con Rodrigo González (hijo de Juanchi González) y con Francisco Iglesias, cura párroco de la Parroquia Sagrada Familia, todos de Villa María. Ellos llegaron hace una semana y yo llegué el miércoles.
Esto que pasó ocurrió un día después de mi arribo. Apenas sucedió el atentado cortaron los vuelos a Barcelona.
Nuestro viaje fue planificado en un corto lapso. Nuestro amigo, el padre Pancho, nos invitó. Hace tres meses saqué el pasaje y me vine. Quería cumplir varios sueños. Pero que esté pasando ahora todo esto… Esperemos que, más allá de todo esto, podamos volver a disfrutar algo.
A las 17 horas de hoy (por ayer), está toda la zona ya sin vallas. Hay mucha gente caminando y muchísimos reporteros de distintos lugares del mundo, haciendo entrevistas, mientras se suceden los homenajes a las víctimas, en distintos tramos de la Rambla. La gente en la calle va caminando mientras habla con sus celulares y comenta de las muertes; escucho a la gente hablar de que hay que ir a los hospitales, supongo que para donar sangre…
Ahora camino por la Rambla y voy mirando para todos lados. Se juntan tantas cosas y transita tanta gente, que uno siente temor.
(*) Federico Ibáñez tiene 25 años, es profesor de Educación Física y atleta con varios podios nacionales