Escribe Walter Vargas (*)
Que la convocatoria haya sido sorpresiva, si se quiere arriesgada y más bien fruto de la escasez de laterales de categoría, en nada empaña los genuinos valores de Fabricio Bustos (nacido en Ucacha y con pasado en el baby fútbol y en las divisiones inferiores de la Liga Villamariense), un muchacho de presente luminoso y techo por verse.
En principio, cabe reponer que desde que el fútbol es fútbol y la selección es la selección los nombres fuera del catálogo no fueron una constante, pero sí una posibilidad que los entrenadores tomaron y asumieron.
Y en rigor ha habido de todo, desde golondrinas de un solo verano hasta apariciones rutilantes que permanecieron y brillaron: por caso, el mismísimo Javier Mascherano.
Bustos, se sobreentiende, integra la lista del plantel que afrontará la serie clave ante Uruguay y Venezuela sin que eso signifique que vaya a tener minutos en la cancha.
Sin embargo, pese a su juventud y su condición de novato, se ha revelado como una de las contadas excepciones en un puesto poblado de unos cuantos mediocres y otros apenas aceptables: muy buenas condiciones físicas (vigor, velocidad, reacción), buen manejo de la pelota y determinación para apuntalar a mediocampistas y atacantes.
¿Semejante menú alcanza para jugar en la selección?
¿Hasta dónde lo inhibe el hecho de que marcar en tiempo y forma no conste en su casillero del haber?
La primera pregunta puede ser respondida con una acotación lateral, que podría no venir al caso: en materia de marcadores de punta, Argentina no es Brasil ni Uruguay.
Son esos países hermanos los que han destacado y destacan por alumbrar laterales de todos los colores, copiosos en cantidad, en calidad, en variedad y en ejemplares capaces de dar la talla en la procesión y en la campana.
(De hecho, el mejor lateral que el autor de estas líneas vio en las canchas argentas fue Sergio Bismark Villar, el uruguayo del San Lorenzo campeón invicto con Los Matadores, en 1968, crack entre cracks, sea de 3, sea de 4).
La segunda pregunta, si el hecho de no sobresalir como un buen marcador lo inhibe, merece una respuesta tajante: no.
Primero porque se trata de un valor entrenable y perfeccionable, eso en general y ni hablar en un jugador como Bustos, de apenas 21 abriles y menos de 25 partidos en Primera.
Y después, porque ni por asomo han sido un canto a la firmeza defensiva los dos últimos laterales derechos de la selección con continuidad: Javier Zanetti, hombre récord con 145 presencias internacionales, y Pablo Zabaleta, con 46 partidos y el Mundial de Brasil sobre el lomo.
Y, ya que estamos, por cierto, tampoco el otro número 4 predilecto de Jorge Sampaoli es de los que anticipan con sentido de la oportunidad, jamás se despistan, van a los pies y ganan, etcétera: el santiagueño José Luis Gómez es prometedor cuando va y más bien perdedor cuando vuelve.
El que puede ufanarse de ser un defensor con todas las de la ley es Gabriel Mercado, aunque al parecer don Sampaoli pondera más su ductilidad para acomodarse en una línea de tres.
En ese escenario, del propio Bustos dependerán el crecimiento, la consolidación y un eventual espacio ganado en el dorado sueño de tantos y tantos pichones como él: la albiceleste.
Entretanto, en la pequeña Ucacha celebran, en el ámbito del Club Jorge Newbery sacan pecho porque Bustos es el segundo hijo de la casa que llegó a la selección (el otro es Pablo Piatti, hoy en el Espanyol de Barcelona), Enrique Borellli se siente satisfecho porque lo «descubrió» en Monte Maíz, Gabriel Milito por ponerlo en Primera y Ariel Holan por elegirlo como titular.
(*) Columnista de la agencia TELAM