Si está bien o está mal, es otra historia. Lo cierto es que a mediados de 1975, en Villa María la vuelta “del perro” era eminentemente céntrica. Por “aquellos lados”, poca cosa: el Club Central Argentino, el Anfiteatro, el Sport, la confitería Z y “más allá la inundación”… La Lomoteca ampliaba el circuito gastronómico con una propuesta innovadora (servían comida en el auto) y un ambiente intimista. Después la siguieron las bailables Ye Hu, Miura y, hacia los 90, Kabranca
Días atrás, José Ignacio “Coty” Córdoba, anunciaba a través de EL DIARIO la última noche de Lomo, como se llamaba actualmente el restó. La despedida fue con la actuación de Lolo, el guitarrista de Miranda!
La buena música fue una constante en esa esquina de la costanera, desde la creación de La Lomoteca por los padres de “Coty”, Leo Zayas y José Ignacio Córdoba, con Tito Chanquía eligiendo los long plays detrás de la barra, hasta esa noche de cierre definitivo. Por ahí pasaron los Illya Kuryaki, Leo García y tantos otros. Ahí “velaron” músicos locales a todo concierto al Flaco Spinetta cuando se fue de gira con el Capitán Beto.
El hijo del primer propietario confiaba a uno de los periodistas del medio que el local dejaba a un proyecto inmobiliario.
Y durante la semana pasada, la empresa constructora que emprenderá el derrumbe del “pasado” para luego edificar el “futuro” empezó a colocar las mamparas de chapa con la cual se mantendrá a cuidado el obrador.
La esquina, vista así, no deja de ser una postal en la que se conjugan la Villa María del ayer y actual.
Aquella Lomoteca setentista de Leo y José Ignacio (padre) fue un espacio como no había otro en la ciudad. Era un octógono con techo de paja, desniveles, asientos de cemento unidos a las paredes y los pisos, terminados con un bolseado… Algo muy de la época, muy Mau Mau.
Los automóviles podían estacionar ante sus veredas que acompañaban la forma del octógono, los camareros se acercaban al auto, tomaban el pedido y luego colocaban una mesa que se adhería a la ventanilla, con lo que se podía comer sin bajarse del vehículo.
Fue una atracción más para “estirar” la costanera, para ir “a ver cómo está la cosa por allá” antes o después de ir a bailar a Chac o a Kreo, como alternativa a La Madrileña, Eden Bar, Antón, Carré o cualquiera de las posibilidades que entonces ofrecía el casco céntrico de la Villa.
La Lomoteca era, sin dudas, una suerte de marca registrada, un sitio muy particular, con “habitués” que reconocían el buen gusto arquitectónico, musical y gastronómico.
En 1985, pasaron a regentearla unos chicos que eran Eduardo Menard y Pinqui Falchetto, quienes conservaron ese ambiente particular, elegido, siempre alternativo a lo común.
Ellos lo tuvieron en sus manos durante ocho años, hasta que se hizo cargo de la emblemática esquina Nano Figueras, con un nombre nuevo: Tequila.
Hubo variantes, claro, hasta que en 2005, el hijo de los pioneros tomó otra vez las riendas y, con Lomo, mantuvo el espacio para los nostálgicos y también para las nuevas generaciones que apreciaron aquel mismo toque de distinción.
Más allá de la nostalgia, más acá del porvenir, aunque no la veamos, La Lomoteca siempre estará.