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Final de un camino, comienzo de otro

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Final de un camino, comienzo de otro

Henchido de ese aura tan especial que dan las localidades fronterizas, el pueblo disfruta además de un fuerte carácter andino. El colorido del centro, el puente internacional, los paisajes de los alrededores y paseos en las vecinas Yavi (en Argentina) y Villazón (en Bolivia)

Escribe Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

Uno llega a La Quiaca y está hecho. Los 1.350 kilómetros de andares desde Villa María, el cansancio y el trajín, todo queda pago en el solo estar. Ahí, en el extremo norte de tu país, donde el ambiente sabe a lejanías y a frontera. La que separa Argentina de Bolivia y viceversa. La que despierta mariposas en la panza y más ganas de viajar.

Amén de aquello, la localidad jujeña cobija varios atractivos en los que vale la pena adentrar ojos y narices y unos alrededores de puna que resplandece, abrazada a bellísimas cadenas montañosas que se esparcen en los horizontes, y llanuras de sequía en la que respiran cactus solemnes y salvajes vicuñas y ñandúes.

 

Sabia incaica y española

A 3.400 metros de altura sobre el nivel del mar, La Quiaca luce de maravillas su encanto andino. Toma la esencia de la Quebrada de Humahuaca (al sur, por ruta 9) y le añade algo de lúgubre acertijo, el que suele adornar a los municipios fronterizos a lo largo y ancho de Sudamérica.

Hay casas viejas convertidas en aguantaderos de mochileros (los dueños suelen abrir los garajes y cobrar monedas para poder echar las bolsas de dormir), ancianos vendiendo tortillas, comedores de mala muerte ideales para clavarse un regio picante de pollo.  

También una plaza, la Independencia, que trae la época de los incas con fuente de piedra y cielos inmensos, y la de los españoles, con la iglesia (muchos sus rasgos coloniales) y el encuadre general. Para aprender sobre historia local, el forastero ha de meterse en los altares del Museo Etnográfico Mosojñian y aspirar conocimientos de lo pre y poscolombino en la región. Para inyectarse de carácter rural y puneño bien viene visitar el Mercado Central, vidriera de artesanías hechas en lana, madera y barro y de productos alimenticios recién llegaditos del campo.

Tras el paseo, queda el interesantísimo espectáculo antropológico que ofrece el Puente Internacional Horacio Guzmán. La estructura de cemento no dice nada, pero sí el trotecito de las mulas humanas, que van y vienen llevando las mil y una cargas a las espaldas, hacia y desde Villazón. El municipio boliviano, que aumenta los tonos pintorescos de su vecino, le añade un sinfín de puestos para comprar lo que sea a precios sospechosamente bajos y configura un primer impacto de todo lo que la hermosa y hermana república tiene para convidar.

 

Arrugas centenarias

Aunque si de escapadas se trata, nada como encarar al este y luego de escasos 17 kilómetros arribar a Yavi. Un pueblo histórico de arrugas centenarias, embellecido por un río de alturas, sauces que le siguen el juego y, fundamentalmente, construcciones coloniales que exaltan la imaginación.

Las más conocidas son la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario y San Francisco y la Casa del Marqués (durante los polémicos años del Virreinato de Perú, hogar del Marqués de Tojo, una celebridad en estos pagos). En el resto del mapa destacan casitas eternas hechas en adobe y techo de paja.

Otros valores de la zona son Santa Catalina, el Cordón de los Ocho Hermanos (y sus quebradas multicolores) y la laguna de Los Pozuelos (donde las estrellas son los patos y una dotación de 25 mil flamencos rosados, entre otras familias de aves). Jujuy y La Quiaca viven a pleno en tales que acuarelas.