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El perro en el establo

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El perro en el establo

En un establo cerca de un gran pastizal vivían 30 vanidosas vacas y un pastor alemán. Todos los días las vacas muy seguras de que eran muy importantes para su dueño, movían sus colas mirándose largos ratos unas a otras antes de hacer caso al perro pastor que, animado, daba brincos para llevarlas a pastar.

Luego, sin mucha prisa, pasito a paso iban a comer. El perro saltaba mostrando el camino, corriendo, ladrando, y diciendo a las vacas por dónde llegar al gran pastizal. «Por acá señoras! Por acá!». » Vamos, ya es hora de llegar», ladraba el perrito, «Señoras en fila para cruzar el río».

Las vacas se burlaban del perro: «Nosotras somos importantes, somos las vacas, damos leche a nuestro amo, así que nosotras marcamos el paso, no este perro tonto que está hecho de saltos, carreras y no da nada al amo». Todos los días era lo mismo, las vacas miraban al perro por encima del hombro, mientras el perro trataba de ordenarlas a su paso entre carreras, ladridos y saltos.

Una noche, al llegar al establo, el perro agotado se echó al costado y escucho a las vacas burlarse de su trabajo, «Ese perro inútil cree que nos lleva y no sabe que nosotras lo llevamos hasta nuestro pasto ja, ja, ja «. Se reían haciendo escándalo «¿Quién necesita a ese perro?» Esa noche, el perro se durmió llorando.

Al amanecer el perro decidió no seguir pastando a aquellas vacas vanidosas y se fue en busca de otros animales más agradecidos que reconocieran su trabajo. Cuando fue la hora de salir al pasto las vacas meneaban sus rabos esperando que llegara el perro flaco brincando y ladrando para salir de nuevo al campo, pero no escucharon ladridos ni vieron saltos.

Solo se escuchaba al amo llamando «¡Tarzán!, ¡Tarzán! ¿Dónde estás?». Pasó la mañana y sus grandes estómagos comenzaron a rugir. Las vacas esperaban ya poder salir, pero vieron luego que el amo molesto solo les traía pasto. «Y que ha pasado con nuestro paseo?», decían las vacas mientras comían rumiando, «¿Es que el perro inútil se olvidó de nosotras que somos importantes?» y así las vacas pasaron el día burlándose, riéndose y criticando al perro.

Al día siguiente, por no salir al campo, las vacas vanidosas se estaban aburriendo, pero una vez más no escucharon los ladridos del inútil perro, solo vieron al amo trayéndoles pasto, «creo que hoy tampoco al campo saldremos», » seguro que esos ricos pastos ya deben estar creciendo y nosotras aquí acaloradas nos quedaremos», decían las vacas mientras rumían su pasto.

En lo que quedaba de día, las vacas siguieron discutiendo por quien tenía la culpa de la huida del perro «fue tu culpa por no darte prisa», «no, fue la tuya por no formar fila» «no, fue tuya por mojarte en el arroyuelo cuando veníamos de regreso»… Se culpaban unas a otras sin encontrar al responsable. Pasó un día más y las vacas ya cansadas se resignaron a su encierro.

Fue al no salir al campo y mugir su aburrimiento, cuando de pronto una de las vacas dijo con gran suspiro: «¡Extraño al perro”, “sí, yo extraño sus ladridos”, “y yo sus saltos de contento”, “y yo extraño el que nos pasee dando órdenes como de sargento”, ¡“ah! pero era bueno el perro, nos sacaba temprano sin importarle el frío, calor o la lluvia de invierno», «sí, siempre pensó en nosotras y en nuestro alimento, en conseguirnos pasto y del más tierno».

Y en ese tercer día las vacas entristecieron y no dieron leche pues de tristeza casi no comieron. El jilguero del roble que crecía al costado del establo escuchó los lamentos de las vacas tristes y fue a buscar al perro. Voló todo el día buscando y buscando y al final de la tarde encontró al perro, echado al costado de un hormiguero con el hocico picado y con cara triste.

«Al fin te encuentro perro. Te he estado buscando por todo el campo», dijo el jilguero. «¿Para qué me buscabas?, preguntó el perro». «Para que vuelvas al establo» respondió el jilguero. «¡Allí no me necesitan! Esas vacas vanidosas no me quieren ni respetan, y yo no quiero eso, por eso me fui a buscar otros rebaños», dijo el perro.

“Fui donde las abejas, me picaron, y ni caso me hicieron, siguieron volando a las flores que quisieron. Fui donde los patos, traté de dirigirlos en el agua, pero nadar es demasiado cansado para un perro. Fui luego donde unos gusanos que encontré en un árbol, pero caminaban muy lento, y por más que yo ladrara, al día siguiente eran mariposas, salieron, volaron, y se fueron muy lejos. Ahora estoy aquí tratando de decirles a estas hormigas donde ir, pero pasaron sin mirarme, les ladré, les brinqué y solo esquivaron mi pata y siguieron adelante». «Por eso debes regresar», dijo el jilguero, «las vacas están tristes, ya ni leche pueden dar desde que te fuiste», «ayer las escuché decir que te extrañaban y que si tu regresabas nunca más de ti se burlarían». «¿Eso dijeron?» se alegró el perro, y partió rumbo al establo, ladró y brincó, sin dejar de mover la cola.

A la mañana siguiente las vacas escucharon los ladridos sonoros, se arreglaron temprano para salir al pasto, y el perro contento las llevó ladrando diciendo «señoras, buen día, nos vamos al campo», se hicieron amigos y nunca más pelearon. Y el jilguero pudo dormir sin burlas, sin culpas ni quejas en el roble al costado del establo.

FIN

Patricia Gallegos