El tapial fue montado a medida que los propietarios de los terrenos del barrio Portal de la Costa iban construyendo sus casas. En la actualidad hay partes caídas, ya que impedía el paso de los vecinos de La Floresta hacia el río, además de significar una segregación social
Escribe: Emiliano Eandi
Fotos: Roberto Zayas
DE NUESTRA REDACCION
Aunque no genere tanto debate como el que Donald Trump quiere imponer en la frontera entre México y Estados Unidos, el muro que divide a los barrios La Floresta y Portal de la Costa sigue siendo un símbolo de la desigualdad en Villa Nueva.
En el mundo, los muros tienen un sentido que va más allá de los argumentos poco convincentes de quienes promueven estas iniciativas. “La inseguridad” aparece como el caballito de batalla del discurso promuros, pero la realidad quizá se acerque al deseo de dormir tranquilos sabiendo que aquellos que viven a metros de sus almohadas no podrán acceder a su nivel de vida y, por ende, tampoco a su barrio ni transitar por las mismas calles que ellos.
Según el relato de una de las vecinas más antiguas de La Floresta, en 2009 -año en que se empezaron a levantar las tapias- “no cayó muy bien, porque estaban haciendo una diferencia con nosotros”.
“Siempre discriminaron al barrio, no se por qué, si siempre fue tranquilo”, aseguró Daniela Romero, quien junto a Miguel Silva habitan allí desde que había no más de 10 casitas en esa zona.
Por el relato de la gente pudimos saber que hubo varios intentos de romper algunas de las partes del tapial, pero lo volvían a reconstruir. Sin embargo, necesidades tan simples como ir a bañarse al río hicieron que en la actualidad existan partes en las que el divisorio está fracturado, permitiendo el “libre” paso de un lado a otro.
Al pie de los ladrillos block que componen el muro se observan actitudes que tranquilamente se pueden vincular a acciones contestatarias ante tal segregación social. Una, por ejemplo, es la costumbre de arrojar basura contra el tapial: “No sé por qué lo hacen, como si no pasara el basurero”, intentó explicar Daniela.
“Muerte a la yuta” es una frase que se lee en otro sector, escrita con aerosol y con un tinte contestatario. Obviamente, Portal de la Costa no es un barrio policial, pero al fin y al cabo tanto sus habitantes como la institución a la que se le expresa el repudio -desmedido, a nuestro entender, por desear la muerte- actúan en pos de algo en común: la seguridad.
Romance de barrio
En La Floresta, las familias que viven en las calles Corrientes, Formosa y Vaudagnotto están encajonadas por una planta industrial que da a la San Luis y por la Piedecasas, que es el nombre que lleva la calle del muro.
En ese recinto, la familia de Daniela resiste el cerrojo con las historias del barrio que reflotan a medida que avanzan las preguntas.
Ellos viven sobre Corrientes a metros de la cancha de Los Leoncitos, que hace esquina con el tapial que da al barrio Portal de la Costa. “Primero se llamó Boca La Floresta, después eran Los Leoncitos de Alem y ahora son solo Los Leoncitos”, recordaron.
Daniela, madre de familia, narró parte de las imágenes que aún conserva en su memoria. “Donde ahora esta eso (por Portal de la Costa) antes había una quinta enorme, con gallinas y una tapera, que le decían. Ahí jugaban todos los chicos del barrio”.
Enseguida se arrimaron sus hijos para sumar el dato de los cañaverales y los árboles de granadas, poco comunes y atractivos para los niños de aquel entonces. “Había un monte hermoso”, expresó uno de ellos.
No hay muros ni vallas para la memoria de esta familia, como para tantas otras. Aunque, claro está, esa pared comunitaria que da la espalda al popular barrio no ayuda mucho a inspirarse para recordar los viejos azahares. Pero, siempre, la memoria florece.