Renato Sansinanea fue durante 23 años el animador y representante de la orquesta local A Puro Tango. Actualmente no solo canta en los karaokes, sino que también asiste a las milongas donde comparte con los jóvenes una danza que, allá por 1880, surgió clandestinamente
Un silbido recorre noches elegantes y ocultas. Rumores acompasados se detienen en las esquinas. Las calles visten de traje y bajo su sombrero llueven melodías con la mirada triste. Las madrugadas se mojan los pies con las lágrimas de un instrumento abandonado. El amanecer desenfunda su facón y desafía con su canto a la voz que, inquieta, pronuncia la palabra que de niño lo asaltó: tango.
“A mis padres les gustaba mucho bailar y con mi hermana menor los acompañábamos a pistas como ‘El Infierno’, que se encontraba donde hoy está el casino. Eso impregnó nuestros cuerpos”, recuerda Renato Sansinanea. Nació en Noetinger, pero al poco tiempo se trasladó junto a su familia a Villa María. Excepto un año en que vivió en James Craik, localidad donde contrajo matrimonio, la ciudad se convirtió en su escenario cotidiano.
Frecuentador de los famosos asaltos, donde se concentraban los amantes, entre otros géneros, del dos por cuatro, el “gardeliano de alma” -como lo revela el Monumento al Zorzal que diseñó y que se encuentra en el barrio Trinitarios- rememora aquella época. “Se bailaba, conversaba y bebía toda la madrugada. Era todo muy familiar”, manifiesta.
Con no más de 12 años, la pista del Club Sparta fue uno de los espacios donde también mamó el tango. “Trabajaba por un sándwich y una gaseosa y aprovechaba para ver a muchas orquestas que venían de Buenos Aires”. Y si se habla de clubes, Alumni es una fotografía que sigue presente y que lo formó para, tiempo después, convertirse en el presentador de A Puro Tango, orquesta que acompañó durante 23 años y con la que debutó oficialmente un 18 de diciembre de 1993.
Más de seis décadas son las que se desarrolló como presentador: “En 1956, con 18 años comencé a presentar espectáculos. Normalmente se realizaban en el Club Alumni”. En este sentido, añade: “El periodista Tito Zapata era el encargado de hacer la locución de los shows. Me convocó, lo ayudé y de esa manera fui creciendo”. Un año después empezó a animar a la orquesta de Villa María La Típica Splendid. Y desde ese momento no se detuvo.
Los bailes eran la reunión obligada: “No había confiterías bailables y ese tipo de espacios. Lo que hacía el Club Alumni era entresemana”. Alberto Castillo y Los Negros Candomberos, Eduardo Adrián y Los hermanos Abalos fueron algunos de los músicos que arribaron a la ciudad por aquellos años. Asimismo, otros artistas de escenario como cuentistas y humoristas hicieron lo suyo.
Sin embargo, los años diluyeron este tipo de presentaciones. Los costos cambiaron y los espectáculos, al igual que los conjuntos orquestales, menguaron: “Esto puede observarse también en Buenos Aires. Históricamente, grandes orquestas como las que tuvieron Aníbal Troilo o Juan D’Arienzo terminaron en quintetos, cuartetos, tríos o dúos”, explica. Y agrega: “Por ejemplo, Troilo tenía una gran orquesta: bandoneones, violines, violas, cellos, piano, contrabajo, flautas y percusión. Y terminó haciendo un dúo con el guitarrista Roberto Grela”.
En el caso de A Puro Tango, los contratos -entre 30 y 35 anuales- disminuyeron drásticamente: “El tango gusta, pero tiene un costo comercial que nadie quiere pagar. Más de 150 pesos de entrada no se puede cobrar. Siempre te dicen: “¡Qué lástima que se desarmó el conjunto!”, pero no se puede sostener en el tiempo una estructura musical sin recursos. No hay manera de costear el show. Son muchos los gastos”. Y sentencia: “No hay trabajo. Por eso decidimos despedirnos”.
En la década del 80 creó, junto a su socio Elvio Graglia, el café concert Nonino. Los viernes era para “solas y solos”. Participaban cantores de Córdoba, Río Cuarto, Rosario o Marcos Juárez y siempre actuaba un músico de la ciudad o la zona. Por su parte, los sábados se denominaba “Cena show” y, además de los artistas del día anterior, se presentaban figuras de Buenos Aires como Alberto Castillo, Jorge Valdez, Enrique Dumas, Nelly Vázquez, Guillermo Fernández, Rodolfo Lesica, Roberto Rufino y Alberto Marino.
La radio -medio en el que difundió el tango, el turf y las carreras de caballo en sulky- constituyó otra de sus facetas. “Uno se hace la novela estando ante el micrófono. La imaginación se potencia. No sabés quiénes ni cuántos están del otro lado”, dice con nostalgia. “El desván y los recuerdos” y “Tango de hacha y tiza” -este último se mudó a la televisión- fueron los dos programas que realizó durante un lustro en los 90.
A través de estos ciclos comenzó a contactarse con muchos de los músicos que, con el bajón que hubo en el tango en 1970, habían dejado de tocar por poco más de 20 años. En esta dirección, expresa: “Organicé reuniones con los viejos artistas de Villa María. Hacíamos asados, cada uno llevaba su instrumento y, paulatinamente, se regresó al ruedo”.
En 1993 y a 60 años de la actuación del Zorzal en lo que fuera el cine teatro Capitol local, Renato concibió el festival “La noche de Carlos Gardel”. El espectáculo constituyó el puntapié para que, otra vez, el tango se impusiera y se crearan, entre ellas, A Puro Tango, nuevas formaciones: “Nunca pensé que la propuesta duraría 20 años ininterrumpidos”. Allí, tal vez sin imaginarlo, el futuro le deparaba un intenso recorrido.
Una ciudad con historia
Villa María tuvo y tiene una gran virtud: la posibilidad de ser una ciudad con mucho tango. A mediados de la década del 50 hubo aproximadamente 14 conjuntos orquestales grandes. Estaban compuestos por cuatro o cinco bandoneones y la misma cantidad de violines, además del piano, el contrabajo y el cantor. Somos generadores de músicos.
Siempre dije que podríamos ser la capital nacional del tango si tenemos en cuenta la relación que existe entre el total de la población y la cantidad de orquestas que tuvimos y que seguimos teniendo.
Somos un centro geográfico muy importante por la manera en que convergen las rutas. Por ende, las orquestas se establecían en la ciudad se quedaban una quincena y recorrían distintos pueblos: General Cabrera, General Deheza, Oliva. También venían por otras cuestiones como la hotelería.
La última orquesta que hubo en la ciudad fue la del violinista Carlos Laurent en 1972. Después hubo un impase. Quedaron algunos dúos que, con cierta nostalgia, hacían algo.
Arrinconado
En la década del 60, con la invasión del cuarteto y el folklore, el tango comenzó a verse desplazado. Es en ese momento cuando nacieron grandes conjuntos como Los Chalchaleros o Los Fronterizos. Y el cuarteto, a la vez, empezó a copar los bailes.
En esos años también aparecieron las confiterías bailables; otro de los factores por los que las milongas quedaron relegadas.
Gotán
Es una de las danzas más lindas del mundo. Es un sentimiento. Se baila abrazado y los movimientos deben ser muy coordinados. Basta con observar las figuras que se realizan, por ejemplo, en el Campeonato Mundial de Baile de Tango que se desarrolla en Buenos Aires en agosto, todos los años.
La música es como la lectura. Si leés diarios, revistas, libros o lo que sea te cultivás porque tomás conocimiento de muchas cosas. Con la música sucede lo mismo. Te puede gustar el cuarteto, lo clásico, el folclore, el tango o el género que sea. Pero la música es una sola.
Cada orquesta se identificó musicalmente; es decir, tuvieron un ritmo que las distinguió. Por ejemplo, Juan D’Arienzo se caracterizó por un ritmo muy bailable y por eso lo llamaban el rey del compás. Alfredo De Angelis, Osvaldo Pugliese y José Basso, cada uno con sus grandes orquestas, también tuvieron un estilo y nadie interfirió con los demás.
La aparición de Astor Piazzolla, el rebelde del tango, representó un quiebre. El ingresó en este universo con su tango vanguardia.
La juventud
Hoy, fundamentalmente en toda la provincia de Córdoba, hay una movida juvenil impresionante. He participado de milongas tangueras en Arequito, Rosario y Armstrong. Son numerosos los lugares donde se hacen bailes. En la provincia, ciudades como la nuestra, Córdoba, Río Tercero, Río Cuarto y Carlos Paz poseen un movimiento interesante. Casi todos los días hay milongas.
Actualmente los jóvenes influyen mucho. En parte, todo depende del género hacia el que se inclinen ellos.
Suelo ver a jóvenes a los que les gusta cantar tango y me parece bárbaro, porque de esa forma se mantiene en el tiempo. Y esto se aplica a lo que sea. En el folclore, por ejemplo, cuando aparece Soledad se produce una revolución. Es por eso que siempre, adonde sea que vaya, digo: “Ojalá el tango tenga a una Soledad”. Es necesario alguien revolucionario.
Mientras la juventud apoye, baile y tengamos la carrera de Música en la Universidad Nacional de Villa María (UNVM), seguramente tendremos orquestas en la ciudad. Asimismo, es interesante que los mayores estemos como guía porque el tango tiene un sabor y un conocimiento especial.
Hay músicos jóvenes que, a pesar de ser brillantes y leer las partituras a primera vista, les falta el sabor del tanguero viejo. Es por ello que se tienen que acercar.
Osvaldo Pugliese les decía a los más chicos que no importaba si todavía no les llegaba el tango. Que los esperaba después de los 30.
“Esa mujer se parecía a la palabra nunca”, escribió Juan Gelman en el poema “Gotán” del libro homónimo. Esa mujer, el tango. Renato, un niño. Y aquel asalto. Que se parece a la palabra nunca. Porque nunca se olvida.