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San Agustín
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De tránsfugas y de San Agustín

La palabra “tránsfuga” suena a insulto, adjetivación depredadora aunque sea un mero sustantivo. Define simplemente al que cambia de partido, religión o tendencia y, por lo tanto, no implica ninguna calificación de bueno o malo.

Se piensa que permanecer en un grupo determinado es fidelidad a las ideas y se supone que, por esa definición, se trata de algo virtuoso y ético. Pero es también lo contrario.

La consecuencia con los principios implica que en momentos de decisión lo que está en juego es defenderlos o romper o, de lo contrario, sacrificarlos a la comodidad de estar al amparo de la familia religiosa o política.

Las sociedades democráticas son por lo general tránsfugas porque los ciudadanos cambian de parecer en los procesos electorales.

Vayan algunos pocos ejemplos de notorias figuras tránsfugas: Lutero, Trotsky, San Pablo, Constantino, San Agustín, Churchil y varios más.

El gran tránsfuga es San Agustín, uno de los pensadores más importantes, no sólo de la Iglesia Católica, sino de la cultura occidental. Su vida personal fue desordenada: pendenciero, mujeriego, bebedor, amante de lo ajeno, es decir, un vulgar ladrón. Además, maniqueo en el plano filosófico y profundamente anticristiano.

Cuando San Agustín cambia de bando, se enfrenta a una doctrina que era un verdadero obstáculo a la tolerancia.

Recordemos que el maniqueísmo divide a la humanidad entre buenos y malos. No obstante, Agustín razona que el bien y el mal están dentro de cada ser humano; en cada individualidad, en las profundidades del alma, donde tiene lugar una disyuntiva permanente, continua.

Por lo tanto, San Agustín dice que todos los hombres son moralmente duales, capaces del bien o del mal. “No se debe ser ciego a las debilidades mortales”, nos dice desde la antigüedad. Su madre, hoy Santa Mónica, le inculcaba ideales religiosos, pero su padre era pagano. Entonces, ¿era su madre buena y su padre malo? Su ámbito hogareño, ¿era el campo de batalla de la confrontación entre el bien y el mal?

Todo hombre es virtuoso y pecador a la vez, nos recuerda, para afirmar a continuación que ese es el punto de partida de una civilización que se basa en la convivencia y el perdón.

De modo que: quien esté libre de culpa, que lance la primera piedra.

Para asuntos más terrenales por los que podríamos haber sido aludidos, cuál sería el adjetivo calificativo que tendrían los pseudodirigentes que por mandato divino del presidente de la Unión Cívica Radical, Sr. Jorge Font, impuestos de la condición de apóstoles las personas de los señores Becerra, Negri, Mestre, Aguad deciden sobre la vida de un partido cuyos pilares doctrinarios básicos forman parte indisoluble del pensamiento nacional y popular.

Deciden y adoptan como propias las condiciones más rancias del neconservadurismo criollo. Ya es sabido y en esto hay varios autores, conscientes e inconscientes, del partido que abandonó hace mucho la práctica del debate político. Y se sabe que el resultado es único: sin debate político no hay política.

Mezclarse en la oposición con sectores parlamentarios de claro cuño liberal conservador no hizo otra cosa que acentuar la disolución partidaria. Súmese a ello la adición de vanidades personales de quienes se han preocupado únicamente de su destino personal individual, despreciando toda construcción colectiva, pero, además, impidiendo el desarrollo de iniciativas emparentadas con la historia propia y no con el vedettismo de las modas impuestas por los dueños del poder real, las corporaciones de todo tipo que superviven todavía en las entretelas de la sociedad y se agazapan o saltan sobre el cuerpo de la ciudadanía cuando les conviene.

Los acólitos complicados en esta aventura sin retorno dejan palmaria evidencia de que sus apetitos personales ya rozan la codicia más infame, tirando por la borda años de lucha denodada por alcanzar la democracia y defenderla y desarrollarla durante los años por venir.

Estos, los inclasificables si los demás somos los tránsfugas, se han puesto por encima de la gente, de su partido y de la historia.

Francamente deplorables; ellos y sus cómplices.

Antonio Garrido, DNI 8.578.814

 

La hora de la juventud en un proyecto irreversible

Una vez alguien afirmó que por una cuestión biológica, resultaba obvio que el futuro del país era la juventud, pero que el verdadero reto consistía en acelerar ese proceso. Es decir, ese futuro esperanzador no llega por sí solo, hay que traerlo al presente, dándoles a los jóvenes el protagonismo histórico en la construcción por un país mejor. Este proceso político que emergió en el año 2003, cuando el país se hundía en la desesperación del desempleo, la pobreza y la miseria, supo ver en la participación y organización política de los jóvenes el motor pujante para transformar esa oscura realidad en crecimiento con inclusión social. Sólo la juventud experimentaba la suficiente cólera y angustia para emprender semejante deber histórico.

Esta generación de la cual formamos parte presenció en su infancia y en su adolescencia cómo nuestros padres en los años 90 llegaban a la casa con la noticia de que habían perdido el empleo.

Presenciamos, además, cómo ellos se desvivían por tratar de darnos lo mejor, a pesar de todo.

Vivimos ese malestar familiar por la incertidumbre de no saber si se llegaba a fin de mes; malestar que desde chicos percibíamos casi intuitivamente porque no alcanzábamos a entender lo que sucedía.

Para rematarla, fuimos testigos de cómo nuestros abuelos, que en muchos casos eran quienes asistían económicamente a nuestros padres, tratando de aliviar esa mala situación, sufrían posteriormente el recorte del 13% en sus jubilaciones. Pero quizás lo mágico en esta historia es que esa juventud angustiada y acongojada tuvo la implacable virtud de saber ver la esperanza en un clima de total desánimo. Y la esperanza la vimos en nuestros padres y en esos adultos que no claudicaban y que agrupándose en sindicatos y organizaciones sociales encabezaban la resistencia en los años 90 a las políticas de ajuste. Esa esperanza la vimos también en Néstor Kirchner, cuando reactivó el empleo y nuestros padres volvieron a levantarse temprano, pero no ya para buscar trabajo, sino para ir a trabajar; cuando derogó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y bajó los cuadros en los que estaban retratados esos señores de los cuales los adultos nos habían contado las atrocidades y barbaridades que habían cometido en el pasado.

Poco después, con Cristina Fernández de Kirchner ya en la Presidencia, agregamos a esa esperanza un plus: nuestro convencimiento cada vez más consolidado, porque veíamos cómo gracias al liderazgo y a la voluntad política de esta extraordinaria mujer, nuestros padres discutían sus aumentos salariales en los convenios colectivos de trabajo, cómo el salario mínimo creció un 1.338% en 10 años, cómo pasamos del alquiler al sueño de la casa propia con el Procrear, cómo nuestros abuelos pasaron a percibir por ley dos aumentos anuales en sus jubilaciones y pensiones y cómo en un contexto de absoluta exclusión e invisibilidad pasaron a ser beneficiarios de políticas sociales como la Asignación Universal por Hijo, la Asignación por Embarazo y el Progresar.

Transformamos ese convencimiento en un compromiso, tomamos la sartén por el mango y empezamos a participar, a militar, a organizarnos. Que se nos entienda: ese compromiso irrevocable que a veces algunos critican radica en un irrebatible espíritu solidario, que prioriza al último de la fila, que es conmovido por las injusticias que percibimos a diario en los sectores más vulnerables de la sociedad, que como jóvenes no hemos naturalizado y que de ninguna manera podemos tolerar. No razonamos sólo en función de nuestra realidad, pensamos en la realidad de todos como una sola, que es muy distinto.

En la actual coyuntura vemos en nuestros candidatos el deseo firme de continuar y profundizar este proyecto político. Avistamos en Daniel Scioli al compañero de Néstor, en Carlos Zannini al hombre de confianza de Cristina.

En la provincia de Córdoba nuestra referente, Gabriela Estévez, es quien encabeza la lista de candidatos a diputados nacionales por el Frente para la Victoria, candidatura que sentimos como si fuera la nuestra porque en la juventud de Gabi vemos reflejadas nuestras energías, convicciones y entusiasmo por seguir transformando la Patria y continuar haciendo de este proyecto nacional algo irreversible, como es irreversible nuestra voluntad de no permitir que sea de otra manera porque sobre nuestras espaldas pesa el imprescindible e impostergable compromiso histórico de vencer. Y venceremos.

La Cámpora, Villa María