Viajando, el gato saltó desde su jaula y luego de una semana de intensa búsqueda, su familia logró reunirse con él
Un caluroso día de finales de febrero de 2014, a eso de las 18, decidí salir a dar un paseo con mi perro Tomi. Todavía no vivíamos en Villa María. Al cerrar el portón del garaje escuché unos maullidos desesperados muy cerca, pero no veía dónde estaba su autor. Guiada por ellos me acerqué a un auto que estaba enfrente. La panadería estaba abierta y la dueña me pidió que agarrara al gato que había allí debajo, ya que a ella le daba miedo y no paraba de maullar desde hacía mucho rato. Metí la mano y agarré una patita minúscula que parecía de algodón y que se soltó suavemente y se retiró más adentro. Entonces me arrodillé y miré debajo del auto… y allí estaba, un gatito minúsculo jadeando de calor y maullando desesperado llamando a su madre. Lo agarré con cuidado, comprobé que era macho y lo subí a casa enseñándole dónde estaba el agua del perro. A continuación me fui a dar el paseo como tenía pensado.
Mi marido me tenía archiprohibido traer más animales al pequeño departamento donde vivimos, pero aquel ser diminuto lo encandiló a primera vista. La única condición fue que debía castrarlo para quedarse. Y así lo hice cuando cumplió seis meses.
Al gato lo nombramos Miño porque era tan pequeñito (dos meses como una barbaridad) que parecía una lombricita, y también porque tiene una «M» en la frente.
Miño resultó ser un gato inteligente, dócil, muy simpático y buenísimo, conquistando el corazón de todos enseguida, incluso el del perro, con quien jugaba a menudo.
Todo iba bien con Miño hasta que en 2015, volviendo de las vacaciones de Semana Santa, mis sobrinos cierran mal la jaulita donde viajaba y Miño salta a la autopista desde la camioneta donde viajábamos. Mi hermano y mi cuñada, que nos seguían detrás, ven todo y me llaman por teléfono para advertirme, pero al ir a agarrar el teléfono, se me resbala y cae bajo el asiento sin posibilidad de poder atenderlo. El teléfono de mi marido iba atrás, en la caja, y al no poder parar en medio de la autopista, no nos enteramos de lo ocurrido hasta llegar al peaje.
Mi hermano me dijo que el gato no había muerto, que rodó por el asfalto y que pudo esquivarlo con el auto y que salió disparado hacia los campos. Con la esperanza de encontrarlo, buscamos un desvío y dimos la vuelta sobre nuestros pasos, pero al desconocer la zona, tardamos una hora en llegar al lugar. Desde allí, caminamos llamando a Miño, pero el gato no apareció y tuvimos que abandonar la búsqueda. Volvimos a casa sin él y yo no pude dejar de llorar en todo el trayecto.
Al día siguiente me puse en contacto con la protectora de la ciudad más cercana al lugar en donde había saltado. Amablemente se ofrecieron a salir a buscarlo por la zona donde cayó, pero aunque lo intentaron tres veces aquella semana, Miño no apareció.
Mi hermano siguió insistiendo en que el gato estaba vivo y me instaba a que vaya a buscarlo, algo que no pudimos hacer hasta el domingo siguiente, ya que tanto mi marido como yo trabajamos. Yo pensaba para mis adentros que era inútil ir, ya que había pasado demasiado tiempo y estaba demasiado lejos… Pero finalmente, en un último intento desesperado y sin la más mínima esperanza de encontrarlo, quedamos en ir a buscarlo al domingo siguiente. Y así lo hicimos.
Miño rescatado
A las 11 de aquel domingo nos dividimos y le pedí a Tomi que lo rastree y aunque las pistas olfativas desaparecen a las 48 horas, tenía la esperanza de que se hubiera movido y que el perro capturase un rastro reciente. Indudablemente, el perro mostró más interés hacia un lado y hacia allí nos dirigimos.
Caminamos y caminamos llamando a Miño mientras peinamos el campo, pero no aparecía. Mi marido me indicó que me dirigiera a un galpón situado en medio del campo y allí fui con el perro, pero lo rodeamos por completo y no captó nada. Cuando ya me iba, llegó mi marido por detrás, y subimos una cuesta de tierra paralela al galpón que llegaba hasta el techo del mismo. Y entonces mi marido vuelve a llamarlo y, de repente, escuchamos un maullido de respuesta… y otro… y otro más… y Miño salió rengueando desde abajo del alero del techo, arrastrando su patita trasera derecha, rota por el impacto, tremendamente flaquito. Nos pusimos a dar saltos de alegría, le dimos de comer y de beber y lo metimos en su jaulita para volver a casa.
Miño, por fin, después de una semana de lluvias torrenciales, con una pata rota y perdido en un campo a 300 kilómetros de su hogar, volvió a casa… Es un superviviente nato. Quería compartir esta historia.
Andre Berardo