Cartas – Opiniones – Debate
La plaza está triste
Caminando por la plaza Centenario, como suelo hacerlo siempre, observé que la vegetación no luce el verde intenso a causa de la falta de lluvia, pero lo que más me entristeció fue encontrar las columnas del alumbrado pintadas con grafitis y la fuente ubicada en la esquina de las calles José Ingenieros y Santa Fe de la misma forma.
El jueves 8 de marzo pasado se conmemoró el Día de la Mujer. Mientras se preparaba el acto, observé que la fuente situada en la esquinas de las calles Buenos Aires y General Paz estaba pintada con frases alusivas al encuentro que deseaban realizar. Indignado por este hecho, me acerqué al sonidista que preparaba el equipo de audio y le pregunté por el organizador del evento. Me respondió que no tenía conocimiento. Me acerqué entonces a dos señoritas que estaban junto a la fuente y les pregunté si eran las organizadoras del acto. Ante el planteo de por qué hacía esta pregunta, les respondí: ¿hay necesidad de escribir y arruinar una fuente?
Una de ellas me miró y me preguntó dónde estaba escrita. Le mostré las inscripciones y me respondió que era una forma de expresarse. Le sugerí entonces si no sería mejor poner un cartel o pancarta con la misma escritura y así darían el mismo mensaje sin arruinar el patrimonio de la ciudad.
Creo que todos podemos expresarnos pero no de esta forma. Debemos valorar lo nuestro con el mismo o mayor aprecio que los que se acercan a nuestra ciudad atraídos por su aspecto.
Días atrás, caminando por la calle Alem se detuvo un auto con una familia que deseaba saber dónde quedaba el centro. Le indiqué el lugar y me preguntaron si allí estaba la plaza por la que tenían especial interés en conocer. Comenzamos a conversar y me contaron que venían de pasear por Villa General Belgrano pero que eran de Río Gallegos, provincia de Santa Cruz.
Con esto quiero resaltar la importancia que tiene Villa María para el turismo. Nuestra plaza Centenario está considerada como una de las mejores de América. Cuidémosla.
Luis Agustín Pieckenstainer
DNI 6.598.172
La magia del Carnaval de Gualeguaychú 2018
“Una óptica filosófica sobre el Carnaval y sus repercusiones en la Psiquis”
“Como cuerpo toda persona es uno, como alma no lo es jamás. Harry no está compuesto por dos seres, sino por centenares, por millares. Su vida como la de cualquier persona, no oscila entre dos polos: por ejemplo el impulso y el espíritu, o el santo y el libertino; sino que oscila entre miles, entre incontables pares polares”. Herman Hesse, “El lobo estepario”.
El Carnaval nos abre la puerta a una profunda investigación de nuestra psicología. Nos invita a descubrir las leyes que rigen nuestra vida, para mejorarla, es una fiesta que nos cura, nos limpia el espíritu, una “catarsis” que nos purga y armoniza el alma. Allí radica su poder terapéutico.
Es un momento en que nuestra esencia se manifiesta y se filtra con permiso, a través de un sinnúmero de Máscaras que conforman nuestra personalidad.
Los arquetipos que son parte del inconsciente colectivo cobran vida: para representar nuestros temores, sueños y aspiraciones. Como en un espejo vemos reflejado nuestro ser.
Esta tradición se remonta a 5.000 años AC, a los egipcios y las fiestas en honor a Apis, los griegos con Dionisos, los romanos con Baco, los hindúes con Karna, entre otros.
Pero volvamos a Gualeguaychú y su gente, a esta propuesta social y cultural de trascender lo cotidiano, lo habitual, de buscar la mejor versión de uno mismo, la más cercana a la perfección. Cuentan algunos que hartos del dolor y la culpa “que paraliza las piernas y el bailar”, surgió una duda, una pregunta salvadora: ¿y si dejo de sufrir?, ¿quién soy yo verídicamente?, ¿puedo ser un payaso feliz? Y así nació el carnaval que nos da la posibilidad de un pasaje a un mundo de ensueño, donde la materia no nos limita, como el significado de la palabra lo explica: carna-vale significa adiós a la carne. La sexualidad cede el paso a la sensualidad y el cuerpo reconoce el señorío del alma ilimitada. La música nos despierta del largo sueño, los tambores nos invitan a movernos, a bailar, a conquistar.
Los personajes cobran vida, como en un abanico despliegan ante cada espectador un nuevo juego: ser dioses, amos, esclavos, ángeles, demonios, duendes, cabras, mariposas, flores, maquinas. Lo inanimado cobra vida, la alegría siempre evolutiva todo lo inunda, la risa todo lo vence, aparece el poder de unirnos, de juntarnos, de recrearnos.
Sin el ego individual, que nos oxida la existencia, Gualeguaychú se deja llevar por la pasión, la diversión, la fuerza de lo cósmico y universal, y nos contagia su energía.
Toda una ciudad, todas las generaciones, todas las voces se alzan en cantos al trabajo, cada granito de arena construye, cada gota de agua reanima el impulso de crear.

El trabajo, la planificación, el compromiso, el amor, el respeto son la ley: una lentejuela, una pluma, un acorde, un paso de baile, un arcoíris de colores se despliega en los trajes, en las coreografías y por sobre todo en los corazones. Y ese orgullo se ve en el brillo de los ojos, y en la generosidad de las sonrisas, en la hospitalidad de los anfitriones.
Cada uno cumple su rol redescubriendo el placer de aprender: las pasistas, los portabanderas, los bailarines, las bandas, la batucada, el público, el cantante, los jueces, el médico, el policía, el fotógrafo, el periodista, el cantinero, el productor, los abuelos, los enamorados, los padres, los hijos, los amigos, los de arriba, los de abajo, los de cerca, los de lejos.
Y por unos días, por unas horas, por un tiempo imposible de contabilizar: asistimos a lo eterno. En el corsódromo competimos, batallamos, afinamos destrezas, nos desafiamos, pronosticamos, somos hinchas de todos, o fans de alguno, todas las mascaras están allí y nos dejamos seducir y encantar por sus misteriosos poderes.
La Reina ya fue elegida y eso asegura todo lo bueno, orden, bendiciones y paz por un año más, ella sabe cómo hechizarnos.
Llego el último día, las comparsas ya han desfilado, las carrozas siguen como centinelas vigilando a distancia y entonces la última batalla a la altura de semejante justa: guerra de espuma. Las escuadras desaparecen, una nueva mascara camufla la escena, las chicas olvidan los maquillajes y los peinados, los chicos pierden la timidez y ganan purpurina: y toda una gran bola de nieve cobra vida y es la protagonista entre risas y corridas. Vibra la felicidad.
Mientras tanto los jueces cuentan los votos, la victoria es una, aunque todos ganaron porque apostaron a sus sueños, y ya sienten latir nuevas ideas, nuevos desafíos, nuevas metas para alcanzar.
El reloj cósmico no se detiene, el planeta sigue su danza de cortejo al sol, una fiesta se convierte en cenizas, y otra se está gestando: ¡los presentes al carnaval de Gualeguaychú 2018 hemos vivido intensamente!: ¿quién puede querer perderse la resurrección?
Gracias, Gualeguaychú, hasta el próximo año!
Horacio Vesce Barletta
Psicólogo – Coach Filosófico y Artístico