Desde hace 65 años, la iglesia evangélica de Villa María lleva adelante un proyecto solidario en La Calera, uno de los barrios más humildes de la ciudad. Allí ha logrado construir el Centro Cultural y Comedor “Abrazos y Buenos Tratos” (Juan José Castelli 1250), donde tres veces por semana voluntarios y padres preparan la comida y organizan actividades deportivas, religiosas, de baile y apoyo escolar. Ahora van por el sueño de cuatro de sus niños: la construcción de una biblioteca propia
El “profe” Claudio está rodeado por una veintena de chicos y en un alto de la mañana les cuenta la historia bíblica de José, quien fuera vendido por sus hermanos a los egipcios. Todos están sentados en pequeñas sillas de jardín de infantes y, curiosamente, prestan una inusitada atención cuando Claudio les dice: “¿Se imaginan lo que es vender al propio hermano? Pero a pesar de todo, José nunca dejó de servir a Dios…”.
Detrás del “profe”, dos nenes sostienen un afiche con canciones y abajo se lee un versículo de San Pablo, Romanos 8.28. Y dice: “… Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman”. Acto seguido, la “profe” Elba toma su guitarra y todos juntos entonan una canción donde el estribillo habla de la importancia de ser incondicionales a Dios aún en la adversidad. Mientras cantan, de la cocina sube un cálido aroma a pizza casera que la noche anterior amasó el “profe” Fernando y que ahora condimenta con ayuda de su hijita y de Sandra, una mamá incondicional del barrio.
En el patio, la “profe” Virginia charla con el pequeño equipo de la futura biblioteca (Mayra, Samira y Enzo) mientras en el salón otros chicos ayudan a poner la mesa en un amplio tablón de caballetes. Cuando terminan las canciones y la comida está lista, el “profe” Claudio termina su historia pidiéndoles a todos que “reflexionen” acerca de aquel versículo de Romanos, que lo piensen en relación a lo que le pasó a José, “que siguió creyendo y luego fue amigo del faraón, gobernador de Egipto y, lo más importante, recuperó a toda su familia”. Y entonces, con la mesa puesta, los “profes” parten la pizza que alcanza para todos y las porciones sobrantes son “recogidas en cestos para que nada se pierda”. Y uno quisiera comparar aquella comida con la “última cena” de los evangelios, de no ser porque en vez de botellas de vino hay jugo en jarras y en vez de “cena” es un “almuerzo”, acaso el primero de una nueva vida que, sin darse cuenta, esos chicos ya empezaron a vivir.
Bienaventurados los mansos
“Si hubieras venido tres años atrás, hubieras visto un ambiente mucho más violento -me comenta el “profe” Fernando -, pero es increíble cómo los chicos han cambiado en este tiempo”. Fernando Baruj es, junto a Cecilia Méndez y Claudio Rivera, miembro de la Iglesia Evangélica y coordinador del comedor y centro cultural. “Hace 10 años que pudimos construir este local y todos se lo apropiaron. Antes le querían prender fuego, pero ahora es como su propia casa. Hay varias actividades acá adentro, desde canto, danza y estudios bíblicos hasta comedor, juegos y oficios. Muchas madres trabajan con nosotros en un taller de cocina donde les enseñamos a los chicos que pueden hacer algo tan simple como el pan o las pizzas. Porque algún día nosotros no vamos a estar más y ellos se podrán bastar a sí mismos”.
En cuanto a la población del “Abrazo y Buenos Tratos”, Fernando explica que “los martes vienen a cenar más de 50 chicos, pero además el salón sirve para festejar los cumpleaños del barrio. Si bien somos religiosos, tratamos de estar lo más abiertos posibles a las necesidades de todos”.
A pesar de subrayar la importancia de “la solidaridad y el aprendizaje de un oficio”, Fernando no tiene dudas de que “la fe es la herencia más importante que les podemos dejar a estos chicos, porque es lo que te sostiene en los momentos más difíciles de la vida. La otra cosa que queremos transmitir es una manera de relacionarnos: es decir, tratarnos sin violencia. Trabajamos mucho a partir del afecto, por eso la casa se llama “Abrazos y buenos tratos”. Hay muchas carencias afectivas y económicas acá, pero el centro ha despertado una sensibilidad en el barrio y estamos orgullosos. Acá nadie te va a negar un abrazo. Como si vas a un taller un domingo nadie te va a negar un pedazo de asado y una copa de vino”.
Y Fernando concluye: “El problema a resolver es el de los chicos más grandes que no tienen muchas perspectivas. Es un problema social que aún no hemos empezado a cubrir. Acá está el problema de la droga, como en todos lados, sólo que acá toman de lo peor, que es la que te mata más rápido. Pero también hay muchos valores y gente incondicional en la ayuda”.
Los libros y la fe: únicas armas para salir de la pobreza interior
Claudio Rivera es pastor evangélico desde hace 35 años y actual presidente de la Fundación Escuela Bíblica de la cual dependen las siete iglesias de las dos Villas. Le pregunto, en calidad de formador, cómo receptan los chicos las charlas religiosas. “Es difícil lograr la atención general, pero han ido mejorando con el tiempo. Siempre me digo lo bueno que sería si un solo chico del barrio se levantara como líder para ayudarlos en la fe a todos los demás. Porque la fe es más importante que la comida y la ayuda social. Vos fijate que las escuelas están muy bien asistidas desde el Gobierno, pero ahí adentro no hay fe y ése es el gran problema. Por suerte, muchos chicos y familias encuentran acá una contención, estímulo y respuestas que no te da otra formación que la bíblica. La vida suele tener momentos muy duros, pero si la parte espiritual está fuerte, siempre estaremos enriquecidos. Los libros y la fe son un capital fabuloso para salir de la pobreza espiritual, que es la peor de todas las pobrezas”.
Tal vez porque comprendieron en su propia persona lo que dice el “profe” Claudio, es que Samira, Mayra, Enzo y Walter (ausente con aviso) hayan decidido iniciar la primera biblioteca del Centro, esa que se está haciendo tomo a tomo. De este modo comentan los chicos su iniciativa. “Fue gracias a la “profe” Virginia que nos empezaron a gustar los libros -dice Enzo. Ella nos traía siempre y empezamos a pensar en lo lindo que sería tener una colección propia. Así que estamos juntando libros y revistas y anotamos en un papel los que se llevan prestados , como en la biblioteca en serio”.
Samira, por su parte, cuenta que “muchos no tenemos biblioteca en casa, pero pronto vamos a tener una muy grande acá y que va a ser de todos”. Y Mayra no se olvida de “la vez que fuimos a la Medioteca con la profe Virginia y todos los libros que vimos ahí. Sé que la nuestra no va a ser tan grande, pero vamos a tener toda clase de cuentos”. Cuando les pregunto qué libros les gustaría recibir en donación, los tres me dicen al unísono “¡Literatura, Matemática y Ciencia, para darles apoyo a los más chiquitos!”.
Virginia Reyneri es bibliotecaria en la Mariano Moreno (Medioteca) y cursa el tercer año de Animación Socio Cultural en el Inescer. “Empecé a venir a este centro por elección propia, como práctica de campo a mi carrera, ya hace tres años. Pero desde entonces nunca más me fui. Como además trabajo en la Medioteca, siempre les traía libros a los chicos en la mochila e incluso una vez vino el Bibliomóvil e hicimos talleres culturales, leíamos, comentábamos libros y se recoparon. Está muy bueno poder recuperar la experiencia que hizo alguna vez la escritora Nora Baker, que traía canastos llenos de cuentos y les leía a los chicos todo el día. Por suerte la necesidad de tener una biblioteca salió de ellos, de recolectar libros y clasificarlos. Ahora les pedimos a toda la comunidad villamariense que nos acerque las donaciones que puedan, sobre todo en lo que atañe a literatura infanto-juvenil y también a manuales para estudiar”.
Cuando termina el reportaje, guardo la cámara en la mochila y estoy a punto de partir. Entonces se me acerca Enzo y me dice unas palabras maravillosas. Las uso a modo de cierre inesperado para esta nota: “Muchos dicen que acá somos todos negros y choros, pero no es así. A muchos nos gustan los libros y el estudio. Y también nos gusta ayudar a los más chicos y, como dice el profe Claudio, dar cariño…”.
“ Chau, profe, vuelva pronto”, me dice Enzo, que sin darme tiempo a nada me da un abrazo y sale corriendo. Me doy cuenta de que no miente, que ningún niño miente jamás. Y también que el “Abrazo y Buenos Tratos” es mucho más que un comedor, porque en aquellos corazones pequeños ya hicieron nido todas las bienaventuranzas.
Iván Wielikosielek