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Escribe Javier Tolcachier MOTOR ECONOMICO.COM.AR
En una escueta comunicación televisiva, el presidente Mauricio Macri anunció que su Gobierno solicitará una línea crediticia al Fondo Monetario Internacional. Dicho anuncio, junto a la desbocada apreciación del dólar producto de una corrida financiera en curso, encendieron la alarma roja en gran parte de la población.
¿Está la Argentina tocando fondo? ¿Es el último recurso o simplemente preludio de un ajuste aún más salvaje, justificado por el monitoreo institucional? En todo caso, más allá de poses o estrategias, es visto por la gente como debilidad y fracaso.
Objetivamente, el nivel de reservas actuales es de algo más de 56 mil millones de dólares, algo por encima de las existentes en 2011, pero más del doble de las de diciembre 2015.
En esto no hubo magia sino endeudamiento. La deuda totaliza alrededor de 335 mil millones de la moneda estadounidense, 80 mil más que cuando asumió el nuevo gobierno. Esta deuda equivale al 59% del PBI argentino y a seis veces las reservas del Banco Central.
Y este enorme nuevo endeudamiento no ha repercutido favorablemente en la situación social. Un cuarto de la población argentina (según el Gobierno) o un 31,4% (según el informe de marzo de 2018 del Observatorio de Deuda Social de la UCA) vive por debajo de la línea de pobreza. Más alarmante aún: según datos del INDEC, 40% del total de las personas pobres son niños menores de 14 años y el 70% no ha cumplido aún los 30 años.
Lo cierto es que el fraude político -aunque todavía no el mediático – ya son certeza en una importante porción de la población argentina. En especial, en aquellos asalariados y cuentapropistas que votaron por Macri enojados por el impuesto a las ganancias, que recortaba mínimamente sus haberes. O en miles de personas que, envenenadas por una prensa artera, creyeron clavar con su voto un puñal a una corrupción populista tantas veces anunciada, pero jamás comprobada.
Hoy el alza de tarifas en los servicios, la disminución del salario en relación a la inflación y el severo estancamiento del mercado interno, con la consecuente baja de ventas y servicios y crecimiento de la desocupación, castigan de un modo mucho más agudo la economía doméstica de esos sectores. Mientras tanto, el monopolio mediático continúa mintiendo.
El trasFondo político
El anuncio de volver a tomar créditos del FMI no es tan solo una cuestión de números. Representa una pérdida lisa y llana de soberanía. Y no es metafórico. En el sitio del organismo, en la ficha técnica titulada “La condicionalidad del FMI” puede leerse: «Cuando un país obtiene crédito del FMI, el Gobierno se compromete a ajustar la política económica para superar los problemas que le llevaron a solicitar asistencia financiera a la comunidad internacional.”
Por otra parte, la aprobación de créditos (o sus habituales refinanciaciones) dependen del voto de los miembros. En el FMI no rige el principio “un país, un voto”. El peso de cada país tiene relación a la cuota de capital suscrita. No es difícil imaginar, tratándose de un organismo surgido en la conferencia de Bretton Woods, cuál país es el de mayor peso relativo en las decisiones del Fondo.
EE.UU. detenta 16,52% del total, diez veces el poder de voto combinado de 23 naciones africanas o dos veces y media el de Japón o China, a los que sigue Alemania con 5,32% y Francia y el Reino Unido con 4,03%.
El porcentaje de voto estadounidense no es casual. Le permite poder vetar ciertas decisiones que requieren una mayoría especial del 85%.
Con esa relación de fuerzas, la orientación política del FMI sigue habitualmente los dictados de EE.UU. o al menos no se opone a estos. Y el imperio vela por sus intereses, en absoluto coincidentes con los de los países pobres o en desarrollo.
Un poco de memoria
Durante los años de la dictadura militar, la deuda externa argentina aumentó seis veces, de 7 mil millones en 1976 a 42 mil en 1982. Es sabido que banca y dolor van siempre en yunta. La democracia llegó, pero con la deuda al cuello. La piedra se agrandó a 65 mil millones, pero lo que rodó cuesta abajo no fue la roca sino el Gobierno de Raúl Alfonsín.
Lo que siguió fue prestidigitación pura. Carlos Menem vendió todas las empresas públicas y recortó el aparato del Estado para eliminar el supuesto déficit. Todo desapareció, salvo la deuda que trepó al doble.
En el siguiente acto, el entonces secretario de Estado norteamericano Nicholas Brady armó un plan que salvaría al país (y a otros cuantos más de América Latina). Pero no resultó como se esperaba. O sí, pero para la banca: en 1992, la deuda rondaba los 63 mil millones; para el año 2000, después de abultados pagos, la deuda llegó a los 150 mil millones de dólares. A lo que siguió la debacle económica, financiera, pero principalmente social de 2001.
Al asumir Néstor Kirchner, la deuda rondaba los 180 mil millones. Con entereza y habilidad, asumió el reto del desendeudamiento y armó en 2005 la operación de canje de la deuda en default, que permitió renegociar, aproximadamente, tres cuartas partes del monto adeudado.
El 3 de enero de 2006, la Argentina canceló su deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Al asumir Cristina Fernández, dos años después, el pasivo público estaba en 120 mil millones. Pero se había ganado soberanía, contante y sonante. Por un lado, el peso de la deuda respecto al PBI había bajado entre 2005 y 2011 del 80% a menos del 40%. Por otra parte, la deuda en manos extranjeras se redujo entre 2005 y 2015 de un 47% al 28,5%.
Lo demás es historia cercana, demasiado cercana.