Escribe José Luis Martino
Calzó su armadura de hierro, y casi en silencio fue a desafiar a la gran batalla. Un enemigo implacable, contundente, hostil y con decididas intenciones de atacar los sectores más vulnerables.
Nada de eso lo amilanó, al contrario, fue como el impulso para armar la mejor estrategia. Sin pausas combatió una y otra vez, apuntalado por un poderoso ejército que sostenía sus espaldas.
Fueron varios e interminables combates para definir la guerra, pasó por etapas de extenuación, pero enarbolando siempre su bandera de fe, el arma más poderosa que no pudo neutralizar el atribulado y traicionero adversario.
De una manera similar a este relato fue lo que presentí de Juan Marchetto desde la distancia cuando le toco sortear su carrera más complicada y rigurosa en procura de recuperar su salud. Para quienes sentimos cariño por él, ha sido una alegría enorme volver a verlo sentado sobre un auto de competición el último fin de semana en Santa Rosa de Calamuchita con todo lo que esto significa.
Ganó la carrera entre los UTV, pero créanme, el resultado deportivo no me importó en absoluto, mi felicidad se coronó cuando estrechamos un sostenido abrazo después de varios y largos meses sin vernos.