Margarita Schweizer
Nació en Buenos Aires un 16 de marzo. Viuda. Entre los numerosos títulos conseguidos en su trayectoria podemos mencionar el Profesorado de Castellano, Literatura, Latín y Griego, la Licenciatura en Letras, el Doctorado en Filosofía obtenido en Alemania con alta calificación y las cinco especializaciones en Madrid. En su extenso Currículum, que debemos sintetizar, figuran diversos cargos. Fue rectora del Colegio Jesuita, decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UCC, secretaria académica de la UNVM, miembro del Consejo Académico de diversas universidades del país, docente en universidades argentinas y del exterior. Dictó más de 100 cursos, presentó más de 40 ponencias en el país y en el extranjero, tiene numerosas publicaciones. Actualmente es miembro del Consejo Académico del Doctorado en Educación de la Universidad Nacional de Cuyo, miembro titular del Consejo Provincial de Ciencia y Tecnología de Córdoba, miembro de número de la Academia Argentina de Educación, entre otros. Es secretaria de Educación de la Municipalidad de Villa María desde diciembre de 2015.
Escribe: Nancy Musa
DE NUESTRA REDACCION
Hay personas que llevan en su interior la antorcha de la educación y con el paso de los años la llama se va expandiendo alojándose en numerosos corazones. Margarita, o gringuita, como le decía una profesora del secundario, es uno de esos seres que caminan por la vida portando la antorcha y llevando luz y calor a quienes creen en la libertad, en el pensamiento, en la palabra.
Estar sentada frente a esta reconocida internacionalmente y premiada educadora es un lujo. Las horas pasan volando mientras ella se expresa con su voz suave, con la humildad que la caracteriza, con el amor a su trabajo, con su devoción por los educandos. A esta altura de su vida podría haber elegido la tranquilidad de su hogar, pero prefirió el campo de batalla. El lugar donde puede sembrar semillitas de conocimiento, de sueños, de sabiduría, de templanza, de entendimiento, de unidad en la diversidad.
El lugar que un día, siendo piba, abrazó con pasión, el que la llevó a sus misiones con los jesuitas en los lugares más postergados. El que la hizo recorrer parte del mundo. El lugar que nunca abandonó ni abandonará.
-¿En qué situación, de acuerdo a su punto de vista, se encuentra hoy el sistema educativo argentino?
-Si lo miro como sistema y solamente desde el punto de vista del conocimiento, creo que hay mucho por hacer. Y hay elementos que se chocan entre sí, por un lado, la introducción de metodologías nuevas, todo lo que es la parte ciencia que está haciendo aportes muy importantes, el avance de la tecnología que es increíble, la educación se va nutriendo con esos elementos y pareciera que el sistema tiende a robustecerse con esas incorporaciones.
Pero, por otro lado, vemos deficiencias muy fuertes.
Enseñamos tecnología de punta y hemos perdido de vista cosas elementales como saber sumar, restar, multiplicar, dividir, hablar, trasladar al lenguaje escrito lo hablado, pensar.
-Deficiencias preocupantes en la formación.
-Deficiencias muy fuertes, hay como juegos dialécticos que me parece que no son constructivos y hay un extremo en ese juego dialéctico que sale muy perdidoso en cuestiones elementales. Incorporamos por ahí conocimientos que decimos “son de punta, no los podemos negociar”, pero a la hora de escribir un pensamiento o una oración hay una incapacidad manifiesta.
Y lo que más me preocupa es que dentro del sistema, esos encierros, esas carencias de conocimiento, se ven mucho en nuestros niños, pero también se ven mucho en los adultos.
Creo que el sistema tiene sus claroscuros que deberíamos esforzarnos porque sean más claros que oscuros.
-¿Considera que debería ser más equitativo?
-Sí, más equitativo, más equilibrado, donde no se noten tanto estos juegos de opuestos.
-Doctora, ¿qué le pasó a la educación en el último medio siglo para llegar a esta decadencia?
-Coincido contigo y fijo la decadencia quizás más atrás todavía, en los últimos 60 o 70 años. En aquellas épocas tal vez, por la inmediatez, no nos dimos cuenta de la decadencia que empezábamos a transitar.
Creo que este aflojamiento de la seriedad del estudio en el marco del sistema se dio porque este paradigma que estábamos transitando comenzó también a tener un cambio.
Las sucesivas guerras que se dieron en el siglo XX han ido dejando marcas muy profundas. Si miramos la primera gran guerra de 1914 a 1918, un cambio enorme en la sociología europea, un cambio enorme en la psicología social que nos habla de un principio de decadencia que se va a ir profundizando después.
Pero al mismo tiempo, al lado de eso que comienza se van instalando nuevos caminos del campo de la ciencia, que ya habían empezado a finales del siglo XIX.
Ya había aparecido este nuevo objeto de estudio que no es lo individual, es lo social.
Ya había aparecido el pensamiento freudiano. Aparecía con fuerza la psicología, aparecía un campo de ciencia como la economía. Comienzan a abrirse paso nuevos objetos de estudio, nuevas metodologías.
-Los grandes pensadores en medio del conflicto mundial.
-Aparece Einstein, quien cambia el concepto de unidad por el de relatividad. Aparece Freud y es el ser humano que se mete en un lugar donde nadie se había metido antes, que es la interioridad del ser humano.
Y aparecen los grandes movimientos de Darwin y compañía. Es decir, se comienza a conmover la estructura de ese mundo.
Y la estructura de ese mundo apela fuertemente a asomarnos a un mundo nuevo. Es un mundo que viene fracturado, que viene con una mirada distinta para ver el tránsito vital del hombre. Es otra cosa. Y el hombre está apelado a comprender eso que está viviendo, en el marco de una conflagración mundial que deja tapizada a Europa de muertos.
Es un cambio muy revoltoso, muy revolucionario, aparece un John Dewey con una propuesta educativa diferente, con una nueva forma de ver el mundo, rompiendo las estructuras filosóficas que habían venido marcando el universo. Y aparece este tipo con las tres “E”, la eficacia, la eficiencia y la efectividad. Y el mundo comienza a cambiar.
Y termina la guerra en el 18, con esas pases endebles que se van firmando, con esta ruptura de la hegemonía de los señores feudales, y va apareciendo el concepto democrático, esta mirada horizontal sobre el hombre.
-La democracia como un nuevo concepto frente al feudalismo.
-Sí, un nuevo concepto y todo eso mezclado con la ciencia y con una segunda guerra fuerte que es la Guerra Civil Española, de 1936 a 1939. Y no se callan los fragores, los dolores de esa guerra y aparece la Segunda Guerra Mundial, espectacularmente fuerte, que compromete a varios sectores del mundo.
Es el momento en que Jacques Maritain escribe su pequeño librito “La educación en este momento crucial”. Nos sirve hasta hoy ese libro. Un momento que es crucial, también, por la cruza de ideas.
Ya anteriormente, León XIII había dado su “Rerum Novarum”, donde pone al capitalismo y al marxismo en los extremos y el mensaje es: “Si nos manejamos siempre con los opuestos y no encontramos una tercera posición que equilibre…”. Ahí viene la idea de la tercera posición.
Encontrar el equilibrio, ponernos frente a una actitud crítica reflexiva que reconozca que de un lado hay verdad y del otro también y tenemos que empezar a contemporizar.
Y aparece Romano Guardini diciendo: “Hemos sido bendecidos con una posibilidad, la de hablar”.
La única manera de hablar es dialogar, escucharnos.
Y la tarea de la educación es hacer que el hombre reflote al máximo aquellos regalos con los que hemos venido al mundo. Y el único método, más allá de la multiplicidad que la ciencia genera, está en el regalo del diálogo, poder entendernos sin confrontar.
-Un regalo que tenemos subestimado en un rincón.
-Sí, nos peleamos, no nos entendemos, vivimos de un lado o del otro de una zanja. Cuando sería mucho más fácil, con humildad, dialogar.
-¿Cuáles son los motivos que nos llevaron a perder la capacidad de diálogo, a enfrentarnos, a que vivamos de un lado o de otro de la zanja cómo usted dice?
-Me parece, lo digo con humildad, mirando lo que nos pasa en las aulas, lo que nos pasa laboralmente o en distintas instituciones, me parece que el hombre se ha ensoberbecido enormemente y corre detrás de enormes cuotas de poder.
Y a veces las cuotas de poder que ambiciona tienen el tamaño del casquito de una naranja y otras veces tienen el poder de manejar todo el universo.
El poder es absolutamente tóxico, hace que el hombre pierda su dimensión y ambicione mucho más de lo que puede y de lo que debe.
Me parece que esa enorme cuota de poder que está rubricado, que está sostenido por el crecimiento de lo bélico, por el crecimiento que dan las armas, las estrategias, hace que el hombre crea que es un dios. Nos vemos pequeños dioses peleando por migajas y pareciera ser que no le encontramos final a la ambición.
Si pudiéramos pelear contra este tipo de deficiencia humana, creo que deberíamos achicarnos un poquito, ver la dimensión que tenemos, la finitud que tenemos; no nos alcanza la vida para pelear por un cachito de poder.
Creo que deberíamos preguntarnos qué podemos dejar a aquellos que nos siguen. Esa es una de las cuestiones fundamentales de la educación.
-Cuando ve la marcha federal, los reclamos docentes que tienen su historia, ¿qué siente?
-Coincido con las demandas de un mejor trato, de ser reconocida con mi dignidad docente. Los docentes somos muy dignos, en el lugar en que nos pongan, y claro que tenemos que defender la dignidad. Claro que tenemos que hacer honor a esa dignidad dando lo mejor que tenemos.
Todo lo que sea reclamar por nuestros derechos, por la justicia que se nos debe, por la equidad que a veces no tenemos, por el respeto que merecemos, me parece plausible. Pero frente a esos reclamos, toda mi vida he puesto primero al niño, al alumno, y a veces me duele profundamente que sean los niños quienes deban sufrir por esos reclamos.
Deberíamos encontrar un camino para pedir lo que se nos debe, sin que haya pérdida de clases, momentos en blanco en la educación de los chicos. Si pudiéramos encontrar ese camino, encontraríamos el remedio para los males.
Se me puede decir que soy idealista y lo admito, que soy romántica y lo admito, pero para mí lo más importante son los niños, los educandos de la edad que fuere.
-Días atrás hubo una marcha de jóvenes de la provincia de Buenos Aires con la consigna “Con hambre no se puede estudiar”, ¿qué piensa al respecto?
-Estoy de acuerdo, si generalizo. Pero también sabemos, con todo el dolor del corazón te lo digo, que veces con hambre se estudia. No debería ser así, el Estado debería preocuparse porque nadie tenga hambre y porque todo el mundo estudie.
-Margarita, ¿cuáles fueron las razones que la motivaron para hacerse educadora?, ¿desde niña tuvo la vocación?
-(Risas). Es una buena pregunta. A ver, era chiquita, fui hija única hasta que mi mamá se volvió a casar, o sea que tenía muchas muñecas. Y si quería más muñecas, mi mamá me las hacía de trapo, en un periquete me las armaba (sonríe).
Las ponía a todas y les enseñaba. Tenía 3 años, ni conocía lo que era la escuela. Les enseñaba lo que me enseñaba mi mamá.
Mi mamá me hablaba de su infancia, de cuando se le murieron los padres siendo muy chica y la pusieron en un colegio de hermanas. Y ella me contaba de la escuela y se ve que eso a mí me trabajó.
En la escuela primaria yo estudiaba mucho, era muy tímida, y me encantaba el grado. Después en el secundario fui al Liceo de Señoritas y tenía una profesora en Lengua que yo la veía re vieja (risas).
Era una señora especial, la señora de Gianacone, quería que memorizáramos y nos hizo aprender el “Santos Vega” de memoria. Y yo lloraba porque no me gustaba aprender de memoria.
Y era muy rigurosa con el lenguaje, cuando hablábamos mal nos decía “indios”, comechingón (risas), yo ni sabía lo que era comechingón.
Nos corrigió mucho, teníamos que estar sentaditas derechas, recuerdo que yo siempre iba con trenzas, con moños, mi mamá me mandaba siempre planchada, creo que me planchaba el guardapolvo arriba del cuerpo (risas) y la señora me decía: “Me gusta, gringuita; qué trenzas, gringuita”.
Me decía gringuita porque no me podía pronunciar el apellido. Esas fueron etapas que hicieron que me gustara la escuela y después entré al profesorado porque no me dejaron estudiar Medicina.
-¿Quería ser médica?
-Sí, pero una niña no podía “estar entre muchachos”, y salir del Hospital de Clínicas a las 8 de la noche era recontra pecado mortal para mi padrastro, hombre que espero esté en la gloria porque fue muy bueno conmigo. Tengo tres hermanas del segundo matrimonio de mami.
De manera que cuando me dijeron que no podía ser médica, dije “bueno, voy al profesorado del Carbó”. Y me sentí tan bien… cuando me recibí empecé a trabajar con las Hermanas Adoratrices y eso me hacía sentir muy bien, la educación para mí siempre ha sido sentirme muy bien y por eso sigo trabajando.
-¿Su mamá a qué se dedicaba?
-Era ama de casa, muy alegre, con una voz muy preciosa y cantaba. Mi papá tenía voz de tenor y mi mamá de soprano. Y los domingos a la mañana, mientras mi mamá preparaba unos desayunos con torta, bien a la alemana, mi papá cantaba y mi mamá cantaba con él, cantaban óperas.
Me crié en ese hogar, donde tuve una mamá que tenía un jardín que era flores hasta el infinito, donde mi papá me pintaba los huevos de Pascua.
Un hogar muy riguroso, me enseñaron lo que era la disciplina, le tenía que ayudar a mi mamá, me hacían levantar la mesa y los platos eran muy pesados para mí, era muy chiquita.
Mi papá era muy disciplinado, me compró una bicicleta, pero no la entraba a casa hasta que no la limpiaba. Limpiaba rayo por rayo dela bicicleta y ¿por qué? Porque mi mamá limpiaba el piso y yo no tenía derecho a ensuciarlo.
Fui criada con mucho amor, mimada, pero muy obligada. Mi mamá era muy lustradora, pasabas vos y te lustraba (risas), hacía tortas, tenía la casa que parecía un vergel. Tuve todo el amor del mundo, por eso la extraño tanto a mi mami, pero todo bien estricto. Aprendí a tejer, a bordar, hago las vainillas más lindas del mundo (risas), hasta el cuello me lustraba. Esa disciplina me sirvió, lo mismo que los profesores que tuve, para después tener los premios que obtuve en España y Alemania.
-Cuénteme de sus estudios en Europa. Sé que por su humildad no le gusta mucho hablar de sus logros, pero hagamos una excepción.
-(Risas). Al mismo tiempo que era rectora del Colegio de los Jesuitas, nunca me desprendí de la universidad. Siempre trabajé y estudié. Me rompí el mate y el que te conté trabajando y estudiando (risas). Y eso es algo que le agradezco a Dios, que no me la hiciera fácil. Las exigencias de mi casa y las de mis profesores, a la larga esos dos caminos se juntan y vos los ponés a prueba afuera del país. Entonces decís gracias a la familia, gracias a mis docentes. Rescato la formación recibida.
-¿Qué le dejó su experiencia en España, Alemania, Francia?
-Lo primero que me dejó, un conocimiento de todo lo que había recibido. Cuando logré el doctorado y la alta calificación en Alemania, que es muy difícil, porque todo lo tenés que hacer en alemán, vino una periodista incisiva y me hizo esa pregunta que me hacés vos.
Le dije que me dejaba una enorme cuota de agradecimiento por los docentes que había tenido a lo largo de mi vida, porque sin ellos no hubiera podido hacerlo.
Lo segundo que me había dejado era la exigencia y reconocer que tenía amor propio porque quería lograr lo que había ido a buscar. Fui a buscar el título, siendo rectora del colegio, y tenía que traerlo por mis alumnos, por mis compañeros, por los padres de mis alumnos.
Me dejó aprendizaje, abrir la puerta para ver el mundo. Siempre digo que hay tres momentos para ver la realidad: cuando tenemos poco estudio, somos jóvenes vemos el mundo por el agujerito de la llave de la puerta; cuando estudiamos, crecemos, entreabrimos la puerta y cuando vencemos nuestros miedos, cuando logramos algunos objetivos, cuando nos vemos capaces de esforzarnos, cuando tenemos gente que nos ayuda, ahí abrimos la puerta y nos topamos con la realidad. Eso pude lograr en mis estudios en Europa.
-En su paso por el Colegio Jesuita conoció al padre Bergoglio, hoy el Papa Francisco.
-Sí, cuando vuelvo de mi beca en España, que me llevó a Italia y Francia, era un momento muy difícil de la década del 70. Vuelvo un 27 de septiembre y dos horas después, el sacerdote que era el director en ese momento me dice que a la mañana siguiente tenía que estar en el colegio porque él estaba con hepatitis.
Obediente, Margarita estuvo a la mañana siguiente, y me dejó a cargo de la escuela que estaba refundida, con unos problemones inmensos.
Al poco tiempo veo a un hombre alto, muy buen mozo, vestido de negro. Era el que tenía su cargo todos los jesuitas. Me saludó muy bien, muy formal, me hizo una entrevista para saber cómo encontré la escuela.
Le dije todo como estaba la escuela y estaba a punto de irme porque había ganado un concurso para irme a vivir a México.
Pero como el colegio me necesitaba decidí quedarme. Era un colegio muy pobre, siempre estuve en colegios pobres. Ahí lo conocí a Bergoglio, me apoyó muchísimo, es un tipo que vos fijás un objetivo y si él está de acuerdo, te apoya a muerte.
Me llamaba todas las semanas por teléfono para saber cómo estaba todo, si había podido pagar las cuentas.
-Cuando lo nombraron Papa, ¿sintió deseos de visitarlo?
-Sí, el año pasado estuve en un simposio al que me invitaron en Italia. Lo íbamos a ver, pero después se armó un concilio y no pudimos verlo. Le escribí cuando lo nombraron Papa, me contestó. Me envió una linda carta.
Todo el mundo me dice “preguntale por qué no viene”. El sabe por qué, en ese sentido es un lince, es muy inteligente. Por eso cuando escucho al periodismo decir cosas sobre él, me digo “están fantaseando, él no es así”. Es muy agudo y creo que el Señor ha puesto bien el ojo porque es un hombre muy piadoso, muy leal.
-Margarita, ¿en algún momento tuvo una afinidad partidaria o se mantuvo al margen?
-Tengo mi ideología, pasa que no la patentizo, se ve en mi obrar. Creo en la justicia social, en la fraternidad, en el Evangelio, creo en el diálogo, en una tercera posición, se puede adivinar perfectamente lo que pienso.
Pero trato de que lo que creo se transforme en hechos y no en palabras. Si quiero verdadera justicia, debo esforzarme por practicarla, si creo en la lealtad, que te la marqué como principal valor, debo ser leal.
Si creo que el trabajo conjunto, colectivo nos engrandece, es porque creo en la unidad hecha de diversidad. No creo en la unidad en que todos pensamos lo mismo, la diversidad genera unidad.
Eso hace que nos sintamos libres, eso hace que crea en las personas. La persona es única, es irrepetible, no es sumable. Cada uno es un ser humano diferente a otro, no somos transferibles, estamos dotados de libertad, palabra y razón.
La libertad es un valor que nadie nos puede quitar, porque estamos dotados con la dimensión de la interioridad y la dimensión de la corporabilidad. Y pueden atarnos y quitarnos la libertad corporal, pero nunca nos podrán quitar la libertad interior.
Una libertad que me permite la capacidad de pensar, de reflexionar que nadie nos puede quitar, lo que nos pueden condicionar es la palabra, en eso tenemos miles de ejemplos, pero también podemos decir la verdad de alguna manera. Por eso digo que se pueden adivinar mis ideas por los actos.
-Usted me dijo que había tenido una permanente relación con la muerte, ¿qué significa?
-Porque la muerte siempre se metió en mi vida. Perdí mi papá cuando yo iba a cumplir 10 años, murió en un accidente. Me acuerdo de la Policía, que fue a avisarnos, mi papá era un alemán luterano y mi mamá católica. Y papi me habló siempre de la muerte, nosotros comíamos a las 5.30 de la tarde, mi mamá lavaba los platos y nos sentábamos a conversar hasta la hora de irnos a dormir.
Y me acuerdo que le pregunté a mi papá cuando uno se muere y me dijo que no dependía de nosotros, que dependía de Dios. Y que no nos teníamos que enojar porque alguien se muriera, me lo hizo ver como una cosa natural.
Por eso cuando nos avisan que papá había muerto en el accidente de autos lo vi natural, no lo vi como tragedia. Bendigo a mi padre porque me permitió asumir las muertes posteriores con calma.
Después vino la muerte de mi esposo, que estaba viendo televisión y cinco minutos después estaba muerto, tenía 38 años.
Eso fue un golpe muy fuerte, muy traumático.
Después vino la muerte de mi madre, fue algo muy doloroso que lo voy a sentir siempre; ya estaba yo en la Secretaría de la Universidad y el acompañamiento de Martín fue único.
Venía a trabajar destrozada, estaba partida por la mitad, y Martín estaba ahí.
Y el anteaño pasado la muerte de mi marido, Bernardo Villasuso, un maestro de la arquitectura, un hijo de Villa Nueva, amaba su ciudad y hacía honor a ella, una excelente persona, brillante.
O sea que la muerte está, y soy consciente de que en cualquier momento puede aparecer.
-En este momento está en la Secretaría de un Gobierno municipal que prioriza la educación, ¿cómo se encuentra en su función?
-Comodísima. Trabajar con Martín es una delicia, él sabe de educación, viene de madre educadora, ama la educación y cree profundamente que es la herramienta para mejorar. Y le llevo proyectos, los hablamos, y me dice “adelante, Margarita” y allá voy. Estoy haciendo lo que me gusta, me parece que todo lo que hacemos es poco y agradezco estar ahí.
-¿Han logrado resultados significativos?
-De a poco vamos logrando. Hemos creado los equipos móviles, que son grupos interdisciplinarios, son cuatro que van a las escuelas primarias con el objetivo de evitar la deserción. En uno de los colegios nos encontramos con 23 desertores, de los cuales 19 volvieron al aula y siguen allí.
Por otro lado, hemos abierto adultos, el año pasado fueron 139 como primera experiencia, en este momento tenemos 1.276 adultos terminando su primaria y la secundaria, trabajando con la Tecnológica. Hay resultados, quisiéramos más, pero son dos años y pico de gestión. Hemos creado la Escuela de Oficios, con afluencia de más 500 personas.
Tenemos programas de apoyo escolar, formación docente, Unesco, Mercosur Joven, de investigación (enumera todos los programas en marcha). La idea es que todo lo que hacemos quede andando, es una política de Estado. El haber logrado ser nominada Ciudad del Aprendizaje nos convoca mucho más, el haber logrado introducir en un texto de la Academia Nacional de Educación la experiencia de Nivel Inicial con los 53 centros maternos infantiles…
Trabajamos mucho, mucho. Trabajamos juntos. Nuestro objetivo es el trabajo en equipo, nada se puede solo, es necesario unirse y con el aporte de todos algo más vamos a poder hacer, vamos a poner nuestras semillitas.
Sembrar en educación es fundamental.
-¿Cuál es tu sueño hoy?
Mi sueño a nivel país, me gustaría que Argentina fuera aquello para lo cual fue gestada (se emociona). Cuando pienso los beneficios que tenemos, clima, tierra, aire, sol, y lo poco que lo aprovechamos, me siento frustrada en el sueño de ver un país muy grande. Quizás no sea el tiempo, hay un tiempo para todo, quizás este sea un tiempo de siembra.
Y sueño ver una Argentina unida, que nos comprendiéramos más y que hubiera menos “ismos”, ese sufijo que siempre nos encierra, nos enoja.
Me gustaría que maduráramos y en eso tiene una fundamental importancia la educación. Tenemos que educar para evitar los “ismos” (egoísmo, individualismo, fanatismo).
Opiniones
Mauricio Macri
Es el presidente.
Juan Schiaretti
Un buen administrador, un hombre que apoya la educación; tengo muy buenas relaciones con los equipos educativos provinciales y trabajamos juntos por los chicos.
Martín Gill
Es un dotado. Muestra lo que debe ser una familia, es un académico puesto en político, académicamente es un lujo, es abierto, es comprensivo, vive creando, pensando, tiene una potencia creativa impresionante. A esta altura de mi vida tengo que dar gracias a Dios por haber encontrado este personaje jovencito que tiene un futuro muy promisorio y me alegro de poder trabajar a su lado.
Me gusta: Estudiar, leer, cocinar, arreglar la casa, manejar.
Me encanta: Estar sola, me siento muy a gusto conmigo misma, me gusta reflexionar.
Me divierte: El humor, estar con gente positiva, que empuja hacia adelante.
Me entristece: El juego del poder, la gente que no trepida en utilizar cualquier estrategia para trepar. Me entristece la muerte.
Me enoja: La traición, me enoja muchísimo, cuando pasa el enojo me da pena.