Enviado por el Ministerio de Cultura de la Nación a la UNVM, el baterista bonaerense Dámaso Cerruti dio dos clases magistrales en la Licenciatura en Composición Musical. El percusionista que hiciera su carrera en Brasil, habló de la búsqueda de un sonido propio con el instrumento contra la imposición cultural de los métodos norteamericanos
Es curioso pero, a lo largo de esta nota, Dámaso Cerruti no hablará jamás sobre marcas de platillos, efectos de sonido o grupos de rock.
Tampoco nombrará bateristas legendarios ni hará un culto de la velocidad o la fuerza con la que algunos suelen apalear el instrumento.
Muy por el contrario, su charla girará en torno a un tema que parece obsesionarlo desde hace mucho: la búsqueda de la identidad a través del sonido.
Lo que en el caso de su instrumento va desde el mismísimo modo de golpear un redoblante hasta la concepción rítmica de los pueblos.
Como si una batería pudiera convertirse súbitamente en el corazón de una cultura o volverse sístole-diástole de sus latidos, que en definitiva son los que marcan el dolor o la alegría más profunda de su gente. Y en el electrocardiograma implacable de cada oído sensible, esos latidos deben decir a las claras quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
Un viaje personal a través del pulso
“Mi trabajo es educativo, no instructivo. Procuro que los chicos aprendan a tener un golpe técnico-musical propio y que cada uno descubra su instrumento y se descubra a sí mismo”, dice Dámaso sintetizando su pedagogía. Y prosigue. “Me interesa la identidad de cada uno porque estamos tocando la batería con un pensamiento que nos mandan de Estados Unidos”.
–¿Querés decir que en la pedagogía viene implícita una cultura?
-¡Claro! Y eso se debe a que ellos inventaron el instrumento. Fue en la década del 20, con 13 ejercicios del redoblante militar suizo de la primera guerra. Pero en el 88 lo ampliaron a 40 con sello propio. Y sobre esos 40 ejercicios se estudia la batería de hoy; es decir en base a un estilo. Y yo estoy en contra de eso.
–¿Y cuál es tu propuesta?
-Que es posible trabajar nuestras raíces mediante la batería y que alguien se puede expresar musicalmente a través de un contenido rítmico suyo. Y todo eso se fundamenta en el golpe, que en la batería norteamericana es “introducido”. Pero yo trabajo el golpe “externado” que es más suave. Entonces, el sonido se abre y vos podés trabajar la dinámica. Ese golpe externado es la riqueza de todo nuestro folclore, no sólo argentino sino latinoamericano. Y nos han destruido esa dinámica a través de esa influencia del rock, donde todo es más horizontal y el golpe es “a tierra”.
–¿Cómo es esto?
-Quiero decir que nuestra música es toda “en el aire” y no “a tierra”; y por supuesto con mucha dinámica. La idea mía es que los bateristas puedan elegir su forma de tocar y no que sean meros repetidores de un modo cultural foráneo.
–¿Se puede hablar de una “batería argentina”?
-Sí, y de eso se trata. La guitarra nació en Andalucía pero hoy tenemos el orgullo de decir “hay una guitarra argentina, una brasilera, una peruana, una venezolana”. Cada pueblo tiene un mensaje para dar a través del instrumento, que siempre es un medio musical y no de malabarismo o de velocidad. Si cada uno de nosotros es espectador, se volverá un mero reproductor. Pero si sos protagonista, ya tenés independencia para trabajar tu propuesta, que en la batería la tenemos en nuestros dígitos porque somos únicos. Yo simplemente traigo una metodología para externar esa propuesta. Ayer trabajé con una remera que decía “no existen dos baterías ni dos bateristas iguales”.
–¿Y por qué creés que hay tanta uniformidad a la hora de tocar?
-Por los vendedores de instrumentos, que además de vender tienen el objetivo de masificar y de pasarte un método venido de otra parte para que de ese modo siempre seas una copia. Y ser una copia quiere decir que siempre sos mucho menos que el original. Por eso lo que yo planteo es pedagógico pero a la vez revolucionario, ya que el mandato es descubrirse a sí mismo para no depender de nadie más. Y una de las mejores formas de ser independientes es mediante la creación. En estos días, di un montón de disparadores para que los chicos escriban sus propias composiciones.
–¿Pensás que las universidades argentinas estimulan la creación?
-Mirá, es la primera vez que vengo a una universidad argentina pero trabajé en más de 20 universidades de Brasil y fui profesor siete años en el Conservatorio de Música de Río. Y lo que te puedo decir es que las universidades y los conservatorios no pueden ni deben formar para el mercado de trabajo, tienen que formar para ser mejores músicos y mejores ciudadanos. Y formar para estas dos cosas es indisoluble de la creatividad.
Un argentino en el país de la batucada
–¿Cómo es que un baterista argentino llega a ser un famoso pedagogo en Brasil?
-No sé… de corajudo (risas). Yo tocaba la batería de los 14 años pero a los 25 me fui a estudiar a Rosario. Estuve cinco años y medio hasta que en el 85 me fui a Brasil. Apenas llegué a Río llamé al cónsul argentino que era amigo de mi padre y me preguntó “¿A qué te dedicás?” Cuando le dije que era baterista y quería laburar, me dijo “¿Y qué hacés en el país de la percusión? ¡Volvéte a tu casa!” Me habló como un tío… (risas) Pero al mes ya estaba dando clases en el Conservatorio de Río. Desde entonces no paré…
–¿A qué se debe que los brasileros sean tan buenos percusionistas?
-A que no tienen el cuerpo atado como nosotros. Ellos nacen haciendo ritmos y bailando y nadie se ríe sino que todos se suman. Hace poco, vi en Buenos Aires una batucada muy bien ensayada pero bastante acartonada. Cuando me acerqué y los vi tocar, estaban duros como estatuas y sólo movían los brazos. ¡Y la batería se toca con todo el cuerpo, no sólo con los brazos!
–¿Qué te produce ver una batucada de porteños?
-Lo que te decía antes. Si bien sirve para socializar y soltarse, la batucada es propiedad de Río y de Bahía. Y el resto de Brasil les copia. Lo pueden hacer muy bien pero están haciendo una batucada de Río en otro lugar. Los “gaúshos”, por ejemplo, que comparten mucho de nuestra cultura como el mate y el malambo, ya tienen “escola do samba” para el Carnaval… ¡Es lo mismo que si hubiera escola do samba en San Nicolás! (risas)
–Tenés varios hitos en Brasil como baterista y como pedagogo…
-Sí, porque en el 86 edité el primer libro de batería de Brasil y en el 88, representando a Río, gané en San Pablo el primer premio brasilero de baterista. Luego edité el único libro que existe sobre la parte rítmica de la bossa nova. Pero me ponen muy contestos los hitos que vengo de tener acá, como que Rodolfo García, el director nacional de las Artes que fuera el baterista de Almendra, me haya convocado para dar estos cursos en las universidades argentinas. También que me hayan elegido para hacer la propaganda de “Nugatón” en un casting entre 40 bateristas…
–Tu “Nugatón” ha sido un éxito tremendo…
-Sí, porque la gente me conoce más por esa propaganda donde toco la batería en una terraza que por mis libros… (risas).
El rock no es mi forma de ser
–Tu currículum dice que naciste en el 50 y que empezaste a tocar en tu San Nicolás natal a los 14 años. Esto quiere decir que naciste con el rock nacional…
-Sí, empecé tocando rock pero es una música que hace rato no quiero más. Lo hice sólo para la propaganda que te dije… Yo siento que en estos tiempos el rock ha mudado a algo tan antimusical, que tocarlo sería como pisar las flores que hay en mi corazón.
–¿Qué pensás del rock actual?
-Que es una imposición comercial de afuera y que viene con muchos capitales. En Buenos Aires hay una Ciudad del Rock donde tocan “Las Pelotas”, “Los Carajo”, “Los hijos de puta”… Todos tienen nombres así porque hay que llegar al joven, que es un idiota y que no piensa. Y hay que mostrarles que sos rebeldes… ¡Qué con 50 ó 60 años sos rebeldes! ¿Qué rebeldes? ¡Sos un asesino!
–Pero este “nuevo rock nacional” nada tiene que ver con el de los 60…
-¡Para nada! El rock que vos decís y con el que yo empecé, era el de una juventud que se estaba manifestando. Y había un fuerte incentivo a la identidad. Los conjuntos tenían que sonar diferente y no existía la palabra “cover”. Y si vos sonabas igual que un grupo extranjero era una vergüenza. Y eso, en los 90, se vino abajo. El rock progresivo cantaba contra las armas y el consumo pero lo mataron con la entrada de la música disco y lo que suena hoy, que es la frivolidad importada, la tecnología para volverte un idiota.
–¿Cambió la juventud en el país?
-Totalmente. Ahora a la juventud le dicen todo lo que tiene que hacer, qué productos consumir, cómo vestirse… Cuando nosotros éramos chicos era al revés, no queríamos que nadie nos dijera lo que teníamos que hacer. Esto demuestra hasta qué punto tuvo éxito Estados Unidos, que descubrió que mediante el rock pasatista se podía frenar la capacidad del ciudadano joven. Si te ponés a ver, antes del 2 de abril, lo traen a Paul Mc Cartney, a Ringo, a U2… Y eso le va haciendo la cabeza a los jóvenes, que luego ni se acuerdan de las Malvinas…
–Paradójicamente en el 82 con la guerra fue el “boom” de nuestro rock…
-¡Lo sé muy bien porque yo estaba! Y eso pasó porque prohibieron la música en inglés. Entonces surgieron los talentos nacionales desconocidos. Me acuerdo que estuve en el festival de La Falda y lo vi a Baglietto. Yo lo conocía porque el loco vendía instrumentos en Rosario y yo estudiaba allá. Le digo “¿qué hacés acá?” Y él me dijo “vine a cantar”. ¡Y yo ni sabía que el flaco cantaba pero en Córdoba lo conocía todo el mundo! Quizás sin Malvinas no hubiera un Baglietto ni una trova rosarina que fue un movimiento con mucha identidad…
–La última, Dámaso ¿por qué te viniste de Brasil a dar clases?
-Yo me podría haber quedado allá porque me sobra laburo. Pero siempre creí en el joven músico argentino. Así que me llamaron y no dudé. Lo único que les está faltando a nuestros chicos es una metodología que le permita a Juan “ser Juan” y no John, que lo haga pensar y descubrirse a través del instrumento para saber quién es.
Iván Wielikosielek