EL MUNDIAL DE PAPEL
Escribe Juan Manuel Gorno
(de nuestra Redacción)
El abuelo te pedía un favor y te lo cambiaba por un regalo: “Andá al quiosco a comprarme puchos y con el vuelto comprate lo que quieras”, decía mientras metía la mano al bolsillo y sacaba los australes.
A los pocos minutos, uno se volvía con dos paquetes, el de los cigarrillos del nono y el de figuritas propio, inconscientemente contrastando lo que significa la muerte silenciosa por un lado y la vida inocente por el otro.
El tema es que las figuritas no se iban con el humo, se pegaban en el álbum que para la mayoría de los niños era más cuidado que una carpeta del colegio, o se intercambiaban con los compañeros del cole antes de que la maestra apure el paso a la clase.
Como el Mundial siempre se disputó en el invierno argentino, el montoncito de figus tenía varios bolsillos disponibles en los camperones para ser guardado. Y cuando el timbre volvía a llamar al recreo, las palabras más escuchadas entre los niños eran “la tengo, no la tengo; la tengo, no la tengo; la tengo, no la tengo”… una sucesión cansadora, pero repetida en tiempos mundialistas.
De mano en mano
Las figuritas viajaban como el billete, de mano en mano, y por momentos eran motivo de discordia en pleno juego, cuando la idea consistía en apoyarla contra el pupitre o el piso y tratar de darla vuelta con un solo golpe de palma.
Había especialistas que se mojaban la palma con la lengua, formaban un hueco milimétrico con la mano y acompañaban el golpe con un ruido perfecto, entonces la figurita giraba con su cara al cielo y aparecían los rostros de Zico, Viscenzo Scifo, Juan Barbas o Peter Shilton, el arquero que curiosamente sufrió en carne propia la picardía de la mano argenta en el 86.
También hubo un tiempo de figuritas redondas y de metal, una maravilla de diseño que obligaba a cambiar el juego y tenía a chicos y grandes tratando de arrimar lo mejor posible la chapita a la pared con un tincazo del dedo pulgar. El más preciso en el disparo se quedaba con el botín.
Desde entonces hasta hoy, las figuritas del Mundial gestaron una sana competencia aparte entre los niños. Antes fueron una revolución de la gráfica; hoy son una resistencia a la tecnología. Y desde siempre fueron un atractivo diferente.
Cada una es un pequeño rectángulo de papel que ocupa poco menos que una mano y mezcla la matemática (porque permite sacar cuentas), el idioma (porque hay que saber leer cada nombre) y la geografía (porque cada banderita al lado del jugador obliga a conocer el país), entre otras virtudes.
En la primera década de su existencia, el propietario del álbum también hacía plástica, pegando la figu con la infalible cola blanca, de modo que resultaba imperdonable equivocarse el número poco después de asestar la imagen.
Por suerte para muchos, en 1982 aparecieron las autoadhesivas.
Hecha para el éxito
Fue en 1970 cuando Panini, la empresa italiana que creó la máquina para los pequeños sobrecitos, lanzó al mundo las figuras para el Mundial de México. Desde entonces muy pocos imaginaron que, en 2018, ese cúmulo de papelitos seguía vigente de tal manera que la empresa hoy es un imperio.
Panini cuenta con dos plantas: una en San Pablo, Brasil, y la otra en Modena, Italia, donde está la sede central. En las dos tienen que trabajar más de 20 horas imprimiendo. La empresa tiene más de mil empleados.
Argentina no aparece siquiera entre los cinco países que más consumen el producto y, sin embargo, fue noticia la cumbre de “figuriteros” que se organizó en La Plata, donde cientos de pequeños y adultos combatieron el frío para buscar “la que les falta” en la plaza Malvinas.
Por estas tierras también hay movidas numerosas. Mientras en algunos clubes aparecen papelitos pegados con la inscripción “cambio figuritas, llamar al teléfono…”, en hogares de distintos barrios se producen juntadas de niños (y padres). Y en Villa Nueva, por ejemplo, es conocida la reunión de pequeños en una heladería (en Lima y 9 de Julio) de la familia del organizador, Nachito, donde las tertulias son prolongadas.
El objetivo es tan viejo como las figuritas, sólo se acortan las palabras y ahora los pibes dicen “late, nola; late, nola; late, nola…”, mientras aceleran los dedos cual si fuesen jugadores de póker con cartas dulces.
Ese valor
El valor de las figuritas suele darse hasta en registros policiales. En Brasil 2014, Paninini sufrió el robo de 300 mil ejemplares, mucho más de los 135 mil que sustrajeron en Sudáfrica 2010.
Para este Mundial hubo incluso varios hechos delictivos en Argentina. En Carapachay, partido de Vicente López, delincuentes irrumpieron en un depósito y lograron hacerse con 638 cajas repletas de paquetes. Y en la localidad bonaerense de Munro, una editora sufrió un golpe comando por un grupo de hombres armados que se llevaron 31.900 figuritas oficiales, arriba de un camión Ford 400.
Dicen que al irse con un paquete abierto, uno de los ladrones afirmó: “Uy, qué delincuentes, cómo lo mataron al Flaco Gareca con la foto que le pusieron”…
La más difícil
El álbum de Rusia 2018 tiene 670 figuritas. Llenarlo es el súmmum. Y coleccionarlo, lo más aconsejable.
Es entonces cuando los obsesionados hoy acuden a la tecnología para saber cuál es la más difícil (al parecer, Cristiano Ronaldo se hace desear bastante) y actúan en consecuencia durante los días de canje.
Algunos jugadores siempre fueron tan complicados de tener en el álbum que la empresa debió aclarar siempre sobre la paridad de impresiones.
No sucedió esto en 1974, cuando se llegó a pensar que Panini ejercía la discriminación porque la mayoría de los álbumes terminaron con un lugar vacío. Casi imposible fue tener la imagen del famoso Mukombo, de Zambia.