Con la muerte de Donaldo Beletti
Hace poco había cumplido 95 años y su figura se dibujaba casi todos los días a la hora de la siesta recorriendo en su carrito los misterios de la cancha del Villa María Golf Club que él había escogido como parte de su propia casa.
Allí sembró, ya de grande, la semilla de un deporte capaz de cultivar junto a numerosos amigos que siempre querían jugar con él.
Es que el tan apreciado Donaldo Beletti era un imán que atraía a quienes fueron parte de su vida.
Hace décadas compartió amistades que se fueron antes a esperarlo en la infinita cancha de la eternidad. “¿Te gusta, Toto?” era el latiguillo con que adornaba algunos de sus tiros exitosos y lo compartía así con el inolvidable Héctor “Toto” Soardo. La siesta de la semana era sagrada, invierno y verano, todos los días y ahí también acudía Ricardo Alvarez, el Toto Eroles, Héctor Oberti, Enzo Debiaggi y algunos más, entre ellos el autor de esta semblanza.
Fue un emblema de los veteranos locales y los “seniors” de la provincia. Hasta hace pocas semanas curtía su tiempo casi todos los días desafiando los achaques que se reiteraban caprichosos.
Tuvo una cerealera que usaba el eslogan “siempre sembrando amigos” y junto a sus hermanos formaron una empresa constructora que impulsó el barrio conocido como Beletti, pero oficialmente llamado Bello Horizonte.
Hizo un culto de la amistad y de la generosidad. Fue un respetable empresario, último eslabón en vida de la legión de cinco hermanos. Así recaló en el Club Argentino de Servicio del que fue pujante presidente.
Pocos días atrás me llamó para saber si había alguna respuesta del presidente de la Nación al que se cursó infructuosamente una nota que nunca tuvo eco, pese a la supuesta gestión de quien sería un político del palo de Macri, promoviendo la construcción de un establecimiento carcelario productivo y educativo autosustentable, en un terreno que el mismo Beletti conseguiría. Se fue con la ilusión, como otras tantas que amasó y concretó con su amada Isolina y sus hijos.
Hoy, la cancha del golf tendrá un riego especial cuando todas las tardes a la siesta, por supuesto, caigan las lágrimas por el querido Donaldo que mantendrán el verde esperanza de volver a jugar juntos. Entonces le preguntaremos: “¿Te gusta, Donaldo?”.
Mientras tanto, en la siesta de ayer partió hacia la cancha celestial que Dios le tenía merecidamente reservada. Héctor Cavagliato