29 DE AGOSTO, DIA DEL ABOGADO
Escribe Eduardo Rodríguez (*)
En una visión muy personal, puedo afirmar que el origen de esta profesión es tan antigua como el mundo mismo, porque en todas las épocas la ignorancia ha sido patrimonio de la mayoría de los hombres y siempre la injusticia se ha ensañado en contra de los más vulnerables. Pero también en todos los tiempos algunas personas se han distinguido, por su talento y su conocimiento, y ellos se han constituido en defensores de los más necesitados.
La profesión del abogado se encuentra íntimamente ligada al avance de la sociedad. A medida que la sociedad se organizaba civilizadamente, era necesario conocer las normas que la misma establecía para mantener el orden. Así la primera gran codificación se remonta al año 1753 AC, conocida como el Código de Hamurabi, que si bien en la actualidad se le hacen críticas de sistematización, para esa época y durante muchos años posteriores fue un ejemplo normativo.
El avance legislativo hizo que la Abogacía fuera naciendo como profesión especializada. El hombre podía ser alfarero, carpintero y herrero. Podría ser agricultor, mercader y funcionario público. El abogado era abogado, un estudioso de las leyes y los hechos a los cuales se aplicaba.
Del Código de Piedra a la actualidad
El avance de la Abogacía como profesión ha sido tan vertiginoso como la evolución del hombre. La consagración de la democracia como forma de gobierno globalizada, que tiene al Poder Judicial como uno de sus pilares, y a los abogados como auxiliares de éste, hace pensar como una utopía pensar en un mundo sin abogados, como mediadores entre los conflictos particulares o públicos.
Muchas decisiones que antes se tomaban aisladamente o en un grupo cerrado, hoy son consultadas al abogado de confianza, por las distintas consecuencias que la misma puede traer aparejada, por todo el conglomerado normativo que hoy regula la vida en sociedad. Sin perjuicio de las valoraciones que cada uno haga de la actualidad, tal ha sido la evolución legislativa que por chistes o cuentos que se exteriorizaban años atrás, hoy una persona puede terminar dando explicaciones en el INADI, debiendo justificar por qué dijo tal o cual cosa.
Entre panelistas y “opinólogos”
Sin perjuicio de lo ya manifestado, toda evolución o avance en la ciencia que sea, no deja de tener una parte oscura o no deseada, que podríamos llamar efectos colaterales, y ello ha sido en desmedro de tan noble profesión. Hoy por ingresar a Google, como también lo hacen abogados y magistrados, cualquier persona se sienta en un canal de televisión y opina de causas judiciales sin tener el más mínimo respeto en el conocimiento científico de quien ha estudiado la Ciencia del Derecho pasando por una facultad.
Escuchamos hasta el hartazgo en los distintos medios de comunicación que tal o cual persona debe ir presa de por vida o merecer la muerte, denostando a prestigiosos juristas que han dedicado toda una vida a defender el derecho a la vida y la libertad. Eso siempre y cuando sea una causa ajena.
Ahora bien, cuando la causa es propia, o roza a un ser querido, salen a gritos a ponerse detrás de las banderas de los derechos humanos, diciendo que la libertad debe garantizarse hasta el final del proceso.
Lo ideal sería definir una regla de acción y respetarla en todos los casos de similares características, y que la condición social, racial, religiosa o política no sea el baremo con el cual se mide la aplicación del derecho.
En párrafos anteriores colocaba a los abogados como parte de la forma de gobierno democrática, por ser auxiliares de la Justicia. Sin abogados no habría Poder Judicial y sin éste no habría democracia; pero un accionar deshonroso de uno u otro puede socavar los cimientos de la vida social ordenada, a donde cada uno pueda tener y defender lo que le corresponde por el solo hecho de ser.
A juicio todos los días
El crecimiento de los medios y formas de comunicación hace que nuestra profesión deba rendir cuentas de moralidad todos los días. Los abogados suelen ser los mayores damnificados a la hora de las generalizaciones, ya que el error de uno se estigmatiza sobre los demás, especialmente en aquellos que han abrazado el Derecho Penal en el ejercicio de la profesión.
Por la espectacularidad de una persecución, por la intensidad de un tiroteo, por la atrocidad de un homicidio o por el morbo mismo -presente en todo ser humano-, el Derecho Penal es el más visible o al menos el más publicado, y generalmente el juicio moral recae sobre quien defiende al acusado.
Hay programas que se dedican especialmente a analizar las causas más trascendentes y hacen de ella un diagnóstico de la sociedad. Sin embargo, y sin que ello signifique negar el daño que produce un delito, se necesitan varios robos de motos para equiparar el daño material y a la dignidad que provoca la quiebra de una empresa con obreros y familias enteras en la calle y los dueños viajando por Europa.
Sin embargo eso no se cuenta y para lograrlo también hace falta la concurrencia de un abogado. Pero sin duda alguna, el “moralómetro” se aplicará al penalista.
El abogado no está exento de aquella frase de Ortega y Gasset… “es él y sus circunstancias”, y en esas circunstancias están los medios de comunicación que los transforman en semidioses o demonios en cuestión de segundos y según quien maneje la pluma o el micrófono.
Hoy no hay canal de televisión ni medio gráfico que no tenga a diario en su grilla una “novela judicial” donde, a menudo, se bastardea el “uso” de la Ley, sea por parte de los abogados o de los jueces (que también son abogados), olvidando que el Derecho como norma que regula la vida en sociedad, y la Abogacía como profesión para lograr su justa aplicación, surgieron como defensa y mecanismo de protección del más débil, del más vulnerable, constituyendo una herramienta fundamental para defenderse del ataque injusto de quien se encuentra en una posición dominante.
Esta es la gran diferencia entre el “derecho de Estado” y el “estado de derecho”. En el primero de ellos quien detenta el poder va acomodando el Derecho según su conveniencia, generando leyes y mecanismos para fortalecer más aun su posición. En cambio en un estado de derecho, la ley -herramienta fundamental del trabajo del abogado- es un conjunto de normas que incluye, que resguarda al más vulnerable, que detiene el embate del más fuerte e impide el atropello a las garantías y derechos de los más débiles.
De ese lado quiero estar como argentino, como cristiano y esencialmente como abogado; quiero que el Derecho sea la herramienta para que a través del ejercicio de la profesión de abogados breguemos por una sociedad más plena en igualdades que en diferencias.
(*) Abogado