Lejos de abrazar los patrones comerciales y racionalistas de la época, Susana Accastello revive en sus diseños el estilo “italianizante” de principios del Siglo XX; ese arte bajo cuyos preceptos fueran construidas las primeras casonas de la ciudad. Aunque la mayoría fueron derribadas por el implacable “boom” inmobiliario, la arquitecta se ha encargado de levantar otras, cien años después del nacimiento de esas “bellas damas de antaño”
Si un día Villa María se quedara sin algarrobos y un experto en botánica los hiciera renacer de viejas semillas; o si las calandrias estuvieran a punto de extinguirse y algún biólogo comenzara a reproducirlas en un laboratorio para hacerlas volar otra vez en los cielos del Ctalamochita, ese botánico y ese ingeniero estarían realizando una tarea muy similar a la de Susana Accastello con el patrimonio arquitectónico. Porque tras la brutal demolición que ha experimentado la ciudad en los últimos quince años, las casas italianizantes de ladrillo visto fueron desapareciendo; como si un insidioso dentista las hubiese extirpado de la nueva dentadura urbana. Sin embargo (y nunca se sabrá si por azar o por la implacable ley de “causa-efecto”) fue precisamente en el año dos mil cuando la arquitecta construyó su casa; la primera de una fabulosa serie en calle Rivera Indarte 381. Allí es, precisamente, donde me dirijo y toco el timbre. Y cuando su dueña me abre la puerta y me hace pasar pareciera decirme con su amable sonrisa: “Bienvenido al año mil novecientos quince”.
Breve charla con la mayor poeta del ladrillo visto de la ciudad
Pero mejor será que la propia Susana cuente el nacimiento de un proyecto que, en cierto modo, tiene que ver con la niñez y la melancolía más que con la modernidad y las nuevas tendencias.
“Mi forma de diseñar se desprende del modo en que viví la arquitectura siendo niña, comenta. Yo estuve en contacto permanente con este tipo de construcciones en mi pueblo, Dalmacio Vélez; ya sea en casa de mi tío o de mis vecinos. Y muchas de esas casas todavía siguen en pie, porque en los pueblos se voltea menos que en la ciudad. O sea que viví desde muy chica en espacios y entre materiales como éstos. Y eso te queda en el imaginario para siempre”.
-¿A qué se debió la demolición de esas casas?
-A que en la década del ´60 hubo una ola de modernismo y las casas italianizantes fueron quedando “obsoletas”. La cosa empezó cuando se cambiaron los techos de chapas por hormigón. Parecía que el cemento te daba seguridad y prestigio contra la sensación de miseria de las chapas. Y si bien en esa época muchas casas ya tenían 50 años, nadie se planteó cambiar las chapas y preservar el estilo, sino que cambiaron el techo entero, para lo que muchas veces debías romper paredes e introducir columnas. Con esta mentalidad se han volteado no sólo casas sino capillas y edificios públicos muy valiosos.
-Con tus proyectos, hiciste algo parecido a resucitar una arquitectura insidiosamente demolida…
-Lo que hice básicamente fue tomar la morfología de esas casas y, ajustándome a una limitación de materiales, desarrollar una tipología propia. Yo siempre busqué austeridad y economía en el diseño. Y me propuse trabajar con pocos ítems en relación a las casas del presente. Yo uso el ladrillo visto en la mayor cantidad de envolvente posible y trabajándolo tanto de manera exterior e interior. Si tomás las juntas con la misma mezcla de elevación, se ahorra el revoque por dentro y por fuera. Incluso he llevado el ladrillo visto al baño y la cocina.
-Tu casa es tan espaciosa como austera ¿Es parte del estilo?
-Sí, porque remite a una vieja carestía de otros tiempos. Incluso los techos llevan una estructura de madera y preserva el ladrillo como cielorraso. Antes se usaban tejuelas, pero como son muy caras, usé ladrillo común con una estructura de alfajías más fuerte.
-¿Necesitaste mano de obra especializada?
-Casi que sí. Hay muy pocos albañiles que puedan hacerte una casa como ésta desde las paredes hasta el techo. Al no haber revoque, no hay forma de tapar los errores. Y por eso hay que ser muy prolijo. En cuanto a los primeros techos, me los hicieron unos muchachos que tenían una empresa de demolición. Como ellos estaban acostumbrados a desarmar estructuras similares, entendían también la técnica del armado.
-¿Por qué la mayoría de la gente elige hacerse casas de hormigón?
-Porque es una moda comercial que da mucha eficiencia. De todas maneras, hay gente que todavía recurre a los lenguajes más clásicos. Y creo que amén del progreso y la moda, muchos se han quedado identificados para siempre con estas casas.
-En Villa María, donde sobran los cortaderos ¿no sentís que se explota muy poco el ladrillo visto?
-Sí, podría explotarse mucho más. Incluso antes se hacían ladrillos con variantes de tamaños y formas. Esto pasa por tener los ojos puestos en otro lado. Si vos ves las casas de las revistas con revestimientos de piedra, te decís: “¡Yo puedo traer la piedra! No tengo limitaciones económicas ni de traslado”. Y ese modo de razonar conlleva una concepción casi antropológica de la construcción, la de creer que la arquitectura puede estar desligada de lo que se produce en el lugar. Pero la arquitectura debe responder a su entorno geográfico, aún en sus materiales. Hoy, como podés acceder a elementos foráneos, eso se modificó.
-¿Creés que los materiales simples son sinónimo de pobreza?
-Hay algo de eso, pero el fenómeno es mucho más complejo. No se trata sólo de una cuestión de plata o apariencias. Mucha gente que tiene dinero elige una vivienda más económica y austera. Pero lo que es innegable es que los materiales son significantes de cuestiones simbólicas…
-Hablando de pobreza ¿Son más baratas estas casas que las de hormigón?
-Sí, porque como te decía antes, tienen mucho menos rubros. Acá podés ahorrarte los zócalos, el revoque y los cerámicos; ya que el piso va con cemento alisado que es mucho más rápido y económico. También te ahorrás el aire acondicionado, porque con la altura de los techos y una ventilación inteligente y ecológica, no lo necesitás. A nivel económico, lo único costoso del proyecto es arrancar.
-¿A qué se debe ese gasto inicial?
-Al tratarse una vivienda integral, hay que iniciar todo junto. O sea que el plomero, el gasista, el electricista y el albañil comienzan la obra al mismo tiempo para dejar todos los caños adentro de los muros. Es necesaria una coordinación ajustada de la mano de obra. Pero lo bueno es que una vez que llegaste al techo se acabó la construcción. Sin embargo no todos pueden vivir en una casa como ésta…
-¿Por qué?
– Porque te tiene que gustar la textura rústica y austera, imaginarte cada día de tu vida entre estas paredes sin revocar, con la energía que emana el ladrillo y la madera. Esa energía te tiene que hacer sentir bien. Y no a todos les pasa. Una vez, una mujer que vino a ver la casa me dijo: “¿y cuándo las vas a revocar?” Ella no sabía que los muros quedaban así. Esa mujer, por ejemplo, no podría vivir nunca acá, al revés que yo…
-¿Qué te dice la gente que pasa frente a tu casa?
-Lo primero es que, justamente, la casa no pasa desapercibida. Yo tengo un primo que la primera vez que entró me dijo “¡Es muy galpón, Susana!” Pero luego me ha tocado el timbre gente desconocida que ha entrado alucinada. Y algunos me han dicho casi llorando: “¡Esto es arte!”. La casa te incentiva a una reflexión, a un comentario de aprobación o desaprobación, signo de que la obra comunica.
-¿Cómo es la gente te ha encargado viviendas así?
-Tienen una conexión muy fuerte con estas construcciones desde la niñez. La última que hice fue el año pasado, para una pareja que se fue a vivir al barrio del Aeroclub. Eran chicos jóvenes con mucha sensibilidad a las cosas antiguas. Con decirte que ya se habían comprado las aberturas y las arañas de demolición. Otra casa en barrio Costa de Oro, en esquina, la diseñé con ingreso en ochava y con un lenguaje mucho más potente. Son chicos que siempre se imaginaron viviendo en una casa antigua, como yo…
Y Susana sonríe en la reja de la vereda. Cuando la saludo y emprendo el regreso, tengo la certeza de haber aterrizado súbitamente en el año 2015. Y empiezo a caminar las veredas de un barrio donde las casas se levantan como jovencitas que sólo dialogan entre sí y escuchan música tecno. Al doblar por Tucumán la miro de lejos. Y aquella “dama de antaño” pareciera saludarme; como si me hiciera un gesto de despedida con un pañuelo tras haber bailado el minué.
Iván Wielikosielek
Las últimas sobrevivientes
No son muchas las casas italianizantes de ladrillo que aún quedan en la ciudad. Y es que la enorme mayoría han sido demolidas o modificadas; lo que muchas veces significa “mutiladas”; muchas veces hasta el punto que cuesta reconocer sus fachadas originales. Sin embargo, algunos ejemplares aún resisten al embate del modernismo. Que estas “sobrevivientes” sirvan para cambiar restauración por demolición y respeto del patrimonio por la implacable lógica del mercado; esa que nunca nos devuelve lo que ha devorado en nombre del dinero.