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Universo de playas orientales

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Universo de playas orientales

Regado del delicioso carácter que le imprimen sus gentes sabias y encantadoras, el vecino país presenta balnearios para todos los gustos. Desde el glamour de Punta del Este al ambiente bohemio del Departamento Rocha, pasando por las familiares Atlántida y Piriápolis

p18-f1Escribe: Pepo Garay (Especial para EL DIARIO)

De cara al verano, los amantes de clavar sombrilla frente al Océano Atlántico miran el mapa y sacan conclusiones: Argentina tiene la costa bonaerense, territorio de inmensidades y tumultos. Brasil, arriba, brinda un litoral interminable, de sambas, batucadas y paraísos varios ¿Y Uruguay? Y Uruguay está en el medio, con sus pasiones y sus gentes de sentires anchos, con su cultura de charlas y su andar sabio, con sus amaneceres mate en mano y su tranquilidad de hace tres décadas… y con sus playas, claro.

Una extensa línea que mezcla mucho de mar per se e incluso algo de Río de la Plata, todo besado de ciudades, pueblos y balnearios, cada uno con un estilo propio. Si se busca movida y agite hay. Si la onda viene en plan familia y relax, hay. Y si los ánimos son propios de rincones para rendirle culto a la paz total y el espíritu, hay también. Plural y charrúa viene la propuesta.

Canelones y Maldonado

El recorrido planteado va de oeste a este, o lo que es lo mismo, desde el punto más cercano a nuestra Argentina hacia el más alejado. Dejando atrás el Departamento Colonia y la propia Montevideo (ubicada a 850 kilómetros de Villa María), lo primero que surge con pintas de mar es el Departamento Canelones. Decimos “con pintas de mar” porque esa sensaciones arroja el escenario, suaves las olas que se aman con la arena blanca, a pesar de que técnicamente se trate del Río de la Plata.  

Los referentes de la región son las bellas Atlántida (a 45 kilómetros de Montevideo) y Piriápolis (a 100, ya en el Departamento Maldonado), las preferidas por los veraneantes de la capital oriental, y de ambiente marcadamente familiar. La primera destaca con las playas Mansa y Brava (posta de surfistas), el movimiento tranquilo pero incesante, las arboledas entre el cemento y la rambla, el Yatch Club local con sus veleros adornando la postal, el Museo de Neruda (Atlántida era uno de los destinos favoritos del poeta) y el pesquero Piedra Lisa (un resumen de idiosincrasia uruguaya, tantos los hombres nobles y profundos que esperan el pique con humoradas y una paciencia infinita).

Piriápolis, por su parte, le agrega a aquel juego otras playas con verdores como la San Francisco, Grande, Punta Fría, Punta Colorada y Punta Negra; las ondulaciones de las Sierras de las Animas y un muy interesante casco urbano con pinceladas de estilo Belle Epoque (los puntos álgidos se llaman Castillo de Piria, Gran Hotel Argentino y Capilla San Antonio).

Punta del Este y alrededores

Continuando por el Departamento Maldonado, la referencia inevitable es Punta del Este (a 140 kilómetros de Montevideo). Meca del turismo “de alta alcurnia” Sudamericano, esta ciudad peninsular lejos está de exhibir su población real (apenas 14 mil habitantes). En cambio muestra un rostro de grandes edificios, de movimiento estival permanente y agitado, con shoppings, restaurantes y boliches caros. Sobresale una costanera muy del jet set, en el que el emblema es su elegante Puerto, repleto de embarcaciones. Otros atractivos famosos son el antiguo Faro, la Rambla Artigas, el Muelle La Pastora y los arroyos y lagunas lindantes.

Aunque naturalmente, lo más solicitado de “La Perla del Uruguay” siguen siendo sus varias playas, por ejemplo la Brava (hogar de la célebre escultura de La Mano), la Chiberta, El Emir o Los Ingleses. Brillan el Océano Atlántico y las pieles tostándose al sol, igualito que el desfile de coches de lujo que a más de uno se le antojara, acaso, como cruda metáfora de las terribles desigualdades que abundan entre los seres humanos.

Todavía en Maldonado, la ruta apenas se aleja de Punta del Este hasta tocar la zona residencial de La Barra (de noches frenéticas) y su exclusivo balneario. La siguen Playa Bikini, Manantiales y San Ignacio. Misma tónica que antes: glamour y bastante frivolidad, pero en ambiente mucho menos acelerado. Lo precioso, en cualquier caso, son los horizontes de un Atlántico cada vez más a sus anchas.

Rocha, el bohemio

El viaje prosigue con la llegada Rocha, departamento que corona las bellezas de la costa charrúa. Aquí el principal imán de visitas es La Paloma (a 225 kilómetros de Montevideo), la localidad más popular de la región. Con sus playas Anaconda, La Balconada, Los Botes y la cercana La Pedrera, su paseo artesanal, casino y buena oferta de alojamiento, es la predilecta de jóvenes y familias de clase media.

Después, el paisaje comienza a hacerse más desolado y salvaje, y los sitios más encantadores y únicos. Ideal para aquellos que buscan desenchufarse del mundo moderno y conectarse con el alma es Cabo Polonio (265 kilómetros desde Montevideo). Un pueblito de pescadores e impresionantes dunas de arena (de hecho a la aldea se llega sorteando estos montículos en vehículo especial, ya que no existe carretera), donde no existe la luz eléctrica pero si unas noches estrelladas sencillamente espectaculares, y barcitos para hacerle compañía. Un espejismo que existe, bohemio y poeta, auténtico hasta en el danzar de los lobos marinos (habitantes de las islas vecinas La Rasa, La Encantada y El Islote). Parecida en la onda, aunque con mayor dosis de civilización, son las casi lindantes Valizas y Aguas Dulces.

Finalmente, surgen en forma de despedida Punta del Diablo y Barra de Chuy. La una de la mano de playas inmensas (de bares estilo hippie y juventud con ganas de algo distinto), delicias en formas de mariscos frescos (los que sacan los pescadores de la generosa mar) y el paseo a la Fortaleza de Santa Teresa (colosal construcción levantada por los portugueses en los alrededores del año 1750).

La otra, conquista gracias a las playas de aguas cristalinas que le regalan el Atlántico, la Laguna Merín y el Arroyo Chuy; los paseos de compras libres de impuestos y las bondades de un segundo gran aliciente histórico: El Fortín de San Miguel (erigido por los españoles en 1735). A pasitos de allí, está la frontera con Brasil, que le marca punto final a un recorrido inolvidable.