Por El Peregrino Impertinente
El mar Muerto, también conocido como “mar Funes Mori”, es un lago salado ubicado entre Israel, Jordania y Cisjordania, en pleno Oriente Próximo. Su nombre se debe a que por el altísimo nivel de salinidad que contiene (casi 10 veces más que cualquier océano), no permite la vida de peces o plantas, aunque si de hongos, bacterias y parásitos. “Mmmm, interesante”, piensa un tal Magnetto, que anda con ganas de cambiar de aires.
En rigor, lo que llama la atención de los viajeros es la posibilidad de llegar al lugar, lanzarse a sus aguas y, ayudados por los monumentales niveles de salinidad, flotar en la superficial cual víctima de conflicto gremial. Sobran las postales de gordos meciéndose en el célebre mar mientras comen un sánguche, leen un libro o simplemente toman el sol. O sea, mientras viven la vida: “¿Qué es eso?, pregunta el empresario que se pasa 19 horas por día trabajando, al tiempo que los hijos empiezan a decirle “papá” al sodero.
Otras de las curiosidades del sitio es que, debido a sus propiedades, suele ser visitado por personas que sufren enfermedades de la piel, los pulmones y el corazón. Se dice incluso que quienes padecen reuma podrán encontrar en la inmersión una solución mágica. Y hasta cuentan que el último viejo que se metió, salió al ratito hablando de lo bien encaminada que está la juventud de hoy y lo malos que eran los tiempos de antes.
Asimismo, vale subrayar que en algunas orillas del mar Muerto se han encontrado manuscritos de aproximadamente 2.000 años de antigüedad, lo que corporiza el testimonio bíblico más antiguo encontrado hasta la fecha. “Señor mío, larga algo de lluvia que acá no crece ni el índice de inflación”, se lee en uno.