Escribe Chinato Garda
Especial para EL DIARIO
Si fuiste a los Carnavales, vos viste cómo es Villa Nueva. Esa fiesta mágica muestra de cuerpo entero, y con el torso al descubierto para la radiografía justa, directa, el corazón de un pueblo.
Yo vi pasar a un chico de doce o trece años, tal vez, integrando una batucada, tocando, golpeando el zurdo que llevaba atado a su silla de ruedas. Si alguien hubiese tomado esa foto, tendríamos otra radiografía de aquellas. Porque el Rey Momo, en Villa Nueva, es inclusivo por sobre todas las cosas. Reina para todos. No le hace asco a nadie.
Dicen que dicen que tiene treinta años. Treinta en democracia, querrán decir. Tiene muchos más. En los años sesenta, el corso iba por la Marcos Juárez hacia la plaza Capitán de los Andes. Y había que llegar temprano para conseguir lugares en la vereda del Club Alem o en la del Bataraz, sin ir más lejos. Y ahí en las sillas de lata que rodeaban la mesa de lata, un año pintadas de verde y al siguiente de rojo, por ejemplo, se posaban los mayores de las familias, mientras los chicos se iba a apretar el pomo por ahí, cuando la nieve loca era futurista y la serpentina y el papel picado decoraban el ambiente.
Y antes, en los años cuarenta y en los cincuenta, también hubo corsos, porque en la casa de mi abuelo había fotografías de mi vieja y mis tías vestidas de marineritas en una carroza que simulaba ser una canoa o algo por el estilo. Y en la casa de mi otro abuelo estaba el daguerrotipo de mi viejo y mi tío, con sus amigos, ataviados con chalecos y con sombreros, montados en un Ford T al estilo Al Capone. En fin, que no es de ahora, ni de ayer ni de anteayer. En muchas casas más seguramente habrá otras instantáneas carnestolendas que dan fe, indican, demuestran que la cosa viene de lejos; de más lejos que el zanjón, que mirá que quedaba lejos, a la vuelta de tanto guadal. Y viene de allá, de la loma de la miércoles, y se preserva porque la historia, en esa ribera del río, se guarda diferente. Se cuida (vos viste cómo es Villa Nueva).
En Villa María hubo intentos extraordinarios de vecinos que aman el carnaval, la fiesta pagana por excelencia, la alegría, el sacarlo todo afuera. Los últimos en intentarlo fueron los vecinos de barrio Parque Norte. Se la jugaron, lo defendieron, pero la historia no empujaba mucho y las autoridades tampoco lo hacían demasiado, entonces, pasó lo que tenía que pasar.
Desde la otra orilla, en cambio, no hacen más que ponerse un traje invisible que heredaron de sus ancestros y tienen colgado en la misma percha desde entonces. Es como si tuvieran las lentejuelas pegadas en la piel, como si las plumas le crecieran por la cabeza, por los brazos, una vez al año; más allá de que decenas de personas se pasen meses y meses cosiendo y bordando para dar muestra de humilde grandeza al paso de los suyos por delante de la mirada de los otros.
Mucho papel y mucho engrudo hacen falta para mantener en pie, erguidas, las tradiciones; y algo más que eso, también hay que tener.
No resultó extraño entonces que de tanto ir a Gualeguaychú a ver y aprender, a preguntar dónde compran cada elemento, el año pasado se trajeran a Marí Marí. Como no fue raro que este año la cosa adquiriera alcance regional, con más de diez formaciones entre las propias y las llegadas especialmente para sumarse a los Carnavales Gigantes.
Hoy leía en EL DIARIO las declaraciones de algunos de los que trabajaron duro para hacer posible la fiesta y los noté satisfechos, pero también autocríticos: decían que para el año que viene esperan que puedan regresar los barrios villanovenses que no pudieron estar presentes por motivos económicos, y que si por esas cosas llegan a ser demasiadas las comparsas y las batucadas, la movida se puede hacer en dos fines de semana consecutivos… En fin, que ya están pensando en la próxima edición; en cómo crecer dentro de las posibilidades (vos viste cómo es Villa Nueva).
Hasta hablaron de la necesidad de un corsódromo. ¿Qué tul? ¿Qué te parulece?
Y entonces me dije: ¿cómo no apoyarlos de alguna manera?, ¿cómo no escribir de la manera en que lo hacía antes sobre las cosas de antes?, ¿cómo no crear vientos a favor de estos plumíferos que echan a volar con la imaginación hasta vaya uno a saber dónde? Y entonces acá estoy, aquí me pongo a cantar al compás de la batucada: “Vamos zambuite, vamos… que no se apaguen las bombitas tricolores”. Vamos Villa Nueva por más, que el carvaval te pinta el corazón entero, que Momo vive y reina sin hacerle asco a nadie.