Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
Ubicada en el centro del reino, la ciudad presenta el típico paisaje de la Holanda urbana. Canales, preciosa arquitectura medieval y un jolgorio de bicicletas. Las costumbres y algunos modos locales
Al poner pie en Utrecht, el viajero no puede dejar de trazar algún que otro paralelo con Córdoba. En la estación de trenes divisa los carteles electrónicos con decenas de llegadas y salidas y le llaman la atención el movimiento vital y las dimensiones del edificio. Ocurre que, al igual que nuestro mediterráneo distrito, la ciudad (capital de la provincia homónima) hace las veces de centro geográfico del país. En este caso, Holanda. Una nación de clima caprichoso, notable belleza arquitectónica y gente fría y distante. Se acabaron las coincidencias, queda claro.
En esas van las reflexiones, hasta que las piernas se deciden a conocer la urbe, ubicada apenas 45 kilómetros al sur de la alocada y mundialmente famosa Amsterdam. Primor de canales y edificios históricos llenan de acuarelas el casco viejo, entre miles de bicicletas que perfuman las calles empedradas (hay que ver el fanatismo de los holandeses por las bicis, si siguen el Tour de France, el Giro de Italia, la Vuelta a España y otras carreras insignes hasta por la radio).
Lo bueno es que al no ser una ciudad muy turística, el cuadro se puede apreciar con total tranquilidad. Lo vital de la foto es un estilo medieval que predomina aquí y allá. En ese sentido, destaca notablemente la Catedral de San Martín o Domkerk. La mayor y mejor conservada obra gótica de toda Holanda descansa en pleno centro, con sus torres puntiagudas y su aspecto legendario. Su piedra fundacional data del año 600.
En frente, la Torre Dom se jacta de ser la más alta del país (111 metros). En su interior se sitúan las capillas de San Miguel y la de Egmond, un mirador para apreciar la ciudad de forma cabal y una gigantesca campana que cada media hora hace recordar las tradiciones religiosas del (protestante) pueblo. En la parte trasera se sitúa el jardín de Pandhof, otro canto a los tiempos viejos.
También pegada, la sede de la Universidad de Utrecht nos indica la dilatada trayectoria de la ciudad en tales menesteres. Aunque más dan cuenta de ello los barcitos y tabernas que en las noches se llenan de estudiantes y energía. Momento justo para saborear algunas de las famosas cervezas holandesas y disfrutar la postal de los canales, de los puentes, de las casonas antiquísimas pero impolutas (todo en Holanda lo es), del gusto a Europa.
Castillo y mercados
Ya en nuevo día, toca continuar rescatando arquitectura. No hay nombres ni identificaciones, pero qué importa, si todas las construcciones se antojan bonitas, con esos tres o cuatro pisos, con esos tejados, con esos altillos.
En cambio, sí sale del anonimato el Stadskasteel Oudaen o Castillo de Oudaen, y de paso habla de la opulencia de las familias adineradas del Siglo XIII. Es la Edad Media, que de vuelta juega con los sentidos, que de vuelta transporta y encanta.
Algo parecido ocurre con la visita al Mercado de Vredenburg o el de la calle Breedstraat. Verdad es que las mujeres no usan trenzas, polleras largas ni zuecos de madera; ni los hombres tiradores ni jardineros. Pero sí se lucen las flores, el pan fresco y el amarillísimo queso gouda. El más holandés de los holandeses. Más que Utrecht, si cabe.