Por El Peregrino Impertinente
Sin contar a Cocodrilo Dundee o al canguro del “Circo del Canguro Boxeador”, cuyos trapecistas tienen más hambre que el Chompiras; se podría decir que la Opera de Sydney es el máximo emblema de Australia. Por asociación, también se podría decir que es el máximo emblema de Oceanía, toda vez que sacando al gigantesco país, el continente está formado por islas de morondanga “¿Lo qué?” Dice el capitán de los All Blacks neozelandeses, los 2 metros 10 indignadísimos, y mejor retractarse antes de amanecer empalado en una hache.
Patrimonio de la Humanidad, la monumental estructura descansa en la preciosa Bahía de Sydney, de cara al agua y a turistas que no paran de admirarle la silueta. Esa que deslumbra al mundo con una estructura tan vanguardista como atractiva, caracterizada por enormes semiesferas o conchas “Por eso debe ser que me gusta tanto”, salta el más vulgar de los viajeros, haciendo clarísima referencia a la palabra semiesfera.
Inaugurada en el año 1973, la también conocida como Opera House alberga en su interior la impresionante Sala de Conciertos, el Teatro de Opera, la Sala de Música y el Teatro de Drama. Además, cuenta con salas de ensayo, de grabaciones y de exposiciones, casi 50 camarines, librería, restaurantes y bares, totalizando más de 700 ambientes, entre ellos desierto, pradera y bosque templado.
Otro dato llamativo es que el icónico edificio está recubierto en su exterior por más de un millón de azulejos color crema, que contemplando el cuadro de lejos no se llegan a percibir. Mucho menos cuando lo vemos por Crónica TV cada 31 de diciembre, rodeado de fuegos artificiales que hacen saber que, en ese lado del mundo, ya es Año Nuevo “Son las doce: sírvanme un vaso de ananá fizz de una p… vez”, grita entonces, frente a la tele, el cada vez más perdido el abuelo Rogelio.