JAIRO REBOYRAS
Músico, socio fundador de Unimuv
1989
En mi infancia me tocó crecer con el relato de que la dictadura fue la privación de los derechos humanos; una mordaza y un velo al pueblo desde el Estado, amenazado por personas vilmente organizadas, y maniatado, además, por la manipulación de la información de los medios de comunicación. Una cárcel con fronteras, por decirlo de otro modo.
Hoy puedo agregar, desde mi lugar, que también supone la inversa a la soberanía cultural, esa a la que le impuso qué, quién, cómo y dónde podía manifestarse.
La cultura es eso. Es manifiesto, espejo, identidad, liberación, sabiduría, tradición, comunicación. Es todo lo que necesita el hombre para dejar de ser el robot que creó; y es a la vez trabajo en equipo, altruismo, lucha, cosecha y esperanza. Atar a la cultura es agarrar fuerte a un corazón que late y a un cerebro que piensa. A la cultura no se la puede limitar. Para eso está el facto.
JOAQUIN AQUISTAPACE
Estudiante secundario
1999
Para mí, la dictadura es aquel régimen político en el cual una sola persona posee todo el poder en sus manos para gobernar un país, pudiendo modificar leyes y sancionarlas a su voluntad.
Sin embargo, la dictadura de 1976 significó mucho más que sólo la descripción del término. Este hecho fue y será una triste historia para el país, una mancha oscura que no se podrá borrar. Y es a partir de este hecho que puedo subjetivamente interpretar lo que significa la dictadura.
Es la causa de miles de muertes, desaparición de niños, identidades robadas, profesores y artistas exiliados. Es la persecución de toda persona con ideales “peligrosos” para el país. Es el miedo a cometer un error y caer en las manos de la tortura dictatorial. Es la privación y destrucción de la libertad de cada ciudadano argentino. Es controladora de los medios de comunicación; es la causante de pérdida de todo derecho. Es la manipuladora de la cultura. Es la opresión en persona.
Basándome en esto, considero que la dictadura es una forma de Estado de la cual muy pocos son los beneficiados, un régimen que va en contra de todos los derechos humanos. Es ese todo que no quiero que vuelva a pasar.
LUIS NEGRETTI
Abogado y rector de la UNVM
1972
Una dictadura, Gobierno de hecho, militar, de facto o como quiera denominárselo se trata de la alteración más flagrante al núcleo, la columna vertebral del Estado de derecho. El Estado se considera de derecho cuando todos, ciudadanos y autoridades nos sometemos a las normas jurídicas y por otra parte se respetan ciertos principios sistémicos que hacen a la conformación de una república: autoridades elegidas democráticamente, periodicidad de las funciones, responsabilidad de los gobernantes, publicidad de los actos de gobierno, respeto por parte del Estado a los derechos individuales y sociales, división de poderes, respeto a las normas vigentes en base a una constitución vertebradora de todo el orden jurídico.
En una dictadura se reúne en cabeza del dictador la suma del poder, ubicándose ese poder por encima de la propia ley, suspendiéndose la vigencia de la constitución, reuniéndose las funciones ejecutivas, legislativas y en algunos casos (como tristemente ocurrió en la última experiencia dictatorial en nuestro país) asumen el rol de decidir sobre los bienes, la libertad e inclusive la vida de los ciudadanos, sin las más básicas garantías que establece una constitución que se encuentra con vigencia suspendida en estos períodos.
Por razones cronológicas mis únicos recuerdos se remontan a la sucesión de juntas y presidentes entre generales y brigadieres y la guerra de Malvinas, puedo testimoniar sobre la dictadura desde la avidez por democracia y república que respiramos en los años 80, convirtiéndome en miembro integrante de la generación pos dictadura. Esta generación, que no sufrió persecución, limitaciones a sus derechos, violación de sus garantías, cárcel, mordazas, desaparición, apropiación de hijos y muerte tiene la alta responsabilidad de sostener en la memoria colectiva estas etapas infames de la historia del Siglo XX.
Hoy debemos las nuevas generaciones reclamar a nuestras autoridades, reunirnos para ello, cambiarlas a través del sufragio de manera periódica, hacer valer nuestros derechos individuales y luchar por los sociales, exigir el respeto irrestricto de la constitución con división de funciones, acceder a la información pública y tener la plena convicción que la salida a los problemas que pueda tener un sistema democrático y republicano, que siempre es perfectible, es dentro del propio sistema, jamás violentándolo, las experiencias históricas demuestran las terribles consecuencias de tomar otro camino, de esto se deducen dos breves frases que han sido infinitamente dichas y escuchadas, pero no por ello dejan de ser absolutamente ciertas: 1) Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirlas. 2) La peor de las democracias es infinitamente mejor que la mejor de las dictaduras.
JUAN JOSE ODDINO
Fotógrafo
1959
El 24 de marzo de 1976, apenas pasadas las 3 de la mañana, se difundía a todo el país el fatídico “Comunicado Nº 1”, anunciando el comienzo de la peor dictadura militar de la historia argentina. Miles de personas, principalmente obreros, estudiantes e intelectuales (según Informe de la Conadep, “Nunca Mas”, 1984), fueron detenidas, torturadas, desaparecidas y asesinadas. Se apropiaron de niños, desindustrializaron, hicieron la “plata dulce”, la Noche de los Lápices, el conflicto del Beagle, la guerra de Malvinas, el Mundial del 78… pero también nos regalaron a las enormes Madres. Fueron 7 años, 8 meses y 16 días en los que muchos dejamos la adolescencia y nos convertimos en hombres. Yo en el 76 tenía 16 años, cursaba 4º año de la secundaria en el Rivadavia. Y como miles y miles de personas, no entendía muy bien lo que pasaba y lo que se venía.
Hoy, a 40 años del golpe siento que da vueltas por mi cuerpo una certeza: aquellas porquerías mataron y torturaron simplemente porque ellos ya estaban muertos y torturados, pero de miedo… mucho, mucho miedo… cagados de miedo a la libertad y la felicidad del pueblo.
IRMA CARRIZO
Coordinadora del Espacio INCAA
1979
El terrorismo de Estado para mí es la gran herida de nuestro pueblo argentino, la llevaremos siempre marcada. Hoy es una herida abierta. Anhelo que sea una cicatriz que nos recuerde siempre ese hecho traumático y doloroso, tremendamente doloroso, para no repetirlo jamás.
La dictadura militar fue un hecho silenciado en mi educación formal. Desde los 5 a los 17 años fui a la misma escuela privada y católica que Paula Mónaco Felipe: el Instituto La Santísima Trinidad. Ella iba unos años adelante porque es dos años mayor que yo. Jamás supe en mi escuela su historia; jamás, que yo recuerde, se habló de ese tema en ninguna hora de Historia, o de Educación Cívica; jamás asistí a una instancia en la que me permitieran abrazar a esa compañera, forjar una relación con ella, acompañar su lucha. No podíamos organizarnos políticamente, no teníamos centros de estudiantes ni instancias para discutir estas cosas. La historia era algo ajeno a nuestra cotidianeidad, conviviendo con una de las mayores referentes de esta lucha en nuestra provincia y el país, y hoy de trascendencia internacional, a unas pocas aulas de diferencia.
Mi ingreso a la Universidad Nacional de Villa María me despertó la conciencia crítica silenciada. Es tan poderosa social, cultural y políticamente la creación de esta universidad para los hijos de los sectores populares como yo. A mí me crió mi madrina. Ella sola, porque quedó viuda cuando yo tenía 5 años. Mi papá, un obrero de la construcción santiagueño, falleció a los 33 años, cuando yo apenas tenía 2. Mi mamá, ya con tres hijos, al quedarse sola, buscó la posibilidad de sobrevivir en Río Cuarto. Yo me quedé con mi madrina hasta que ella falleció a los 80 años, en el 2010, año que se sancionó el matrimonio igualitario. Mi madrina afrontó toda mi educación con una mísera jubilación, priorizando mis estudios. Por eso soy una eterna defensora de la creación de la UNVM, de la educación pública, porque al igual que para mí, fue la posibilidad de un estudio superior para muchos hijos de los sectores populares.
Me inscribí en Ciencia Política. Yo en realidad quería ser abogada, pero era imposible la idea de trasladarme a Córdoba capital. Entonces consideré que Ciencia Política era una buena opción. Y sí que lo fue. La UNVM despertó mi conciencia dormida y me permitió amalgamar mis experiencias políticas de niña y adolescente con mi madre adoptiva. Doña Irma Mercado fue una gran militante peronista del barrio Roque Sáenz Peña (el barrio donde nací y vivo actualmente) y también una referente del vecinalismo. Mi mamá Irma me participó de la creación de las principales instituciones de mi barrio, me enseñó con la práctica concreta que todo lo importante para una comunidad se hace horizontalmente con los compañeros, los vecinos. Mi mamá, con el resto de mis vecinos organizados, crearon las principales instituciones de mi barrio: el dispensario, la guardería “Las Ardillitas”, el baby fútbol. Con mucho trabajo comunitario organizaban los reconocidos bailes populares del Club Vélez Sarfield. Allí iban a bailar libremente travestis de Villa María, Villa Nueva y la región, y muchos personajes muy conocidos de la ciudad como el Topo y la Chuchana. La comunidad trans de la época ingresaba como un grupo de amigxs y algunxs muy femeninxs optaban por que las sigan llamando con su nombre de varón. Recuerdo que con 6 ó 7 años le pregunte a mi mamá por qué Kuiti o Gustavo se pintaban las uñas y se ponían ropa de mujer, y ella me respondió con mucha firmeza que “cada uno se viste como más le gusta” y me señaló que recordara siempre que a ellos y a las prostitutitas les tuviera mucho respeto, porque con ellxs se podía contar en las buenas y en las malas. Mi mamá Irma siempre fue muy directa y llamaba, según ella, a las cosas por su nombre, me decía “los putos y las putas son capaces de darte lo que no tienen si vos los necesitas”. Me enseñó que eran buenxs personas. Mi mamá y el resto de las vecinas de la comisión de damas hacían echar con la Policía a los hombres que le buscaban pleitos a lxs chicxs “putos y putas”. Mis vecinas tenían conciencia de género y me la inculcaron a mí en la infancia. Todo mi recorrido en la institución educativa católica fue como vivir escindida entre mi mundo comunitario y popular del barrio, signado por los principios de la solidaridad, la organización comunitaria y la lucha política, con mi mundo en la escuela, en una institución que le daba mucho valor a la disciplina, al uniforme, el pelo corto en los varones y recogido para nosotras, pero poco hizo para que reconociéramos como propio parte de nuestro pasado próximo.
Hoy reivindico la militancia por todos los derechos humanos, los derechos de las mujeres y de la diversidad sexual, especialmente, y la memoria es un pilar fundamental en mi vida. Siento que la memoria es nuestro presente y nuestro futuro. El terrorismo de Estado instaló el modelo económico y social que hoy reivindica Macri, con la sangre de nuestros compañeros instalaron este modelo liberal que hoy se reorganiza con mucha fuerza. La dictadura militar, como el neoliberalismo, tienen en común el hecho de que rompen lazos de solidaridad, nos desorganizan, nos llenan de miedos. La vida comunitaria desaparece, las personas se encierran en sus casas después de trabajar muchísimas horas por día para no llegar a fin de mes. Este sistema hace que los vecinos no se reconozcan como compañeros constructores activos de la vida comunitaria; este sistema, muy por el contrario, hace que vivamos con miedo a expresarnos libremente, miedo a quedarnos sin laburo, miedo a que nos maten por tomar las calles.
La apropiación de los hijos de nuestros compañeros desaparecidos me parece el hecho más terrible y abominable que pudieran haber hecho; algo espantoso, de una maldad tremenda. La militancia en estos temas hizo que se eche luz a la verdad y se haga justicia. Ayer marchamos en Villa María con los rostros de nuestros vecinos villamarienses mientras Macri recibía a Obama. Yo marché con los rostros de los padres de Paula Mónaco Felipe porque es mi manera de reivindicar en mi historia personal mi memoria y decirle a Paula que perdone el silencio de todos los años que transitamos juntas en los pasillos de esa escuela y que nunca pude abrazar su dolor ni acompañar su lucha.
CAMILA PERASSI
Militante
1994
Para mí la dictadura cívico-militar es un legado de memoria, verdad y justicia.
Memoria para recordar a los responsables del genocidio más doloroso de nuestra historia. Memoria para recordar a las víctimas, sus luchas, sus sueños y sus ausencias. Memoria para recordar a Madres, Abuelas e HIJOS, motor contra el olvido.
Verdad para que el pueblo sepa lo que realmente pasó, quiénes fueron todos los cómplices, dónde están los desaparecidos. Verdad para que todos los nietos y nietas recuperen su identidad.
Justicia para que los juicios continúen y los culpables cumplan su castigo en cárceles comunes. Justicia es que los derechos humanos hayan sido una política de Estado para un Gobierno nacional. Justicia es que podamos cuidar lo conseguido, justicia es que sigamos luchando por lo que falta.
Somos una generación que nació en democracia, pero que por la lucha incansable de Madres, Abuelas, HIJOS, por la lucha de todo un pueblo que se niega a olvidar, sabemos que la dictadura fue una época a la que no queremos ni vamos a volver… Nunca más.
GRISELDA GOMEZ
Periodista, investigadora de DD.HH. y poeta
1962
La que fue y todavía retiene a las mujeres y los hombres que buscamos…
Fue la de comunicado madrugado en cortado café con leche y mate amargo, mediodía de terror y tarde fagocitando ciudadanos o noche escondiendo prisioneros. Días, meses y años.
El pueblo no sabía de la nada, de la radio en alta sintonía tapando al interrogador, del ventilador rodando muerte en las esquinas, de los pies cementados hacia el fondo de los lagos, del que anestesiaba entre los vuelos y el vacío, del que reía mientras vejaba.
Fue la innombrable, la del beso envenenado del Angel Rubio en la frente de Azucena Villaflor, la del hueco de cañón y la imprenta quemada en la casa del hijo de Chicha Mariani, la que destrozó la vida y la cara de la hija de Estela de Carlotto, la que secuestró para siempre a los hijos de Hebe de Bonafini, la que arrancó los hijos y los nietos de miles de madres, la que asesinó a las monjas francesas, a los curas Palotinos, a Murias, Longueville y Angelelli.
La que andaba de fusiles, autos sin patentes, capuchas y torturas, señora y dueña uniformada montada sobre las vidas y las muertes. La de los civiles adscriptos, sumados y ascendidos por sus cómplices tareas.
Fue todas las noches: la del Apagón en Jujuy, la de las Corbatas en Mar del Plata y la de los Lápices en La Plata, fue la déspota cazadora que gozó de sus botines y la nodriza de chacales lanzados a las calles.
Fue la de los mandos bajos y medios obedeciendo debidamente a los insanos jerarcas de alto rango. Fue la de los pozos y las fosas, la de los huesos quemados, la que ocultó en las cales y en las sales. La misma que puso coces de caballos sobre las espaldas de las que rondaban en la plaza con los pañales pañuelos de los hijos inscriptos en desaparición y desconsuelo.
Fue la impunidad cívico-militar eclesiástica, la del arrojo al exilio, la de censura y homicidio, la cazadora perturbada, la que partió la historia.
Esa fue la dictadura, la que nos cruzó sin prisa y sin pausa. La que nos atravesó el cuerpo y las palabras. Esa por la que no tuvimos venganza, esa por la que durante décadas pedimos verdad y justicia.
Es la que todavía mira sin arrepentimientos detrás del vidrio blindado, en su pacto de silencio, en su anciana mueca despiadada y burlona desde el banquillo de los juicios. Es la que suele andar de amenaza. Es el espanto que no prescribe. Es la que retiene a aquellos niños robados, esos hombres y mujeres que seguimos buscando. Por eso hay memoria que nunca más será olvido.
EDUARDO BELLOCCIO
Secretario general adjunto del CEC
1951
En marzo de 1976 trabajaba en el supermercado Baudino y era miembro de la Comisión Directiva del Centro de Empleados de Comercio (CEC). La mañana del 24 me levante para ir a trabajar, puse la radio, y en las noticias de las 7 sonaba una marcha militar. Leyeron el parte Nº 1 de la Junta que tenía al general Videla a la cabeza. El golpe militar se ponía en movimiento. No hacía falta mucho más para darse cuenta de que comenzaba la historia más tenebrosa de nuestro pasado reciente.
Me subí a mi moto Gilera y enfilé para la casa del secretario general en el bulevar Vélez Sarsfield, para analizar la situación, pero toda la manzana estaba rodeada por carros de asalto y milicos arriba de los techos. Di toda una vuelta y fui al gremio, que en ese tiempo estaba en la calle Alem 156. Por las dudas de que lo intervinieran, traté de rescatar todos los libros de actas y una caja más chica con un archivo de fotos muy antiguas de la historia del CEC. Puse todo sobre el tanque de la moto y los llevé a la casa de… no revelaré el nombre de quienes cuidaron los libros y las fotos con tanto esmero y dedicación.
En marzo 1976, además de la pérdida de los derechos de los trabajadores y la falta de garantías individuales, comenzaron las detenciones, desapariciones de personas y persecuciones a delegados y directivos sindicales, fundamentalmente, y también a estudiantes y dirigentes políticos. Estaba prohibido pensar. Y ya se sabe, en las dictaduras militares, en las represiones y en los gobiernos de derecha, no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo, la historia lo dice: el Estado determina el protocolo de represión, los milicos ponen las balas y nosotros ponemos los muertos. Desde los crímenes de Chicago hasta acá siempre ha sido así.
También sabemos que el golpe de Estado fue “cívico-militar”. Sirva este espacio y la fecha que recordamos para reclamar a la Justicia de nuestra ciudad la investigación total del vínculo de los militares golpistas con los civiles locales que actuaron como cómplices, informantes y alcahuetes de los que ejercieron el poder por la fuerza de las armas de 1976 a 1983.
DANA TIEFFEMBERG
Estudiante de Abogacía
1992
Para mí la dictadura es sinónimo de opresión, parte de la historia de mi Patria que si bien no viví, llevo grabada. Epoca nefasta que no puedo ni quiero permitirme olvidar, que no podemos ni debemos olvidar.
Entonces, me pregunto, ¿qué es la memoria? La memoria es ese sentimiento colectivo que se ha ido fortaleciendo con el tiempo, memoria de lucha, memoria de 30.000 sueños que quisieron arrancar y no pudieron; sueños que se esparcieron como semillas, que enraizaron y crecen, y florecen cada vez que el pueblo se niega a que se repita, cada vez que un argentino alza su voz en el grito de ¡Nunca más!
Recuerdo que mis padres, siempre desde el amor, intentaron explicarme para que entendiera lo sucedido, porque yo leía por la curiosidad que me daba conocer la historia de mi país y pasaba largas horas escuchando el rock nacional de ese entonces, admirando a los artistas que escribían lo que los milicos no querían que fuera dicho, como cuando León Gieco cantaba “Gente que avanza se puede matar, pero los pensamientos quedarán”.
Por eso la dictadura para mí fue una etapa oscura del país, pero fue también cimiento para que recojamos la lucha y sigamos adelante, para que no olvidemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos, para que valoremos la democracia y la defendamos porque muchas voces fueron silenciadas para ello.
¡30.000 sueños presentes, ahora y siempre!
VICTORIA GOMEZ
Estudiante de secundaria
1999
Cuando hablamos de “golpe militar” nos remontamos en el tiempo 40 años atrás, hacia aquel 24 de marzo de 1976; hablamos de lo que conocemos como terrorismo de Estado, nuestros desaparecidos, los exiliados, los asesinos, los que se quedaron a mitad de camino, los torturados y torturadores, los reprimidos y represores, los cobardes. Personalmente, cuando me hablan de “golpe militar”, lo primero que viene a mi cabeza es miedo; el miedo irrumpe en el cuerpo de una persona, le recorre las venas, paraliza músculos, paraliza ideas, destruye fortalezas, aumenta inseguridades, y una vez que llega tan lejos, al punto exacto en el que infecta a una sociedad por completo, aun en ese momento, todavía no es muy tarde… porque cuando hablamos de “golpe militar” y nos remontamos hacia aquel 24 de marzo de 1976, podemos hablar de aquellos que no perdieron la ilusión, de los luchadores, de Abuelas, de los temerarios, de los fuertes, de aquellos que conocen el poder de su voz. Un pueblo que reconoce el valor de la opinión, la unión y la memoria, es un pueblo con esperanza, lo que significa que, todavía, no todo está perdido.
LUCIANO PEREYRA
Docente (CENMA – ISBR) y futbolista
1979
El terrorismo de Estado fue la impronta que marcó a la última dictadura cívico-militar entre los años 1976 y 1983, aunque sus reminiscencias llegan hasta nuestros días. Fue la ejecución implacable de todo atisbo de oposición democrática. Fue para muchos argentinos un proyecto de país basado en la muerte, el terror y el comienzo del neoliberalismo económico con daños irreparables al aparato productivo nacional.
Si buscamos las causas, podemos mencionar varias, aunque prefiero destacar una nacional y otra internacional. La causa internacional está relacionada con la guerra fría y la bajada de línea estadounidense a militares de escuela para frenar el avance del comunismo, con esa excusa se desarrolló, por ejemplo, el “Plan Cóndor”, un aparato represivo para desaparecer y asesinar a militantes, obreros y estudiantes en el cono sur. La causa nacional, más allá de la planificación por parte de los sectores de poder, por ejemplo la Sociedad Rural, creo que está muy ligada a la incompetencia del tercer Gobierno peronista, encabezado por Juan Domingo Perón, seguido tras la muerte de este último por la vicepresidenta y esposa, María Estela Martínez, la aparición de un oscuro personaje, su delfín, José López Rega, quién radicalizó el enfrentamiento entre derecha y juventud peronista poniendo en marcha el aparato represivo de la Triple “A” .
Para mí una dictadura es un golpe mortal a la democracia, un golpe a las instituciones, el atropello a la pluralidad de voces y a la construcción desde el pensamiento heterogéneo.
Es la etapa más repudiable en la historia de un país, es la represión, la censura, son los desaparecidos, es la tortura, la destrucción de la industria nacional, el endeudamiento salvaje, la corrupción.
También considero que es el ocultamiento de los discursos populares, de los que menos tienen, el perpetuarse en el poder, es el nepotismo, son los monopolios económicos y mediáticos con la consecuente manipulación de la información, es la aculturación capitalista, el consumismo, el materialismo, el individualismo… el docente que no enseña a pensar y a construir un concepto a partir de la diversidad de pensamiento, el daño al medio ambiente con la excusa del desarrollo.
Finalmente, digo que el hecho de que las clases populares no se revelen contra la injusticia de este sistema global es el mejor ejemplo de que el vaciamiento cultural es la nueva picana que permite sostener la violencia socioeconómica de un mundo desigual.
DARIO PONCIO
Contador
1960
Se cumplen 40 años del inicio de la última dictadura militar, que interrumpió la vida democrática en marzo de 1976 y marcó el inicio de importantes cambios en la economía argentina, que hasta hoy influyen negativamente en la misma.
El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (PRN), cuyo estatuto fuera redactado por el “Doctor” Mariano Grondona, tuvo en materia económica el diseño de José Martínez de Hoz, inspirado en el pensamiento neoliberal de Milton Fridman y sus “chicagos boys”.
Las distintas herramientas utilizadas en el período 1976-1983 generaron una gran transferencia de ingresos desde los sectores humildes a los más pudientes del país y en su gran mayoría deterioraron las variables económicas.
En materia de tasa de inflación, para poder comparar, recordamos que de 1970 a 1975 el promedio anual había sido del 38,3%, debiendo destacar que en el lustro gobernaron los militares, el justicialismo desde el año 1973 y el año de mayor incremento de precios fue 1975 con el tristemente célebre “Rodrigazo”.
De 1976 a 1979 el promedio anual saltó a la impactante cifra del 227%, a pesar de la aplicación de la “tablita” y la nueva Ley de Entidades Financieras que le dejaba al BCRA la única función de “preservar el valor de la moneda”, instrumentos que debieran haber ayudado a contener el alza de los precios, sin embargo, la dictadura llegó a los mayores índices de inflación de la historia económica argentina hasta ese momento.
Desde 1980 hasta el retorno a la democracia con la llegada de Raúl Alfonsín a la Presidencia, el 10 de diciembre de 1983, la tasa de inflación permaneció en un promedio anual cercano al 200%.
En materia de comercio exterior, hubo un incremento desmesurado en la mayoría de los años de las importaciones, siendo 1980 el peor de la serie, puesto que ese año las exportaciones fueron de 8.021 millones de dólares, pero al tener compras al exterior por 10.541 millones, se generó un déficit anual de 2.519 millones de dólares, situación retratada por la recordada película argentina “Plata Dulce”.
Por otro lado, el Producto Bruto Interno (PBI) tuvo un comportamiento volátil, aunque negativo, pero con mayoría de años con decrecimiento de la economía, a tal punto que considerando moneda a precios de mercado de 1993, el PBI pasó de 185.000 millones de pesos en 1976 a 197.000 millones de 1983, con caídas del 5,42% del producto en 1981 y del 3,16% en 1982.
Pero el peor resultado es el fenomenal incremento de la deuda pública, que se multiplicó por cinco en solamente siete años, pasando de 7.961 millones de dólares a fines de 1975 (33,8% del PBI) a 41.954 millones de dólares en 1983 (64,2% del PBI), deuda que sigue condicionando a la economía argentina hasta la actualidad.
ELOISA ARGARATE
Fotógrafa
1990
En casa siempre se habló de la dictadura. Supongo que era una manera de buscar refugio ante la impunidad con que contaban los milicos en los años 90. En la mesa de los domingos, en alguna merienda de la tarde o cuando por algún motivo surgiera el tema, se hablaba. Jamás nadie dijo “por algo habrá sido” porque el temor que siempre se tuvo fue que los militares volvieran. Pero, por sensibilidad, había datos que se evitaba mencionar frente a los niños. Sabíamos que los milicos tomaron el Gobierno por la fuerza y habían “chupado” a personas, pero frente a los niños no se decía que los habían arrojado al mar o que los torturaron durante días, semanas, meses…
Fuera de casa no había muchos lugares en los que se hablara de ello, principalmente en la escuela. Ahí sí que no se hablaba. Como si la sociedad intentara borrar ese momento de la historia. La mayoría de los lugares donde uno escuchaba hablar de la dictadura era en la casa de los amigos de mamá o de papá, que también buscaban ese refugio en la memoria colectiva, lejos de la impunidad. Pero en la escuela no, y en la televisión tampoco. Esos bastiones de reproducción del discurso dominante omitían el tema. Los canales de televisión estaban más ocupados en mostrar a la política vincularse con la farándula. Así, se mostraba al presidente junto a vedettes, pero jamás junto a algún representante de organizaciones de Derechos Humanos. Esos vínculos eran prescindibles para el Gobierno, es más, eran corrosivos para la relación (carnal) con EE.UU.
Supongo que por mi ingenuidad, propia de una niña, había cosas que se me escapaban sobre la dictadura, como el plan sistemático de apropiación de bebés que habían llevado adelante los genocidas. Pero, además, porque era algo simbólicamente tan perverso (como el secuestro, la tortura y el asesinato) que, por alguna razón, se hablaba poco de ello. Como si el dolor que genera imaginar tal situación comprimiese el pecho y nos dejara sin voz.
Recién en el año 2003, ya asumido Néstor Kirchner en el Gobierno y después de que dijera en su discurso de asunción que no dejaría sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, por primera vez en la escuela (yo ya estaba en el secundario) nos hablaron del robo de niños. Tímidamente, una profesora de historia nos llevó una noticia sobre la recuperación de un nieto, Horacio Pietragalla. Me parecía tan aberrante que a un bebé le arrancaran a su mamá, pensaba en mí o mi hermano. Lo terrible que era que le quitaran su identidad, que le robaran su nombre, el nombre que sus padres habían elegido para él, para llamarlo cuando estuviese jugando en la vereda, el nombre que eligieron para bordar en el pintorcito del jardín, para verlo escrito en el boletín de la secundaria. Qué bestia tan despojada de humanidad podía hacer eso. Con el tiempo comprendí que fueron capaces de hacerlo, y de mucho más.
Ese día llegué a casa muy abrumada, pues si bien siempre habíamos hablado de la dictadura en casa, empezaba a entender de qué se había tratado. No era sólo un plan económico, la dictadura era un plan sanguinario, un plan de odio, de resentimiento, un discurso adversativo hacia la figura del “subversivo”, un plan de aniquilamiento hacia todo rastro de militancia y de compromiso social.
Ese mismo año el Gobierno envió la iniciativa de derogación de las leyes de impunidad (Ley de obediencia debida y Punto Final) al Congreso. Toda una señal de las convicciones que guiarían al nuevo Gobierno. Para las Madres que habían visto pintarse de blanco sus cabelleras y fundirse con el color de sus pañuelos sin haber tenido una respuesta estatal de búsqueda de justicia y compromiso con la verdad, era una nueva etapa, era un momento histórico trascendental, significaba la oportunidad de que con el acompañamiento de políticas se dejara de callar, se buscara a los nietos, se enjuiciara a los genocidas que hasta el momento caminaban libres.
Al año siguiente (2004), el Gobierno realizó un acto el 24 de marzo en La Perla. En casa el televisor no se apagaba. Mi vieja moqueba y yo la acompañaba. ¡El presidente de la Nación estaba pidiendo perdón en nombre del Estado! En un acto público e institucional, por haber callado, y repetía “no es rencor ni odio lo que nos guía, es justicia contra la impunidad”. La multitud compuesta por organizaciones de Derechos Humanos, militantes, familiares de desaparecidos, HIJOS, contemplaba conmovida bajo la lluvia sin moverse del lugar. Ya no teníamos al presidente de las relaciones carnales con EE.UU. y del silencio cómplice con los milicos. Para quienes hacía más de 20 años buscaban justicia, esto era una luz entre tanta oscuridad, un grito en el silencio ensordecedor.
Ese mismo día Nestor Kirchner mandó a bajar los cuadros de Videla y Bignone. Esos rostros adornaban la pared del colegio militar, como un insulto al pueblo al que habían empobrecido y masacrado. Estoicos y sombríos. Las palabras se hicieron hechos, no eran promesas. Este hombre realmente vino a decirles: no vamos a olvidar y no vamos a perdonar los crímenes cometidos, pero además, nuestro compromiso es con la justicia y ustedes son genocidas que deben pagar por sus crímenes, no son héroes, no deben ser reivindicados.
Para esa época, la dictadura me significaba algo muy cercano. Entendía a esos jóvenes, comprendía y compartía ese fuego en la sangre que te quema frente a la injusticia. Me sentía identificada con sus causas. Pero ya no era algo que solo escuchaba en casa, era una política de Estado: No olvidar, pues la dictadura había sido mucho más que un plan económico, había sido la apropiación del gobierno a través de la fuerza, con la bota militar y la mano civil de los grupos empresariales, con la garra de los EEUU imponiéndose en todo el territorio, con la construcción de un país abierto al despliegue de toda perversidad humana y de los más terribles crímenes de odio que sirvieran para robarnos el patrimonio, la identidad, la vida…
FELIPE BOTTA (H)
Militante radical
1988
Todo pueblo es artífice de su destino, pero para construirlo necesariamente debe apoyarse en el pasado augurando un presente superador.
Como hijo de la democracia recuperada, constantemente trato de asimilar el dolor que sufrió el pueblo en años donde la vida valía poco para trabajar sobre ello, creando concientización y buscando justicia para los que todavía siguen luchando.
La dictadura fue sin duda como decía Alfonsín, “…la excusa al privilegio para terminar con el gobierno constitucional…” que usaron un puñados de hombres que se creyeron iluminados y dueños de la voluntad popular; 40 años, entonces, transcurrieron del último golpe militar, donde se cayó en una guerra interna durante siete años, quedando el pueblo sumergido al medio, sufriendo las peores atrocidades. Porque, y sin caer en la teoría en desuso y equivoca de los dos demonios, la guerrilla tampoco fue romántica.
El último Gobierno de facto no sólo terminó con vidas argentinas, sino que también destruyo institutos democráticos que todavía hoy seguimos reconstruyendo. Es deber, en consecuencia, siguiendo los lineamientos de nuestros grandes muertos, los que dieron la vida en pos de recuperar lo más preciado de un hombre, que es la libertad, dotarla a la misma de justicia social, dándole un marco jurídico para procurar no caer en un libertinaje que haga de nuestra historia una cíclica de hechos futuros pasados.
Los jóvenes radicales hemos entendido el mensaje y trabajamos para resaltar la historia buscando una memoria colectiva, no selectiva, de los hechos transcurridos para dar justicia a los actos antidemocráticos. Pero sin perjuicio de lo dicho, no vivimos del pasado, es un error cabal quedarnos estancados, cuando el progreso y desarrollo de la Patria nos esperan para emprender el camino superador.
JAVIER MORELLO
Productor audiovisual
1965
Nací en 1965. Cumplí 11 años en abril, a un mes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Festejé los 18 en 1983, faltaban ocho meses para que asumiera Alfonsín en diciembre.
El fin de la primaria, la secundaria completa, las primeras amistades duraderas, los primeros enamoramientos y los primeros amores (que no son lo mismo), el descubrimiento del lenguaje audiovisual, la decisión de convertir eso en mi medio de vida y expresión, todo transcurrió bajo el Gobierno de cuatro generales.
Los recuerdos que tengo son entonces complejos, se entremezclan con lo que uno fue entendiendo y sabiendo con el tiempo.
En casa siempre se supo lo que estaba pasando (dentro de los límites de la información regulada, censurada y autocensurada con la que se vivía). Pero no es lo mismo lo que puede ver y entender un alumno de sexto grado que un estudiante de nivel terciario.
Más de la mitad de la gente con la que compartí asados, reuniones familiares, en el lapso de un año pasaron a no estar. Entre el 75 y el 76, amigos de mis padres con cuyos hijos me crié, de pronto ya no compartían con nosotros charlas, comidas, reuniones. Ese sentido de la ausencia es lo primero que se me ocurre cuando se me invita a pensar qué fue para mí la dictadura.
Durante mi primaria y secundaria (en el Rivadavia la primera, en el Nacional después) recuerdo claramente cómo se cuchicheaba o se hablaba a medias de compañeros y compañeras de tal o cual grado o año cuyos padres o madres estaban presos o desaparecidos. ¿Quién puede decir que ese estigma no marcó a unos y a otros?
Había docentes que ya no estaban, también, y a ningún alumno se le proporcionó una explicación clara. Docentes detenidos o simplemente cesanteados por una infame ley que permitía separar a alguien de su cargo por simples sospechas. Muchos de ellos no recuperaron su trabajo a la vuelta de la democracia.
Dos anécdotas: a pocos días del golpe, en un secundario de Villa María la preceptora indica a sus alumnos las páginas del libro de texto de Literatura que deben arrancar y las junta a todos en una caja (que de seguro fue a parar al fuego). Dos años después, en 1978, celebrado desde la cima del Gobierno militar como el aniversario de la gloriosa conquista del desierto, una profesora de Historia nos cuenta, arrebatada por la emoción, que “el indio era esencialmente malo, si un criollo encontraba a un indio moribundo en medio del campo, su caridad cristiana lo llevaba a auxiliarlo y darle agua; el indio, en cambio, aun moribundo como estaba, buscaba la oportunidad de matar al criollo como fuera porque en su naturaleza estaba la traición”. La misma profesora que, a propósito de la muerte de una persona de origen judío en Villa María, nos relató con pelos y detalles un supuesto ritual mortuorio que se practicaba en secreto en las sinagogas y que, por supuesto, incluía blasfemias y profanaciones varias.
¿Quién iba a sancionar a esa pseudodocente si, al fin y al cabo, estaba exponiendo bestialmente la esencia del pensamiento que la dictadura quería imponernos a todos? No parecen creíbles estas anécdotas a los más jóvenes. Como la historia de que te podían amonestar si tenías el pelo tan largo que tocaba el borde del cuello de la camisa…
La vida sigue
De todos modos, en esos años la gente seguía enamorándose, componiendo canciones, soñando con mejorar su vida, construyendo su primera casa, buscando trabajo, viviendo. El marco era brutal, kafkiano, y nosotros, los humanos, seguíamos haciendo cosas de humanos. No hablo de una película de ciencia ficción, hablo de la vida que recuerdo de entonces.
Comenzaron a aparecer revistas que desafiaban la censura. Humor, El Porteño, Expreso Imaginario. Alguien copiaba discos que no podías escuchar en la radio (hablo de Spinetta, de Charly, de Pink Floyd…) y te pasaba un casete. De a poco, comenzaban a estar claros los horrores que estaban ocurriendo. Nobleza obliga, quiero hablar de un buen docente de aquella época. Hubo una edición famosa de la revista Humor que fue secuestrada por la dictadura: denunciaba los negociados de la Junta Militar. La edición fue secuestrada y pronto comenzó a circular en fotocopias. A mí la copia de esa revista me la pasó mi profe de Educación Física, él ni se debe acordar, pero a mí ese gesto una tarde nublada en la canchita de ejercicios físicos me hizo sentir menos marciano, que no era yo, tres amigos y mi familia los que pensábamos que lo que pasaba estaba mal.
La corrupción
No recuerdo que nadie criticara en voz alta a la dictadura los primeros dos años. Unos, por miedo; otros, porque la información que tenían era escasa, y otros, que los hubo y los hay, porque les parecía muy bien lo que estaba pasando.
Las primeras voces fueron, claro, las que se quejaban de la economía. En dos años los militares se mostraron incapaces de sostener nada. El dólar, las tasas de interés, la Circular 1.050, el desempleo, fueron motivo de queja al principio. La corrupción después. Porque no habría que olvidar que la dictadura fue un Gobierno esencialmente corrupto. Desde el robo de propiedades de detenidos para su posterior reventa hasta multimillonarias coimas en todas y cada una de las obras públicas que se emprendieron. Tener fortuna también era motivo de prisión y tortura. En Mendoza, en la Plata, en Rosario, en todo el país fueron secuestrados empresarios insospechables de apoyar alguna causa revolucionaria al solo fin de obligarlos a vender por monedas empresas y propiedades que los señores de la guerra codiciaban.
Recién en los últimos años se ha comenzado a investigar este tema y es de esperar que se sigan esclareciendo. En esos años, y sobre todo en los últimos días de la dictadura, nadie ignoraba que el de las Juntas había sido un Gobierno corrupto.
La guerra
El fin último de un aparato militar es la guerra. Un Gobierno dirigido por militares está doblemente tentado para solucionar por el camino de las armas. En el 78, Pinochet de un lado de la cordillera y nuestros militares de éste, comenzaron los preparativos de guerra por las islas del canal de Beagle. Tengo dos amigos que hicieron el servicio militar en Córdoba por esos años. A uno lo subían pertrechado para el combate a un Hércules una vez por semana y le anunciaban justo al resto de la tropa que los iban a arrojar en territorio chileno. Al otro, cuando Menéndez decidió desconocer el cese de hostilidades impulsado por el Papa Juan Pablo Segundo y acatado por Videla, lo llenaron de pastillas que nunca supo de qué eran y lo tuvieron acantonado tras bolsas de arpillera en la entrada de Córdoba esperando la llegada de tropas de Buenos Aires que supuestamente el Gobierno mandaría para combatir al amo y señor de Córdoba por esos años. Cuento esto porque toda la movilización, civil y militar, con oscurecimientos en las ciudades durante esos meses de 1978, parece haber caído en el olvido.
Y luego Malvinas. A aprender rápido las marchas adecuadas y cantarlas con fervor patriótico en las escuelas. A escribir cartas a los soldados que jamás llegarían. A seguir en la tele los partes triunfales de batalla. A escuchar como tantas veces en la Argentina las radios de Uruguay y otros países para enterarse de lo que realmente pasaba. A conocer la derrota. A enterarse de que un vecino volvió herido, hambriento. O muerto.
Y el despertar colectivo que ya había comenzado se volvió imparable. Del 82 en adelante los recuerdos cambian. El Gobierno militar estaba en retirada. Se volvía a hablar de política en la calle. Se discutía qué país se quería. Había consensos y desacuerdos.
En 1983, con el secundario terminado, me fui a Buenos Aires. El primer jueves fui a Plaza de Mayo. Marché tímidamente con las madres. Casi no recuerdo nada de ese día. Sí tengo presente una marcha de la resistencia de ese mismo año, durante la madrugada. La dictadura seguía siendo una dictadura, en mayo fueron asesinados dos militantes peronistas, Pereyra Rossi y Cambiasso, pero eran los últimos coletazos de la bestia.
Ese año 83 fui a recitales, marché, discutí con mis compañeros de la escuela de cine de Avellaneda de política hasta quedarnos roncos, asistí a los cierres de campaña de Alfonsín, del PI, del Peronismo (y vi como Herminio quemaba el cajón). No tenía edad para votar. Mi mamá estaba en Buenos Aires en los días previos a las elecciones para una operación de glaucoma. Yo, ya ni recuerdo por qué, viendo que ella ya estaba bien, elegí estar el día de las elecciones en Villa María. Si hubiera tenido la edad, no hubiera votado por Alfonsín, a quien con el correr de los años aprecio y admiro bastante más que por aquel entonces.
Cuando pasaron las primeras caravanas festejando, las vi desde la esquina de Buenos Aires y Chile y me puse a llorar. Solo. Parado ahí. Pensando en mi vieja que acababa de ser operada de glaucoma y, por ende, dejaba atrás una posible ceguera. Y en todos nosotros, en nuestra obligación de tener para siempre los ojos bien abiertos, porque sin ojos abiertos no hay verdad ni memoria ni justicia y estamos condenados a repetir lo mismo una y otra vez.
Una dictadura, por definición, impacta en todos los órdenes de la vida. Pensar que la dictadura sólo afectó a quienes sufrieron cárcel, exilio o desaparición o a sus familiares es olvidar que los sucesivos gobiernos estuvieron presentes y buscaron reglamentar cada detalle de la vida cotidiana. Con sus políticas económicas miles de personas perdieron trabajo junto con los derechos constitucionales de reclamar ante despidos o bajas de salario. Miles de pequeños y medianos empresarios perdieron sus pequeños talleres o explotaciones agrícolas. La educación fue rediseñada punto por punto, autores y materias completas desaparecieron de los planes de estudio, carreras universitarias fueron clausuradas. El tránsito por el país y las ciudades estaba rigurosamente vigilado. Desde el cuarteto hasta Cortázar, pasando por el rock argentino, el folclore, libros infantiles y de historia, un porcentaje enorme de nuestras expresiones culturales dejaron de estar disponibles tanto en librerías como en espectáculos públicos y medios masivos. Nadie que haya vivido durante la dictadura puede pensar que fue “cosa de otros”. Cobramos menos por nuestros trabajos, tuvimos una peor educación, no pudimos elegir qué queríamos escuchar, leer o bailar. Si hasta el Carnaval prohibieron. Nos hagamos cargo o no, todo argentino de más de 40 años sufrió de manera directa y palpable las consecuencias de la dictadura. Y su daño se sigue prolongando en el tiempo. Las consecuencias de su política económica, de la guerra, de una generación diezmada, son visibles aún hoy.
El truco de la dictadura de presentarse como una entidad apolítica que sólo perseguiría a un sector de la población sigue vivo hoy. Hay quien piensa que en esa época no sufrió daño alguno, cuando lo cierto es que su educación, su derecho a la salud, su estabilidad laboral, su posibilidad de elegir, fueron conculcados como pocas veces ocurriera en nuestra historia. Cada vez que alguien en estos 33 años de democracia me dice que tal o cual presidente es “el peor que tuvimos” o cuando alguien acusa a cualquiera de los presidentes democráticos de ser una dictadura, siento que se comete el peor de los errores: banalizar el mal. Dictadura es una cosa, un gobierno constitucional puede ser bueno, malo, autoritario, pero nunca el peor. Nunca una dictadura. No en el país que asombró al mundo con 30 mil desaparecidos.
VANESA CUFRE
Militante transfeminista
1985
Para mí la dictadura es seguir reproduciendo estereotipos que denotan la superioridad de un género sobre otro, estableciendo la sumisión de las mujeres y el proteccionismo de los hombres, e invisibilizando y criminalizando las identidades no sujetas al binario macho-hembra.
Fomentar en el imaginario colectivo que lxs héroes/heroínas son seres violentxs y solitarixs, cuando en realidad pretendemos referentes sociables y pacíficos, sin la naturalizada hipersexualización y vanidad que nos impone la industria cultural.
Consensuar la reproducción de sistemas donde la criminalización y estigmatización de diversos colectivos sociales son moneda corriente, en pos de la acumulación de poder de algunos sectores.
Tener que “justificar” la identidad autopercibida cada día, desestructurando a cada paso el encadenado social que oprime las decisiones personalísimas de los seres humanos que no dañan y/o interfieren con terceros.
Sentir miedo de sentir, de desear, de amar como se ama. Creer que nada puede cambiar, dedicarse a callar.
Es la represión del silencio.
MILENA LUCERO
Docente e investigadora de la UNVM
1972
Es muy significativo que a pocos días de conmemorarse el 40º aniversario del golpe de Estado que se produjo en nuestro país el 24 de marzo de 1976, Eduvim, la editorial de la Universidad Nacional de Villa María, “decida” publicar el libro de Susana Barco, Corredores de la Memoria. Del Campo de la Ribera a los Juicios, y que tras tan acertada estrategia editorial, EL DIARIO del centro del país me convocara para escribir breves, sintéticos párrafos, sobre lo que para mí significa el 24 de marzo de 1976.
Tratando de eludir cualquier impronta autorreferencial que desvirtúe el verdadero significado de esta fecha, pero inmensamente conmovida tras haber sido muy gentilmente invitada a una cena en la que Susana era agasajada dada la publicación del libro, decidí aceptar el desafío de escribir estas palabras con la finalidad casi pedagógica, inherente a la función docente que desempeño, de invitarlos a todos a leer este material.
En primer lugar, porque el libro es el contundente testimonio de una sobreviviente que lejos de sembrar el miedo en sus lectores, ayuda a comprender cuáles fueron los mecanismos reales y siniestros que utilizaron quienes durante aquellos años decidían sobre la vida de las personas, desenmascarando una vez más lo premeditado del hecho, dando cuenta de su sistematicidad exenta de cualquier atisbo de premura.
A la vez, el libro relata la cotidianeidad de ser prisionera, sus vivencias y los inevitables lazos que se entretejen para poder sobrevivir, la solidaridad en primera persona, la ayuda, la contención, el afecto como sostén de vida y contracara de la muerte y de la perversión.
Al mismo tiempo que el libro es un aporte sustantivo que permite resignificar la memoria colectiva de la ciudad de Villa María, en tanto Susana Barco era en el momento de su detención docente en el Instituto Secundario Bernardino Rivadavia.
Dicen quienes fueron sus alumnos y colegas que ella llega a la ciudad acompañada por un grupo de docentes a solicitud del Dr. Antonio Sobral, quien confiaba en estas jóvenes comprometidas con la enseñanza. Sin duda, ese compromiso, que pude palpar en aquella reunión, sigue indemne en ella, dando cuenta de una integridad que quienes sembraron el terror no podrían imaginar.
Eduardo Requena, Teodoro Rüedi, José Sorzana, Susana Beatriz Libedinski, Noemí Fancisetti, Juan Ledesma, María Elena Viola, Luis Mónaco, Ester Felipe, Eduardo Valverde, Elda Francisetti, Alberto Garbiglia, Enrique Apfelbaum Y Marta Sosa: ¡presentes… ahora y siempre!
CANCIONES PROHIBIDAS
Durante la dictadura cívico-militar una larga lista de canciones estuvo prohibida. Entre ellas, “Hombres de hierro”, de León Gieco; «Amor libre», de Camilo Sesto, pasando por «Cara de tramposo, ojos de atorrante», de Cacho Castaña; «Te recuerdo, Amanda», de Víctor Jara; «Estamos prisioneros», de Horacio Guarany, entre otras tantas…
Fueron 7 años, 8 meses y 16 días. En 1976, la deuda externa era de 6.647,5 millones de dólares y representaba el 28,7% de PBI. En 1983, alcanzó los 31.709 millones de dólares y representaba el 64,2% del PBI.