Escribe: Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
El delicioso pueblo es uno de los puntos de inicio por excelencia del célebre Camino de Santiago. La belleza del casco histórico y los Pirineos y el encanto de la cultura vasca
Hoy, como ayer, los peregrinos invaden la fisonomía de Saint Jean Pied de Port con la mirada iluminada, deseando lanzarse a la aventura que corporiza el Camino de Santiago. Acaso el recorrido a pie más famoso del mundo, que parte desde innumerables rincones de Europa y finaliza en Santiago de Compostela, en los extremos occidentales de España.
Ocurre que desde hace décadas, este pequeño y hermoso pueblo del sur de Francia se configura como uno de los puntos de partida por excelencia del célebre Camino. Pero antes de emprender la hazaña de 30 y pico de días de marcha, vale la pena pasearse por la aldea y descubrirle sus muchos atributos.
Esto es Euskal Herria
Ubicado a un puñado de kilómetros de la frontera con lo que oficialmente es España, en el umbral de los Pirineos, “San Juan Pie de Puerto” (que así se lo llama en castellano) concentra todas las virtudes de un típico pueblo vasco.
Vale enfatizar el asterisco, toda vez que para la mayoría de los paisanos la región no pertenece ni a Francia ni a España, sino a Euskal Herria. Ese territorio no reconocido, que enorgullece a los vascos y deleita a los viajeros de la mano de montañas cubiertas de praderas y ovejas, campesinos con boina o “txapela”, caseríos de roca impenetrable, épica al por mayor.
Todo aquello se resume en la localidad extraoficialmente perteneciente a Lapurdi (o País Vasco Francés) y legalmente a la región de Aquitania. Un sueño hecho de callecitas estrechas y empedradas, casonas de tejados y balcones en madera, fuentes de agua, río zumbador con puentes históricos (el Romano habla del paso de aquella civilización por estos parajes), jardines floridos, murallas y el permanente contacto con los Pirineos.
También sus habitantes reflejan los sentires vascos. Sirven de ejemplo la multitud de txapelas (ya se dijo), las humanidades de grandes orejas y narices, seños fruncidos y manos siempre tendidas. O las conversas en euskera (el milenario y complejo idioma de Euskal Herria), los frontones donde niños y adultos despuntan el vicio de la pelota (a la durísima bola le dan con la mano limpia nomás: lo de la paleta queda más bien para los de la diáspora) y las tabernas y restaurantes que ofrecen platos de la premiada gastronomía vasca (bacalao, txistorras/salchichas y jamones, entre mil delicias). Incluso, ayuda a la postal cultural algún que otro cartel reclamando “Independentzia”.
Arquitectura, bodegas y naturaleza
En cuanto a las construcciones destacadas, hay que nombrar las murallas y sus puertas de ingreso (la de Saint Jacques fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), la iglesia principal (Siglo XII), los puentes Notre Dame y Romano y la Cárcel de los Obispos.
A la hora del encuentro con el campo, las opciones son a su vez tentadoras. El río Nive convida con chapuzones en primavera y verano y paseos por la costanera. Las bodegas y viñedos dejan conocer los secretos de la producción de la sidra (otro clásico vasco) y los vinos de denominación Irouleguy. Las fabricas artesanales de queso de oveja acercan otra posibilidad de deleite.
Pero nada se compara con salir al camino y emulando a los peregrinos de todos los siglos, tutear los Pirineos y llenarse el alma.