Inicio Locales Ismael, todos los días una vida

Ismael, todos los días una vida

0
Ismael, todos los días una vida
“El dinero no es una necesidad básica, la necesidad es comer y la alimentación es la energía para andar, transformábamos calorías en kilómetros”, le dijo Ismael Moyano a EL DIARIO
“El dinero no es una necesidad básica, la necesidad es comer y la alimentación es la energía para andar,  transformábamos calorías en kilómetros”, le dijo Ismael Moyano a EL DIARIO
“El dinero no es una necesidad básica, la necesidad es comer y la alimentación es la energía para andar, transformábamos calorías en kilómetros”, le dijo Ismael Moyano a EL DIARIO

Tenía 17 años cuando dejó Villa María para andar por el mundo sin relojes, rutinas ni agendas. Pasó casi una década desde entonces, en la que recorrió más de 15 mil kilómetros («a mí no me gustan los números, pero si me preguntás, calculo que hice esa cantidad»).

Ismael Moyano era un adolescente cuando decidió que quería salir a conocer las culturas y costumbres del territorio argentino. Fue por Córdoba, Rosario, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, cruzó al Paraguay y llegó al sur de Brasil. Lo atraían los parques nacionales y reservas ecológicas. Para el Día de la Madre de 2008 decidió retornar a su casa villamariense, permaneció tres meses aquí y se volvió a ir. Hizo Bolivia, Perú y Ecuador, donde consiguió una bicicleta, el medio de transporte que lo llevó de acá para allá conociendo «costumbres, idiomas, animales, flora y fauna diferentes y se fue abriendo mi cabeza».

Durante seis años estuvo sobre dos ruedas por toda Latinoamérica. Sebastián Puente y Andrés Vargas “plantaron en mí la semilla de la bici” y con ellos surgió un proyecto de arte, circo y cultura para llevar a las ciudades. “Durante muchos años prácticamente no tuvimos dinero. Hacíamos malabares, pero no para recibir plata. Por ejemplo, actuábamos en el mercado y a cambio nos daban una pera, una manzana, una cebolla. Es que el dinero no es una necesidad básica, la necesidad es comer y la alimentación es la energía para andar; transformábamos calorías en kilómetros”, le contó a EL DIARIO en la casa de su mamá en Villa María.

Con esa “otra” familia, la que generó en su yirar por estos rincones del planeta, y a la que denominaron “Esa es la voz”, hicieron cine en penitenciarías, teatro en escuelas, plazas o parques, circo para todos. “Era lo que nos hacía sentir felices. Entiendo que hay un par de malabaristas que andan por la vida en el rock and roll, pero otros lo usan para alimentar una familia, para vivir y eso es lindo, algunos pagan sus casas y sus estudios sólo con malabares. Muchos piensan que es para la droga, pero si no te frenás y conversás con el loco, estás juzgando en vano. El mundo está lleno de preconceptos”, confió.

Ismael anduvo por Colombia, Venezuela y Guyana, pero se quedó mucho tiempo viviendo en Brasil. Allí aprendió de permacultura, apicultura y biconstrucción.

Donde más tiempo permaneció fue entre Amazonias y Río Grande del Norte, donde se quedó en el campo sembrando con amigos sus alimentos, sin energía eléctrica, con vacas, abejas y gallinas. Escuchando el último mundial de fútbol a través de una radio precaria.

“En Ecuador habíamos conocido un brasilero, Clever, que viajó más de cinco años con nosotros y terminamos yendo a su casa con 15 personas más. Su padre tenía un campo del otro lado de la laguna al que no llegaba mucha gente, y tuvimos la oportunidad de ir, plantamos plantas nativas y creamos un microclima que servía para otras plantas que no son del lugar”, explicó. Fueron tiempos de enorme conexión con la tierra, la que “necesita más agricultores, necesita que tengamos conciencia del calentamiento global, de los cambios climáticos y la polución”. “Si te importa el futuro de tus hijos, tenés que pensar en la tierra, no hace falta dejarle bienes materiales, sino cuidar el oxígeno, el agua, los alimentos, que no sean contaminados. Ahora vas por los ríos y están crecidos o secos y las verduras no tienen semillas”, advirtió.

Las diferencias socioeconómicas estuvieron una y otra vez frente a sus ojos todos estos años. “La gente piensa que son países pobres, pero es más pobre quien piensa eso que los mismos locos que viven en plena armonía con la naturaleza”, dijo en primer lugar, pero luego subrayó que, indudablemente, “hay pocas personas que agarraron mucho y muchas personas que agarraron poco”.

De su largo rodar aprendió que “los países son sólo líneas imaginarias para dividir, leyes que son solamente ficticias”, y comparó: “En la ciudad pasamos mucho tiempo tratando de conocer a los demás y nos olvidamos de conocernos a nosotros mismo”. Cuestionó el consumismo, la desesperación por el poder y el buscar la felicidad en lo material. Dijo que casi no sabe lo que es enfermarse. Su medicina es naturista. “La última vez que fui al médico fue en Venezuela a buscar a un amigo para sacarlo del hospital. En Colombia tuve el pie infectado y cuando entré a una clínica me di cuenta de que era la casa del virus”.

Fue vacunado con un veneno de sapo, “no sé cuándo tuve por última vez una gripe”, y aseguró que no ha tenido problemas importantes de salud.

Ante una pregunta, comentó que se dio cuenta de que tanto su casa como la del resto de los mortales “es el mundo, sea donde sea, me siento en casa”. Después, no obstante, confesó que si bien echó raíces en muchos lugares, “un árbol sin raíz no vive” y por eso “cada tres o cuatro años hago una visita a la familia”. “Cuando salí por primera vez extrañaba mucho, especialmente a mi madre (Patricia). Después la vida me enseñó y me mostró que extrañar no es muy bueno. Además, siento que cada una de las personas deja una enseñanza en mí, entonces mi madre vive en mí, si yo me voy, ella viene conmigo. Nunca me siento solo porque me acoge mucho la naturaleza”, contó.

Ha visto muchos estilos de vida y no juzga a ninguno. En una zona de Brasil observó que la gente vive sin preconceptos. “No le interesa tu apellido, si tenés dinero, tu color. Al final de cuentas somos todos hermanos. A mí no me interesa lo que tenés, sino lo que sos”.

No siente mérito en su forma de vida, a pesar de que muchos le aplaudan su valor.

“Para mí más coraje tiene el sedentario, que hace las mismas cosas todos los días, los mismos caminos, que planea el día, la semana y cuando se da cuenta, planeó la vida. Como estás lleno de planes, no te sale algo como estaba planeado y te deprimís. Nosotros no planeamos nada. En nuestros viajes nos importa pedalear y ser felices, que no haya peleas y malentendidos, que nadie lleve a nadie obligado, uno va porque quiere, porque todos queremos: si uno quiere ir para un lado, nos separamos y nos encontramos después, en otra parte del mundo, que es nuestra casa. Y la tuya también».

Diego Bengoa