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Roy indica un camino

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Roy indica un camino

RoyVivir en ciertos departamentos suele impedir una etapa inolvidable de la vida: cuando se tiene un perro.

Abrir la puerta desde afuera y saber que del otro lado vendrá un peludito con la boca abierta, moviendo la cola como un limpiaparabrisas, casi siempre cambia el modo de afrontar las cosas y te despoja, indefectiblemente, de todas las cuestiones que te provocan estrés mucho antes de ese retorno a casa.

Cuando pasé del departamento chico a las habitaciones amplias y al patio grande, pude recuperar ese sentimiento con la llegada de Roy, un perro “guaso”, feo y hermoso, triste y alegre. Un animal imprescindible.

Compañero incansable de casi todos los movimientos domésticos, Roy es el amigo de las cosas simples y el sostén de las emociones fuertes; motivos suficientes para desmitificar aquello de que a los perros hay que dejarlos lejos y afuera.

Para acariciarlo, hay que agacharse. Para recibir su salto, hay que cubrirse. Y para hacerlo feliz, hay que pasearlo.

Le gusta olfatear todo con su hocico prominente y, por las dudas, pide cualquier comida que ande cerca, aunque sea para volver desde el patio con la boca marrón, como señal de haber utilizado su perspicacia para el almacenamiento subterráneo.

La otra necesidad se cubre cuando marcha rumbo a la costanera, paradito en el asiento de atrás del coche, mirando al resto de los cuatro patas por la ventanilla y palpitando lo que vendrá: mojarse en el río, olfatear todos los árboles y “marcar” un amplio territorio costero que es municipal, pero también suyo.

Allí donde es feliz, le demuestra esa felicidad al resto, como si fuese el Bob Marley de los perros, moviéndole la cola al mundo entero, aunque otros perros que aparecen en el horizonte sólo quieran debatirse a duelo.

Mientras tanto, sin darse cuenta, uno debe agradecerle ese momento mágico del día en el cual miramos el lago, ponemos la cabeza en calma y dejamos de articular el cerebro como animales raros que somos.

Ese peludo sin raza muy definida termina entonces de convencernos sobre las verdaderas escalas de la importancia en la vida, modificando incluso la perspectiva de la naturaleza: la sangre corre más fuerte cuando vemos a los callejeros que buscan cariño y a veces no lo encuentran. Y en la misma sintonía está el respeto por quienes hacen algo por ellos.

Desde el costado responsable que me toca, seguiremos cumpliendo con la premisa que Roy me dejó en claro: darle el tiempo necesario, abrirle la puerta y decirle la palabra amor en idioma canino: “¿Vamos?”.

Juan Manuel Gorno