Sueñan con despertar en un hogar poblado de niños y jugar con ellos sin importar el invierno, mientras esperan ese futuro durmiendo todas las noches en los rincones de la Terminal de Omnibus.
Durante el día, los guardianes de la Terminal salen a buscar comida en los negocios cercanos y pasean sus esperanzas de conseguir tutores que los adopten. Esa es la aventura de la mañana y la tarde y de domingo a domingo.
Tal vez, uno de ellos tenga esa suerte, pero los demás volverán a la noche a ocupar sus lugares en la casa de los colectivos para seguir soñando con que alguien les ponga un nombre.
Son varios los huérfanos que deambulan por las plataformas nocturnas moviéndole la cola a los pasajeros que llegan o se van, como una muestra de cariño y de calor, pese al frío.
Son receptores de todas las sensaciones: cariño, odio, indiferencia, malestar y pena.
Algunos son pequeños de tiempo y forma y otros son todo lo contrario, pero coinciden en una cosa: la búsqueda del afecto de la gente.
Apenas oscurece ya están allí acomodando sus sueños, cada uno en su lugar de siempre: en la misma puerta de un negocio, debajo de la ventanilla de venta de pasajes o en los anchos pasillos de la Terminal.
Cuando llega el día, cualquiera sea la temperatura, cruzan las peligrosas calles de los bulevares para acudir a sus lugares preferidos en búsqueda de un poco de comida.
Algunos comerciantes o vecinos tienen preparado algo para ahuyentarles el hambre; otros directamente los ignoran y hay quienes los espantan a gritos.
Pero a estos huérfanos de la calle basta con hacerle apenas una caricia o mirarlos tiernamente, para que acuesten sus cuerpitos cansados a la par de quienes le muestran cariño, un poquito de cariño.
Hay perros con hogares que en este abril helado tienen adónde cobijarse cuando duermen. Ellos, los guardianes de la Terminal, se tapan con una caricia, una mirada o simplemente con sus mismos sueños.