En una poesía titulada «Preguntas de un obrero que lee», el reconocido dramaturgo alemán Bertolt Brecht plantea interrogantes acerca de cómo se escribe la historia. Es así que dice: «¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? // En los libros aparecen los nombres de los reyes. // ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?». Y es cierto, los trabajadores suelen no estar cuando se habla del pasado, pareciera que alguien cree que al pagarle por una tarea al obrero también se le compra el lugar que le corresponde a él en la memoria de su sociedad. Pero la construcción de la historia con excluyentes protagonistas de las clases dominantes obedece a la ideología de quien trabaja en esos discursos. Es como si el derecho a la propiedad se extendiera al derecho del recuerdo. Pero no tiene que ser así. Es algo que debemos tener presente cuando hablamos, por ejemplo, de quién fundó tal o cual barrio. Quizás debamos pensar si ese título le corresponde a quien vendió los terrenos en cuotas o a los primeros vecinos que soportando diversas inclemencias fueron construyendo vecindad mediante el trato cotidiano. Desde esta visión también nos preguntamos si esos sucesos han tenido protagonistas individuales o colectivos. Todo ello sin desmerecer el rescate de historias de sujetos particulares cuyas vidas reflejan lo vivenciado por un sector social en un momento histórico determinado. Desde esta posición es que rescatamos parte de la historia de María Cristina Ahumada quien trabajó en la Casona de la familia Pereira y Domínguez
La casa, sus habitantes y las tareas
En los primeros tiempos, cuando lo urbano comenzó a nacer en esta tierra, se construyó la señorial casa en esa esquina frente al predio ferroviario. Según el relevamiento del Patrimonio Histórico de la ciudad, realizado hace un par de décadas, la construcción data de 1884. Delante del jardín de la casa, delimitado por un cercado de hierro, está una puerta de rejas que abre paso a los visitantes en Bartolomé Mitre al 90. Aunque el terreno ocupa toda la esquina de la manzana, formada por esa calle junto a la Corrientes.
Actualmente funciona allí el Concejo Deliberante, pero sus cuartos supieron servir para propósitos muy diferentes. De hecho se la designa Casona Pereyra y Domínguez, haciendo referencia a quienes la hicieron construir para usarla como su vivienda particular. Pero a lo largo de la historia también cumplió otros fines, así a partir de 1956 fue sede del Obispado de Villa María; en 1981 recibió la Biblioteca Popular y Municipal Mariano Moreno y con la llegada de la democracia, en 1983, fue caja de resonancia de las voces del pueblo y sus representantes en el Concejo Deliberante. En el año 1993 la construcción, de estilo neoclásico, fue declarada patrimonio histórico de la ciudad mediante el Decreto municipal N°760.
Un cartel que está al frente de la propiedad la denomina «Casona», es decir una casa señorial y antigua de los que tienen mando sobre algo. Y las cuatro columnas de la galería en su frente, elevada sobre el nivel del piso, imponen el respeto necesario para ser considerada de esa manera. A lo de «Casona» se le agrega el nombre de quienes fueron sus primeros propietarios. Pero si bien es cierto que se trata de una casa antigua que perteneció a quienes literalmente fueron dueños de gran parte de la localidad, la misma también fue habitada por otros seres humanos que trabajaron en el lugar. Un caso fue el de María Cristina, nacida en Villa Nueva el 14 de marzo de 1909, es decir que contaba con 25 años de edad cuando los albañiles fueron poniendo ladrillo sobre ladrillo para luego revocar a la cal las paredes que aún se mantienen en pie.
Según nos cuenta uno de los hijos de María Cristina, ella quedó huérfana siendo muy niña. Su abuelo era «un indio» y su padre Joaquín un hombre de a caballo, tropero para más datos. Muertos sus progenitores la «pusieron a trabajar en distintas casas de familias adineradas». Descendiente del pueblo araucano fue empleada en la casa que nos ocupa para cumplir tareas en el servicio doméstico de la misma.
La memoria de María Cristina habla con la palabra de su hijo que recuerda las historia que ella le contó siempre. Ese hombre que narra lo que dijo la voz de la madre, es Camilo Rodríguez, sindicalista de larga trayectoria en la ciudad. Nos dice que su mamá trabajó muchos años en esa casa, siempre «cama adentro». Ella sabía contarle que las jornadas laborales eran largas. A las seis de la mañana iniciaba las tareas y recién a las diez de la noche se retiraba a dormir. El único franco era el día domingo luego del almuerzo y hasta las primeras horas de la noche, cuando debía regresar al cuarto que ocupaba en la casa de la esquina. Las tareas eran duras, los pisos se lavaban todos los días. María Cristina debía arrodillarse y lustrar cada baldosa granítica. Todo debía estar impecable, los bronces brillar, para lo cual usaban un producto denominado Brasso. También debía hacer la comida, luego lavar la vajilla, tender las camas y todas las tareas de la gran casa. Al otro día, a las cinco y media de la mañana se levantaba para que a las seis ya estuviera marchando el desayuno. Trabajó alrededor de veinte años en el lugar, varias veces tuvo la intención de marcharse de allí, pues la paga no era buena y, como dijimos, la tarea dura. Camilo recuerda que ella le contaba que siempre los patrones la disuadían para quedarse «le regalaban algo, una prenda, una ropita y con eso la convencían». Pero un día necesitaron alguien que diera filo a algunas herramientas de la casa y escucharon una flauta gallega que anunciaba el paso del afilador. María Cristina lo llamó y el joven que hizo el trabajo le cayó en gracias. Las visitas del afilador se hicieron habituales hasta se casaron y formaron el hogar en el cual nacieron cinco hijos, uno es el que nos contó esta historia que nos permite rescatar el nombre de una mujer que vivió en la Casona de los Pereira y Domínguez, y cuyos trabajadores fueron hombres y mujeres como María Cristina Ahumada que luego de una larga vida de trabajo falleció a los 96 años.