Escribe: María José Villalba
REDACCION UNCIENCIA
Durante 2014 se realizaron más de 20 millones de intervenciones estéticas en el mundo, según las últimas estadísticas de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica (ISAPS). La cifra continúa en aumento de acuerdo a datos de esta asociación, conformada por más de 2.700 cirujanos plásticos estéticos de 95 países.
Mientras Estados Unidos y Brasil lideran el ranking, Argentina figura en el puesto 21 de la lista. Además, los registros de esa entidad internacional indican que la cirugía cosmética está diversificándose con nuevas técnicas en los procedimientos.
En Argentina, existe una tendencia creciente del turismo estético. En Internet es posible encontrar variadas propuestas para los turistas que llegan al país de distintas latitudes para operarse, aprovechando el bajo costo de las intervenciones y la calidad de los profesionales.
Frente a esta corriente cada vez más instalada, Marcelo Córdoba, doctor en Semiótica por la Universidad Nacional de Córdoba, examinó en su tesis la práctica de la cirugía estética desde una perspectiva socio-cultural. “Me interesa el contexto que hace posible que una práctica médica no convencional se convierta en algo popularmente aceptado”, sostiene.
Su trabajo propone una crítica cultural de esta práctica, analizada como una experiencia histórica determinada. Su objetivo es discernir y poner en cuestión los discursos normativos que permiten el despliegue de relaciones de poder en la producción de un cierto tipo de subjetividad femenina, conforme a los mandatos culturales del modelo hegemónico de feminidad.
El enfoque teórico-metodológico que Córdoba propuso para su trabajo doctoral está basado en una de las premisas del teórico social Michel Foucault, que establece la necesidad de realizar una genealogía del objeto de estudio, es decir, ir al origen y evidenciar las condiciones culturales, sociales y económicas que posibilitan que algo surja.
“Había que preguntar en el pasado para entender el presente”, explica el investigador. Y agrega: “La existencia de un punto de inflexión, de una transformación profunda del significado de la práctica, es uno de los puntos principales que argumento en la tesis”. Justamente, esta reconstrucción histórica le permitió identificar un quiebre en la práctica de la cirugía estética a partir de la segunda posguerra (1950), que se consolidó en la década del 70.
En esa época la cirugía estética adopta la forma con la que la conocemos hoy: como una práctica médica que busca reformar el cuerpo femenino de acuerdo a determinados cánones estéticos, en consonancia a lo establecido por la normatividad femenina, es decir, de género. “Hoy, los cirujanos trabajan sobre un cuerpo sano con la finalidad de embellecerlo y aumentar la autoestima de sus pacientes”, afirma Córdoba.
Sin embargo, el nacimiento de la cirugía estética se enmarca en una matriz muy diferente. “Su surgimiento obedeció a una cuestión racial. En la segunda mitad del Siglo XIX, la primera operación estética desarrollada fue la rinoplastia. Esta cirugía de nariz se perfeccionó sobre todo en Alemania, donde quienes tenían nariz grande padecían problemas sociales, porque ese rasgo facial era interpretado como señal distintiva de judeidad. La presencia de un antisemitismo virulento, convertía en un verdadero problema el ser identificado como judío”, relata Córdoba y explica que este caso convierte, por primera vez, un rasgo físico en un problema psicosocial.
Otro hito histórico se lo marcó la Primera Guerra Mundial, donde los combatientes sufrían grandes lesiones, especialmente en el rostro. Los especialistas de los hospitales militares comenzaron a desarrollar técnicas de reconstrucción facial o de injertos de piel, que se convirtieron en los antecedentes de muchos de los procedimientos practicados en la actualidad como, por ejemplo, el lifting facial.
“En sus orígenes, la racionalidad terapéutica de la cirugía estética buscaba tratar una desviación física que se manifestaba como patología psicológica. Hoy en día ese discurso está desacreditado. Nadie acude actualmente al cirujano plástico porque se siente enfermo, sino porque hay una necesidad de mejorar el aspecto físico”, asegura Córdoba.
Práctica social normalizada
Otra de las categorías conceptuales con las que trabajó el especialista es la de dispositivo de normalización. La idea se inscribe en la teoría de Foucault quien originalmente habló de dispositivo de sexualidad.
“Dispositivo es un ensamblaje híbrido de distintos aspectos de la realidad socio cultural: instituciones, discursos, prácticas, edificios. Todos estos ítems se articulan de una manera contingente para producir un objetivo determinado”, explica Córdoba. Y agrega: “Hablar del dispositivo normalizador de las cirugías estéticas implica mencionar desde las clínicas que llevan a cabo esta actividad, hasta la cultura de la imagen que impone cánones, pasando por la mercantilización de la Medicina, aspectos que se articulan para crear una subjetividad femenina normalizada”.
En su trabajo, Córdoba pone de manifiesto la articulación de una paradoja respecto a las cirugías estéticas. “Me interesa remarcar la contradicción por la que transcurre en la actualidad esta práctica médica. Por un lado, es una práctica destinada a sujetos autónomos -porque es electiva, se trata de una decisión libre- pero al mismo tiempo se refiere a un dispositivo que somete a mecanismos de disciplinamiento y de autovigilancia”, señala.
De esta manera, la cirugía estética aparece como una práctica médica que pretende crear un individuo libre. En particular una mujer autónoma, que busca sentirse mejor con ella misma. En esta meta trabajan constantemente los discursos del mercado, con promesas de libertad y plenitud. Sin embargo, se van tejiendo entramados culturales que generan mayor sujeción.
“Hay una tensión constante entre la autonomía y la búsqueda del bienestar de las personas y los mecanismos de coerción a los que se ven sometidos”, afirma Córdoba y especifica: “Es la tirantez que existe entre la creciente disponibilidad de medios técnicos para mejorar la apariencia física del ser humano y la concomitante imposición de normas estéticas cada vez más exigentes, cuyo cumplimiento se convierte en un imperativo del que resulta cada vez más difícil sustraerse y que en casi todos los casos acrecienta el malestar y genera un círculo vicioso en el que muchos sucumben”.