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Otro punto para la linda

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Otro punto para la linda

Ubicado muy cerca de la capital provincial, en el precioso Valle de Lerma, el pueblo es ejemplo de idiosincrasia salteña. También, un portfolio de paisajes norteños, con hermosas postales serranas e incluso tiernos verdoresp14-f1-CAldera 2

Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

Qué bella que es Salta. Qué bellos son sus paisajes naturales. Qué bella es su gente. Y qué bellos son sus pueblos. Como La Caldera, fiel representante de las postales provinciales merced a su talante colonial bordeado de cerros y de lugareños de piel morena iluminados por un sol bendito. Allí, a apenas 25 kilómetros al norte de la capital, esta aldea muestra lo suyo de una vez. Y para siempre.

 

El camino, y el casco histórico

Saliendo de Salta (para muchos la ciudad más linda del país), el viajero se empieza a encontrar de a poco con el campo, con las profundidades de un distrito experto en antiguas usanzas, en el caballo e incluso la azada. También, con unos cerros hermosos a los que anteceden pastizales, y se van volviendo más y más verdes mientras más y más nos alejamos del anillo urbano.

El camino lo marca la ruta 9. La vieja, la que todavía conecta con San Salvador de Jujuy (distante a 100 kilómetros), pero a la que ya casi nadie utiliza, por eso de las autopistas. Así, el entorno queda para ser apreciado cabalmente, poquitos los autos que se cruzan, cantidad las pinturas para sentarse a ver. Vamos siguiendo el río La Caldera, e inmenso se abre el Valle de Lerma. A la izquierda de la ventanilla hay una alfombra natural teñida de arboledas dispersas y las sierras subandinas que mandan.

Y entonces, La Caldera. El pueblito tiene 1.500 habitantes y un plano flaco y largo, que sigue al río, y uno no se da cuenta de los 1.500 metros de altura sobre el nivel del mar que hacen. Pero sí de los más de cuatro siglos de historia: las tierras fueron cedidas por el Virreinato a la Compañía de Jesús, en el año 1591.

Hay que cruzar el puente, y ahí se empieza a disfrutar la base del asunto. Arquitectura de fines del siglo XVIII, las casas, los almacenes que venden sándwiches de milanesa bien frita, para que se lo coma el visitante sentado en un cajón de verduras, la espalda al paredón viejísimo. La escuela que parece un palacio decadente, con columnas y todo. La Iglesia Nuestra Señora del Rosario, del siglo XVII. El restaurante que vende empanadas de carne cortada a cuchillo. Las bicicletas que pasan cargadas de changuitos de ojitos levemente achinados, guardapolvo y cuchicheo tímido ante la mirada del forastero. Ya habíamos hablado del sol, omnipresente.  

 

El Cristo, el cerro, el dique

Cerquita del casco histórico y adoquinado, aparece el Cristo Redentor, de 20 metros de altura y emblema del municipio. Lo acompaña una zona parquizada bien plantada. Los aldeanos muestran el lugar orgullosos. Es su joyita inmaculada.

Sin embargo, lo realmente atrapante en términos panorámicos está en la trepada al cerro de la Cruz, desde cuya cima se aprecia el Valle de Lerma y su clima subtropical, su follaje abundante y su río. Se contempla también el vecino caserío de La Calderilla (diminuto y delicioso) y el dique Campo Alegre.

Uno de los tantos que reposan a lo largo y ancho de la geografía provincial, el embalse regala óleos de agua pura rodeada de montañas. Vive a sólo cuatro kilómetros de La Caldera. Ese pueblo que en el fragor de su simpleza autóctona, encanta.