Crónica para un pueblo que festeja, para un pueblo que los memoriosos ubican siempre haber estado allí, a orillas del río
“Este pueblo es mucho más viejo de lo que se dice, muchacho”, me explica don Ramón Ferreyra, el sepulturero de Ballesteros Sud en una entrevista que ya tiene un año. “Mi padre me contaba que de chico le llevaba la comida a la tía Tiburcia, una mujer que vivió hasta los 117 años. Eso fue en 1916. Y esa mujer llegó acá con 7 años. O sea, mucho antes de la fundación de 1828. Ella siempre decía que en esos tiempos, el pueblo ya estaba igual”. Le pregunto, entonces, cuántos años cree que tiene Ballesteros Sud. “Mirá, el año pasado vino un profesor de Historia de Córdoba buscando la tumba de un caudillo. Y nos dijo: “Este pueblo debe andar por los 400 años como Cruz Alta; porque es uno de los más viejos de la provincia”.
Si empiezo mi crónica con este diálogo, es porque tampoco yo puedo entender que Ballesteros Sud haya nacido alguna vez. Es como si hubiera estado siempre, igual que el río que lo baña a una legua de mi pueblo. Sólo que “Ballesteros nuevo” sí tuvo una fundación concreta. Fue el 27 de octubre de 1866 al inaugurarse la estación de trenes (once meses después nacería Villa María en idénticas circunstancias). Pero a decir verdad, nada había en Ballesteros nuevo antes de ese día. Excepto El Pozanjón con sus aguas marrones y sus ancestrales garzas blancas.
Por eso lo que me contó el sepulturero Ferreyra no era ninguna novedad para mí. Es curioso, pero unos 35 años atrás y en idéntica escenografía de tumbas, mi abuelo me había dicho algo muy parecido.
Cementerio entre dos mundos
Habíamos ido a Ballesteros Sud a vender ladrillos (el viejo tenía un cortadero en el “pueblo nuevo”) y cuando caía la tarde me trajo al camposanto. Recuerdo que fue a instancia mía, porque al pasar por la plaza el viejo me había mostrado el algarrobo donde descansó San Martín, la iglesia de Fray Mamerto Esquiú y una extraña rueda de piedra tirada en el pasto. “A esta piedra la hicieron los indios”, me había dicho.
Y fue mi primera aproximación no sólo a la arqueología sino también a los viajes en el tiempo. Porque hasta ese momento, los indios eran para mí “los malos” en las películas de cowboys; salvajes semidesnudos que tiroteaban los fortines.
Pero hete aquí que esa rueda probaba otra cosa. Que esos hombres y mujeres eran reales, que habían estado viviendo muy cerca de mi pueblo y que una tarde de la memoria habían trabajado juntos, cavando un molde en la tierra y llenándolo con piedras y argamasa para tirar algún carro. Por una serie de circunstancias, esa rueda nunca se había ido de aquel lugar. Le pregunté a mi abuelo cuántos años calculaba que tendría. “Y… más de doscientos”.
Yo, que por ese entonces tenía 10 años, no podía imaginarme una fracción de tiempo 20 veces mayor a mi existencia, a no ser que pensara en eras geológicas. Digamos que concebir el Siglo XVIII me era tan difícil como imaginarme la época de Cristo o las glaciaciones. “¿Y por qué los indios estaban acá?” le pregunté al viejo. “Porque eran sus tierra; de ranqueles y pampas”.
El viejo miró a lo lejos, como si buscara las palabras en algún lugar del horizonte. “Hace mucho, había un chico como vos cuidando los animales en el campo del lado y un malón se lo llevó. Todos pensaron que se había muerto. Pero 35 años después volvió.
Yo lo alcancé a conocer cuando él era viejo como yo. Se crió con los indios, se casó y tuvo dos hijos. Pero un día decidió venir a su lugar de origen. ¿Querés conocerlo?” Le dije que sí, creyendo que me iba a llevar a una casa. Pero el viejo me llevó sin dilaciones al cementerio. Luego de pasar entre los majestuosos y carcomidos panteones del centro, tomamos una calle lateral y llegamos a una sencilla tumba de la periferia. Allí, una foto en blanco y negro quemada por los soles de la pampa rezaba: “Celso Caballero. 22 de junio de 1938, a los 83 años”.
Fue entonces cuando mi abuelo me dijo “este pueblo es muy viejo, hijo. Siempre estuvo. Antes que el ferrocarril, antes que los autos. Y cuando no estaban los hombres blancos estaban los indios. Don Celso fue el último que vivió entre esos dos mundos. Cuando se fue con ellos era como vos y cuando murió era viejo como yo”.
Pienso que no ha de ser una casualidad (o tal vez sí) que yo escriba esta nota 35 años después (el mismo tiempo que Celso Caballero pasó entre los indios) y el mismo día de su muerte. También yo quisiera volver a ese tiempo donde aún estaba mi abuelo vivo y teníamos una casa. Pienso que, a mi modo, también yo alcancé a vivir entre dos mundos, uno de los cuales también murió para siempre.
Iván Wielikosielek
Fogata y Primera Comunión
Esta tarde se producirá la tradicional fogata, tras la Misa de Novena. La celebración está organizada desde la Comisión de Apoyo de la Capilla San Juan Bautista.
La comunidad de Ballesteros Sud lleva adelante la celebración de la Novena patronal en honor a San Juan. Los actos religiosos tuvieron ayer en el cronograma el rezo del Santo Rosario a partir de las 17 y la Misa de Alumbrantes a las 17.30. En la víspera, al finalizar la misa se realizaba la tradicional “Fogata de San Juan”.
Hoy: en tanto se producirá el cierre de la celebración a San Juan Bautista: por la mañana, desde las 10, se celebrará la Misa de Primera Comunión. En la misma jornada, por la tarde se realizará la Misa solemne al Santo Patrono, en tanto que a las 16 partirá la tradicional Procesión por las calles de la localidad.
Posteriormente, en el predio de la Capilla, habrá feria de platos y chocolate con tortas.