En una emotiva carta, el también exintendente agradeció el afecto que los villanovenses le brindaron a su padre y lo recordó por su forma de ser y de vivir
Escribe: Braulio Zanotti
Quiero escribir estas líneas para agradecer en nombre de mi padre y de mi familia las miles de manifestaciones de afecto y gratitud que, en forma personal o escrita, nos hicieron llegar.
Ello sucede solamente cuando alguien, a través de una vida, deja una huella imborrable en el medio en que desarrolla su actividad.
Mi padre no era de Villa Nueva, sino que era parte de sus vísceras más íntimas y profundas. Fue un ser de una sensibilidad especial, que hizo de su simpleza un culto y de la honestidad una religión.
Político de raza, esos que están en vías de extinción, solía ser muy duro con los fuertes, pero era hipersensible con los más humildes.
Fue el líder y guía espiritual de los que menos tenían, de aquellos que no tenían a quién acudir por una solución, por un consejo o, simplemente, por una palabra de aliento y esperanza. De alguna manera ellos reposaban tranquilos porque íntimamente sabían que, ante cualquier problema, cualquier día y a cualquier hora, allí estaría “el Carlitos” para cobijarlos.
¿Si en su vida hizo todo bien o pudo resolver todos los problemas? Claro que no, algunos fueron causa de sus desvelos hasta su último respiro.
“El Carlitos” tenía la sonrisa del millón, la que hacía cambiar la temperatura del ambiente y de quienes lo rodeaban, la que podía calmar al más enojado.
Gozaba de un carisma único, eso que no se aprende en ninguna universidad y mucho menos se compra en el almacén de la esquina.
Fue un gran maestro porque predicaba con el ejemplo, tal como se lo había enseñado su mentor, don Arturo Illia.
Hacía años que cuidaba mucho a su salud, total ya tenía las mil y una anécdotas para contar entre guitarreadas y amigos. Y los más de tres mil asados, de acuerdo a su estricta contabilidad.
Se nos fue el padre, el esposo, el abuelo, el confidente y mejor amigo. En vida lo gozamos a más no poder, lo disfrutamos a mares, nos dijimos cuánto nos queríamos una y mil veces…Y el gozo de la vida sin guardase absolutamente nada, lo que provocó en mi familia un estado de tranquilidad y paz.
Según un viejo dirigente, “el Carlitos” lograba fundir en una misma bandera al radicalismo más puro con lo mejor del peronismo que, sumado a su amor por Alem de Villa Nueva, constituía una fórmula imbatible.
Tuvimos el privilegio que otro símbolo de mi pueblo, el padre Pepe, lo fuera a despedir, dándole la bendición como sólo él sabe hacerlo, con simpleza y de corazón. Así se despidieron dos amigos, de vino y amistad.
Y cuando en la gélida mañana del martes, vi a esa abuelita con bastón que llegaba para llorar a su líder, a todos los empleados del municipio estallando en un aplauso, a las decenas de personas saliendo a saludar al cortejo fúnebre, a los chicos de la Juventud con lágrimas en sus ojos, a pesar de que muchos de ellos no habían nacido cuando mi padre estaba en la función publica, cuando el primero en llegar a despedirlo fue su histórico adversario peronista, comienzo a vislumbrar que la figura del hombre se va apagando para que comience a nacer la leyenda.
¡Cuánto lo vamos a extrañar! Pero sus palabras, sus silencios, sus gestos y consejos, a donde quiera que vayamos, serán parte de nuestro equipaje.
Infinitamente gracias a todos los que lo acompañaron en su despedida… Desde otro lugar, él también les hace llegar su gratitud, seguramente con esa sonrisa compradora en su rostro.