Por el Peregrino Impertinente
“Sobre el puente de Aviñón, todos bailan todos bailan, sobre el puente de Aviñón todos bailan y yo también”, dice la famosa canción infantil, cuyo objetivo es resecar la cabeza de los más pequeños, en una suerte de inducción para asesinarles la conciencia desde temprano y convertirlos así en seres extremadamente dominables al llegar a la vida adulta. Del resto se encargan otras figuras que la tienen muy fácil a la hora de manipular bajo una capa de candidez, como el Ratón Mickey, Barney el dinosaurio o Fantino.
No hace falta poseer un doctorado en letras para darse cuenta de que la cantilena en cuestión tiene como claro protagonista al Puente de Aviñón. Una obra medieval ubicada en la ciudad homónima, al sur de Francia, que ayer atravesaba el río Ródano (actualmente sólo se mantienen en pie cuatro de los 22 arcos originales) y que a partir de su estructura convoca a viajeros de todo el mundo “¿Vos te pensás que yo me voy a hacer 14 mil kilómetros para ver un p… puente?”, dice el lector, de muy mal humor al enterarse que lo del segundo semestre era un verso más grande que los que creaba Neruda completamente borracho.
En realidad, el puente es sólo una parte del conjunto histórico que ofrece el municipio, y que fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Al mismo lo componen además las antiguas murallas, la catedral románica de Notre Dame-des Doms y un palacio donde residieran los papas durante el Siglo XIV, poniendo a Aviñón en el mapa. “Hablando de ponerla…” apunta un cura del lugar, y mejor esconder a los niños debajo del puente.