¿Te vas a poner crema o a almorzar?” es la pregunta que medio en broma, medio en serio, muchos disparan al advertir la profusión de ingredientes comestibles -leche de coco, almendras, maracuyá, aceites, hierbas, tés, miel, semillas y hasta vino, entre muchísimos otros- que figuran en las formulaciones de nuestros cosméticos. Ahora bien, tenemos al respecto una importante noticia: la presencia de esos ingredientes en shampoos, jabones, geles, enjuagues, maquillaje, perfumes y otros productos de higiene personal no implica que en rigor podamos hablar de cosmética natural. Es necesario que se cumpla además otra serie de condiciones, empezando por la ausencia (o uso infinitesimal) de compuestos químicos.
Con la llegada de la industria química se extendió el empleo de sustancias sintéticas que funcionan como conservantes (capaces de extender su duración), emulgentes (que se encargan de integrar los líquidos con la grasa), bactericidas (que evitan la formación de microorganismos, como los hongos); antioxidantes (para que el aire no oxide la mezcla), gelificantes (que brindan una textura cremosa) y colorantes. Parabenos, parafinas, ftalatos y fenol-fenil figuran así entre las formulaciones. Y aunque la industria viene señalando desde hace rato que la concentración de estas sustancias es en cosmética tan baja que su efecto sobre el organismo es prácticamente inapreciable, las voces de alarma sobre las consecuencias que podrían tener en el cuerpo ya se han encendido.
La biotecnología ha permitido a la vez que varios ingredientes de origen vegetal integren la fórmula de maquillajes, tratamientos faciales, artículos capilares e higiene personal: de ahí que los apreciemos como “naturales”, convencidos porque muchas marcas ilustran sus envases con imágenes de flores y frutas. Pero eso no quita que los sintéticos sigan formando parte de su composición, con lo que pequeñísimas cantidades de sustancias naturales terminan perdiéndose en un mar de químicos.
¿Tienen ventajas estos cosméticos convencionales? En parte sí, porque es la forma que la industria ha encontrado para fabricar nuestros productos de higiene personal en forma masiva y relativamente económica. De hecho fue la llegada de la industria química la que habilitó el uso de los artículos de tocador – antes reservado a ciertas elites- en todas las escalas sociales. A eso se suma que el de la cosmética constituye un sector muy significativo por la cantidad de empleo que genera.
¿Y tienen desventajas? También, porque a partir de lo que denuncian algunas voces estos ingredientes pueden llegar a resultar tóxicos y causar reacciones indeseadas, irritaciones, alergias y dermatitis, muy especialmente en pieles sensibles. “De pronto me encuentro con que mi cuarto de baño es un campo minado de toxinas”, advierte la experta en salud ambiental Annie Leonard en el corto documental La historia de los cosméticos.
Teniendo en cuenta ese riesgo y apostando además por una producción que cuide el medio ambiente y evite los sintéticos y la manipulación animal es que muchos fabricantes decidieron minimizar el uso de químicos en sus formulaciones y apostar – ahora sí- a la verdadera cosmética natural.
Derribando mitos
“Hay un debate mundial acerca de qué cosméticos son naturales y qué aspectos considerar para una clasificación. Pero en términos generales se puede calificar de ‘naturales’ a aquellos productos que utilicen un 70% de materias primas de calidad orgánica, sin conservantes, colorantes o perfumes sintéticos, sin aceites minerales derivados del petróleo y sin manipulación animal. Eso no quita que se vendan con esa denominación artículos que tienen un 2% de aceites orgánicos y un 98 de petrolatos, lo cual constituye a todas luces un marketing fraudulento. El tema es que en la Argentina esto no está regulado”, explica Ignacio Conde, quien junto a su mujer, Florencia Villamil, creó Boti-K, una línea cosmética que incluye jabones de origen ciento por ciento vegetal, bálsamos labiales, bioacondicionadores, bioshampoos, ungüentos balsámicos y aceites vegetales para rostro y cuerpo.
Según advierte Ignacio, cerca del 95% de los jabones en el país son de origen animal, incluso los de glicerina.
Una cuestión clave respecto de los cosméticos naturales son los conservantes. Si bien los jabones no los necesitan, los productos llamados “hidrosolubles” -shampoos, cremas, geles, líquidos capilares- sí los requieren para no transformarse en una colonia de bacterias. “De ahí que en esos casos nos vemos obligados a usar determinados componentes de síntesis química que son los aprobados por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT). Así y todo -aclara- nuestra línea sigue siendo en un 99,9% vegetal. Y continuamos investigando alternativas para en un futuro poder evitarlos por completo”.
“Los sellos de cosmética natural están de acuerdo en algo fundamental: todos prohíben el uso de ingredientes derivados de la petroquímica, emulsionantes químico-sintéticos, el filtro ultravioleta, las sustancias aromáticas artificiales y los colorantes químico-sintéticos”, aportan desde Weleda, firma pionera en Europa en materia de belleza y cuidado personal a base de productos naturales y orgánicos. Y rematan: “En lugar de estas sustancias nocivas para la piel en la cosmética natural y orgánica se utilizan aceites vegetales, extractos y esencias de plantas que son de gran valor, pues aportan elasticidad e hidratación a la piel, como es el caso del aloe vera y la glicerina vegetal”.
¿Calidad para todos?
La conclusión a esta altura parece obvia: si tan buena es, volquémonos todos ahora mismo por la cosmética natural. Pero las cosas nunca son tan simples. Fabricar estos productos sin aditivos químicos cuesta en promedio diez veces más que los convencionales, un poco por la calidad y nobleza de las materias primas y otro tanto por la baja escala con la que aún se producen. Por eso es que resultan tan caros y privativos para unos pocos, y en ocasiones hasta son difíciles de conseguir. La democratización de la cosmética vuelve entonces a ponerse en jaque. ¿Será posible alguna vez fabricar productos de alta calidad y accesibles para todo público?
Según Ignacio Conde el principal público de Boti-K está hoy formado por las personas que tienen alguna sensibilidad especial en la piel, aunque también venden a ecologistas, veganos y consumidores muy exigentes que buscan artículos selectos. “Pero tenemos que ampliar ese mercado y volvernos masivos. Lo nuestro en ese sentido es casi una militancia. Resignamos rentabilidad para poder hacer los precios más accesibles, aun así sin la demanda la oferta no va a surgir. Debemos hacer un esfuerzo para cambiar las bases de nuestro patrón de producción industrial, porque con este esquema no es posible”, concluye.
“Desde el punto de vista médico uno siempre busca un resultado final beneficioso para cada paciente en particular y luego fija su evaluación en el costo-beneficio, lo que también puede incluir el impacto ecológico medioambiental”, explica Natalia Sacco, dermatóloga miembro de la Sociedad Argentina de Dermatología (SAD), a lo que agrega que “muchos productos industrializados impulsados por la publicidad no son clínicamente recomendables ya sea por no estar testeados, o porque tienen demasiados conservantes, colorantes, excipientes y perfumes. Lo orgánico, lo más natural, en principio suele ser bueno, sin ir más lejos los dermatólogos recomendamos a veces el uso de aloe vera o los baños con avena y agua tibia para hidratar la piel”. Pero advierte: “Tampoco sería tan extremista con la toxicidad de los químicos hasta el punto de decir que causan cáncer, de hecho el 90% de los casos de cáncer de piel tienen que ver con la exposición indebida al sol”.
¿Qué se supone entonces que debemos hacer como consumidores? Informarnos, para empezar. Aprender a leer las etiquetas de aquello que consumimos, consultar al dermatólogo cada vez que tengamos dudas y estar atentos a las reacciones que pudieran presentarse en nuestra piel, y muy especialmente en la de los chicos. Comprar en comercios confiables. Respetar siempre las indicaciones, y también los vencimientos. Y aunque cueste -o parezca un consejo a contramano- desconfiar profundamente de la publicidad: la mayoría de las veces miente.
Fuente: Cabal, Buenos Aires