Dicen que la lealtad y el amor del perro no tiene límites.
Desde tiempos inmemoriales se remarcó que es el mejor amigo del hombre; y existen un sinfín de historias que validan esta afirmación.
La inteligencia de este compañero queda probada a través de casos como el de Ted, el perro que olió un cáncer y salvó la vida de su dueña; o el del entrañable grupo de perros callejeros que se presentaron en el funeral de la mujer que les cuidaba.
Pero el caso que conmovió últimamente al mundo es de un perro argentino y una historia que no tiene fronteras, que habla de la gratitud y la persistencia que también son capaces de demostrar estos animales.
Gracias al blog The Dodo, se dio a conocer el increíble ejemplo de amistad protagonizado por Olivia Sievers y Rubio, una asistenta de vuelo alemana y un perro callejero de Buenos Aires.
El trabajo provoca que Olivia visite con frecuencia la capital argentina, alojándose siempre en el mismo hotel del centro de la ciudad. En uno de sus numerosos viajes, Olivia advirtió que por las cercanías del hotel vagabundeaba un can, hermoso pero con expresión tímida y pelo visiblemente sucio. La mujer se acercó a él para acariciarle y darle algo de comer.
El mundo fue de otro color para el perro desde ese instante, como si hubiese sentido un flechazo, auténtico amor a primera vista.
“Traté de despistarle porque no quería que me siguiese de regreso al hotel, pero era completamente imposible. Siempre volvía. Lo intenté durante una hora, pero siempre me seguía. Estaba realmente feliz de que alguien le hubiese prestado atención”, explicó Olivia.
Durante los días que duró su estancia en Buenos Aires el animal no se movió de la puerta, permaneciendo siempre atento al retorno de su nueva amiga.
Lo que jamás habría imaginado Olivia es que semanas más tarde, en su siguiente visita, el perro continuaría esperando pacientemente en el mismo sitio en el que lo había dejado.
La insólita situación se repitió una y otra vez durante seis meses: cada vez que volvía a Buenos Aires, la asistenta de vuelo sabía que alguien estaría aguardando su llegada en el hotel, inasequible al desaliento.
Embargada por la emoción, la alemana le puso el nombre de Rubio y se puso en contacto con refugios locales para buscarle un hogar donde recibiese el cariño y la atención que merecía.
Olivia respiró aliviada cuando Rubio fue adoptado por una familia bonaerense. Pero cuando regresó a Argentina pudo comprobar que el perro había huido de su nueva casa para volver a la puerta del hotel y esperar a la dueña que él había elegido. Un gesto asombroso que conquistó definitivamente a la mujer. De inmediato inició los trámites para llevárselo a Alemania, un final feliz que se hizo realidad el pasado viernes 5 de agosto. Tras medio año de noches frías y esperas interminables, Rubio alcanzó el destino que se había propuesto. Y Argentina exportó un perrito callejero a Berlín.